KIHYUN

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Me concentré en el instituto durante esa semana. Intenté prestar atención en clase, llevar los deberes hechos y estudiar por las tardes mientras Hyungwon terminaba de trabajar. El miércoles quedé con Blair para tomar un café. Y el jueves, cuando la profesora de Matemáticas me hizo una pregunta y toda la clase se quedó en silencio, expectante, logré contestar sin que me temblase demasiado la voz. Al salir, dejé atrás los nervios y la inseguridad pedaleando rápido.

—¿Tienes mucho que hacer hoy?

—Literatura y Química —respondí.

—¿Qué disco pongo? —Hyungwon se levantó.

—El que quieras. No me importa.

Abrí los libros, sentado en mi lado del escritorio, y comencé a realizar las tareas pendientes. Ya no volvimos a hablar en toda la tarde. De vez en cuando, yo alzaba un poco la mirada y lo contemplaba dibujar. Él era todo lo contrario a mí. No se dejaba llevar, no había emoción ni nada que volcar en lo que estaba haciendo. Era delicado, de líneas precisas y muy pensadas, dejando poco espacio a la improvisación. Pero había algo cautivador en la manera que tenía de hacerlo, tan contenido, tan dispuesto a mantener una barrera entre él y el folio.

—Deja de mirarme, Kihyun —murmuró.

Me sonrojé y aparté la vista rápidamente.

Cuando llegó el viernes, tenía la sensación de que aquella había sido la semana más normal durante el último año. Había estudiado, había quedado con una amiga, había intercambiado tres palabras con una compañera de clase tras dejarle una goma de borrar, y la presencia de Hyungwon seguía despertándome un cosquilleo en la tripa.
Así era como solía ser mi antigua vida. O algo parecido.

Al llegar a casa, dejé la bicicleta al lado de la valla de madera y la mochila encima del porche al ver que la gata estaba allí sentada y mirándome muy seria.

—Bonita, ¿tienes hambre?

Maulló. Entré en la cocina y ella me siguió, como si tras pasar la otra noche en casa ya tuviese todo el derecho del mundo. Busqué en la despensa.
Hyungwon apareció diez minutos después aún mojado.

—¿Qué hace la gata dentro de casa? —gruñó.

—Ha entrado sola. ¿Qué hay de comer?

Hyungwon torció el gesto. Cogió una camiseta que había dejado encima del respaldo del sofá y se la puso estirando los brazos; intenté en vano no fijarme en su torso, en la piel dorada, en las líneas marcadas… —¿Qué te apetece? —preguntó.

—Cualquier cosa estará bien.

—¿Revuelto de espinacas?

Asentí y, poco después, comimos en la terraza. Esa tarde fue tranquila y, como era viernes, dejé los deberes para el día siguiente y terminé durmiéndome en la hamaca de Hyungwon. No tenía muy claro cómo me sentía. A veces muy bien. A veces horrible. Caminaba sobre una cuerda floja y podía pasar de un estado a otro en menos de lo que dura un pestañeo.

A última hora, mientras Hyungwon preparaba la cena, pinté un rato. Con el pincel en la mano, dudé y desvié la mirada hacia el pequeño maletín repleto de pinturas de colores, todas intactas, menos la roja que había abierto el otro día, todas tan bonitas e inalcanzables…

—Los tacos ya están listos —anunció Hyungwon.

—Vale. Ya voy.

Limpié los pinceles y lo ayudé a sacar los platos.

Al terminar, en vez de prepararse un té, me pidió que lo acompañase dentro y sacó las botellas que tenía guardadas en los armarios de arriba. Ron. Ginebra. Tequila. Apoyó las manos en la barra de madera de la cocina y alzó las cejas divertido.

—¿Qué te apetece?

—¿Un mojito?

—Hecho. Tú pica un poco de hielo.

Hyungwon cogió azúcar y un par de limas de la nevera antes de salir a la terraza para buscar unas hojas de la menta que crecía cerca del porche.
Terminamos preparando una jarra que él agitó para mezclar los ingredientes.

—Ya está listo el mejor mojito del mundo.

—A ver si es verdad… —Él me miró divertido mientras salíamos a la terraza.

—Si en algún momento veo que estás a un paso de terminar desnudándote en medio del salón, te frenaré, ¿de acuerdo?

Noté que me ardían las mejillas.

—Dijiste que nunca había pasado…

—Y nunca pasó. Solo ponía un ejemplo. —Bebió un trago y se relamió sin apartar sus ojos de mí; sentí un escalofrío—. Sé bueno y sacia mi curiosidad: ¿antes te emborrachabas a menudo? ¿Por eso lo has metido en la lista?

—No, qué va. Solo un par de veces.

—¿Y qué pasó en el festival? —preguntó serio.

—Nada. Que me bebí tres cervezas y está claro que no las digerí muy bien.

—Vale. Pues bebe con cuidado. Sorbitos pequeños, como los niños.

Lo asesiné con la mirada, dolido. Parecía que hacía a propósito lo de remarcar todo el tiempo que le parecía un crío. Y no era mi mejor momento para demostrarle que se equivocaba, no cuando dependía de todos, cuando no había sido capaz de superar la pérdida de mis padres como el resto del mundo.
Me bebí la mitad del mojito de un trago.

—Eh, no bromeaba, joder. Sorbos pequeños.

—No te estoy pidiendo consejo —repliqué.

—Aun así, me tomaré la molestia de darte uno: no me desafíes.

Me terminé el resto. Hyungwon apretó la mandíbula mientras yo entraba y me servía una segunda copa. Salí unos minutos después. Él estaba de pie con un cigarro entre los dedos y apoyado en la barandilla de madera que atravesaba la terraza.
Se volvió y se cruzó de brazos.

—¿Qué te ocurre? Vamos, suéltalo.

Tomé aire nervioso. Estábamos cerca.

—Odio que me trates como a un niño. Ya sé que a veces lo parezco y que piensas que lo soy, pero no es verdad. Antes no me sentía así. Y no me gusta hacerlo ahora.

—Está bien.

Hyungwon apagó el cigarro antes de ir a por otro mojito. Nos sentamos juntos entre los almohadones y hablamos, hablamos sin parar durante más de una hora; de él, de mí, de cosas sin importancia y de otras que sí la tenían.

—Y crees que debería ir a la universidad…

—No es que lo crea, sé que sí, Kihyun.

—Yo no quiero estar solo.

—Conocerás a gente nueva.

—Eso es fácil para ti.

—Necesitas experiencia.

—¿De qué? —Bebí un trago.

—De todo. Experiencia de vida.

—Me aterra cómo suena…

Hyungwon se rio y sacudió la cabeza. —Espera aquí, voy a poner música.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora