Tenía ganas de ir atrás en el tiempo tan solo para decirle a mi yo del pasado que era un gilipollas por pensar que «no sería tan complicado». Fue jodidamente complicado desde el primer minuto, cuando Kihyun puso un pie en mi casa y miró a su alrededor sin mucho interés.
Tampoco había demasiado que ver: las paredes estaban desnudas y sin ningún cuadro a la vista, el suelo era de madera, al igual que casi todos los muebles, de diferentes colores y estilos, el salón estaba separado de la cocina por una barra y, según mi madre, la decoración era típica de un local de copas con aire isleño.
En cuanto Hoseok se marchó con el tiempo justo para llegar al aeropuerto, empecé a sentirme incómodo. Él no pareció percatarse mientras se mantenía callado y me seguía para que le enseñase la habitación de invitados.
—Aquí está. Puedes redecorarla o… —Cerré la boca antes de añadir: «O lo que sea que hagan los chicos de tu edad», porque él ya no era uno de esos jóvenes risueños que recorrían Byron Bay con sus tablas de surf a cuestas y sus trajes veraniegos. Kihyun se había alejado de todo aquello como si de algún modo el recuerdo le conectase con el pasado—. ¿Necesitas algo?
Me miró con sus inmensos ojos azules y negó con la cabeza antes de dejar la maleta sobre la cama pequeña y abrir la cremallera con la intención de empezar a sacar y colocar sus cosas.
—Para cualquier cosa, estaré en la terraza.
Lo dejé a solas y respiré hondo.
No iba a ser fácil, no. Dentro de mi caos, tenía una rutina muy marcada.
Me levantaba antes del amanecer, tomaba una taza de café y salía a surfear o a darme un baño si no había olas; después me preparaba el almuerzo y me sentaba delante del escritorio para organizar el trabajo pendiente. Solía adelantar algo, un poco de aquí y otro tanto de allá, nunca lo hacía de una forma demasiado organizada a no ser que tuviese un plazo de entrega muy ajustado. Más tarde, llegaba la segunda y la última taza de café del día, normalmente mientras observaba el paisaje a través de la ventana. Aunque no se me daba mal cocinar, rara vez encendía el fuego para hacer algo, más por pereza que por otra cosa. Por la tarde todo seguía casi igual: más trabajo, más surf, más horas de silencio sentado en la terraza conmigo mismo, más paz. Después la hora del té, el cigarro de la noche y un rato de lectura o de música antes de irme a la cama.
Así que, el primer día que Kihyun llegó a casa decidí seguir mi rutina. Pasé la tarde trabajando en uno de los últimos encargos, concentrado en construir una imagen a base de líneas, en redondear, perfilar y detallar hasta lograr el resultado perfecto.
Cuando dejé el bolígrafo y me levanté, me di cuenta de que él todavía no había salido de la habitación. La puerta seguía tal y como la había dejado yo, entornada. Me acerqué, golpeé con los nudillos y la abrí despacio.
Kihyun estaba escuchando música tumbado en la cama con el cabello rubio despeinado sobre la almohada. Apartó la mirada del techo y se quitó los auriculares mientras se incorporaba.—Perdona, no te había oído.
—¿Qué escuchabas?
Pareció dudar, incómodo.
—Los Beatles.
Hubo un silencio tenso.
Me atrevería a decir que todo el mundo que conocía a los Yoo sabía que su grupo de música preferido eran los Beatles. Yo recordaba veladas enteras en su casa bailando sus canciones y cantando a voz de grito. Cuando años más tarde empecé a hacerle compañía a Douglas Yoo mientras pintaba en su estudio o en el jardín trasero, le pregunté por qué siempre trabajaba con música y él me contestó que era su inspiración; que nada nacía de uno mismo, ni siquiera la idea base, pero sí el cómo plasmarla. Me explicó que las notas le marcaban el camino y las voces le gritaban cada trazo. Por aquel entonces, yo solía imitar cada cosa que Douglas hacía, admirado por sus pinturas y por su facilidad para sonreír a todas horas, así que decidí seguir sus pasos e intenté buscar mi propia inspiración, una que me traspasase la piel, pero jamás la encontré y, quizá por eso, a medio camino, terminé tomando un desvío inesperado que me llevó a hacerme ilustrador.
—¿Te apetece pillar alguna ola? —pregunté.
—¿Surfear? —Kihyun me miró tenso—. No.
—De acuerdo. No tardaré en volver.
Recorrí intranquilo los pocos metros que separaban mi casa del océano, fijándome en la bicicleta de color naranja que descansaba apoyada en la barandilla de madera de la terraza. Hoseok la había dejado ahí tras descargarla del coche; era tan solo un objeto, pero un objeto que denotaba cambios que todavía no había asimilado.
Esperé, esperé y esperé hasta que llegó la ola perfecta. Entonces arqueé la espalda, coloqué bien los pies y me alcé; bajé por la pared de la ola y, una vez cogí impulso, giré para alejarme de la parte que se iba rompiendo antes de terminar en el agua.
Cuando regresé, la puerta de la habitación de invitados estaba cerrada.
No llamé. Me di una ducha y luego fui a la cocina para hacer algo de cenar.
Había ido a comprar el día anterior, algo que no solía hacer con frecuencia; al menos, no así, no una compra grande, pero había intentado tener algo de variedad en la nevera; solo sabía que a Kihyun le gustaban las piruletas de fresa, porque de niño siempre solía llevar una en la boca y, cuando se la terminaba, se pasaba horas mordisqueando el palito de plástico. Y también el pastel de queso que mi madre preparaba, aunque eso no era ninguna sorpresa, porque todo el mundo sabía que era el mejor del mundo.
Mientras cortaba en tiras algunas verduras variadas, me di cuenta de que ya no conocía a Kihyun tan bien como creía. Quizá nunca lo había hecho del todo. No a fondo. Él había nacido cuando Hoseok y yo teníamos diez años y nadie esperaba ya otra incorporación a la familia. Aún recuerdo perfectamente el primer día que lo vi: tenía los mofletes redondos y rosados, unos dedos diminutos que se aferraban a cualquier cosa que encontrase cerca y el pelo tan rubio que parecía calvo. Rose estuvo un buen rato explicándonos que, a partir de entonces, teníamos que cuidarlo y portarnos bien con el pequeño. Pero Kihyun se pasaba el día llorando o durmiendo, y nosotros estábamos más interesados en pasar las tardes en la playa, cazando bichos o jugando.Cuando nos marchamos a Brisbane a estudiar en la universidad, él acababa de cumplir ocho años. Cuando regresamos, tras pasar una temporada allí haciendo prácticas y trabajando, Kihyun tenía casi quince años y, a pesar de que veníamos a menudo, tuve la sensación de que había crecido de golpe, como si una noche se hubiese acostado siendo un niño y a la mañana siguiente se hubiese convertido en un hombre. Era alto y delgado, casi sin curvas, como una espiga. Había empezado a pintar durante mi ausencia, siguiendo los pasos de su padre, y un día cualquiera, cuando crucé el jardín y me paré delante del cuadro que estaba sobre el caballete, no pude evitar fijarme en las líneas delicadas, en los trazos que parecían vibrar llenos de color. Se me erizó la piel. Supe que esa pintura no podía ser de Douglas, porque tenía algo diferente, algo… que no podía explicar.
Él apareció por la puerta trasera de la casa.
—¿Esto lo has hecho tú? —señalé el cuadro.
—Sí. —Me miró con cautela—. Es malo.
—Es perfecto. Es… distinto.
Ladeé la cabeza para mirarlo desde otro ángulo, absorbiendo los detalles, la vida que se palpaba, la confusión. Había pintado el paisaje que se alzaba enfrente: las ramas curvas de los árboles, las hojas ovaladas y los troncos gruesos, pero no era una imagen real; era una distorsión, como si hubiese cogido todos los elementos para agitarlos en una batidora dentro de su cabeza y después volver a soltarlos interpretándolos de otra manera.
Kihyun se sonrojó y se colocó delante del cuadro con los brazos cruzados.Su rostro angelical y dulce se frunció cuando me dirigió una dura mirada de reproche.
—Te estás quedando conmigo.
—No, joder, ¿por qué piensas eso?
—Porque mi padre me pidió que pintara eso —señaló los árboles—, y yo he hecho esto, que no se parece en nada. Empecé bien, pero luego…, luego…
—Luego hiciste tu propia versión.
—¿De verdad lo crees?
Asentí antes de sonreírle.
—Sigue haciéndolo igual.
Durante los siguientes meses, cada vez que iba de visita a casa de mis padres o de los Yoo, pasaba un rato con él echándoles un vistazo a sus últimos trabajos. Kihyun era…, era él mismo, no había nada parecido, no tenía influencias, sus trazos eran tan suyos que yo podría haberlos reconocido en cualquier lugar. Era luz y había algo que me mantenía a su alrededor, como si sus pinturas me atasen a seguir mirándolas, descubriéndolas…
ESTÁS LEYENDO
Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)
FanfictionBienvenidos queridos lectores. Segunda adaptación, espero que les guste. Más detalles dentro de la historia (≧▽≦). * Hyungwon x Kihyun * Primera parte de mi segunda adaptación * Contenido BL, si no es de su agrado siga su camino.