HYUNGWON

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Subí el volumen de la radio del coche cuando empezó a sonar A 1000 times y me puse las gafas de sol mientras dejábamos atrás aquella urbanización y nos dirigíamos hacia la costa. Miré de reojo a Kihyun solo un segundo, quedándome esa imagen para mí, la de él con los ojos cerrados, cantando bajito, con el sol del mediodía acariciándole las pestañas, la punta de la nariz y la sonrisa. Y recordé una de las primeras cosas que Douglas me enseñó cuando era joven: que la luz era el color, que sin ella no había nada.

Paramos para comprar unos sándwiches y terminamos en una playa. No había nadie, solo algunos surfistas a lo lejos. Saqué una toalla grande del maletero y la extendí sobre la arena. Kihyun se tumbó alzando los brazos en alto y yo reprimí las ganas de cubrirlo con mi cuerpo y acariciarlo por todas partes. Me senté a su lado y esperé hasta que se incorporó para darle su comida. Cuando se terminó el último bocado, se puso en pie, fue hasta la orilla y dejó que el agua le salpicase las piernas. Yo lo observé absorto en cómo parecía encajar con el paisaje, en lo bonito de aquella estampa, en la paz que me calentaba el pecho al verlo así, tan entero, tan feliz, tan él.

Se lanzó hacia mí con una sonrisa cuando regresó y acabé tumbado en la toalla con los ojos entrecerrados por el reflejo del sol. Kihyun me besó en el cuello, en la línea de la mandíbula, en los párpados y en los labios. Dejó escapar un gemido suave y a mí se me puso dura. Ll apreté contra mi cuerpo.

—Eres mi persona favorita de este mundo.

Me eché a reír. —Y tú el que acabará conmigo —susurré.

Con la punta de los dedos, Kihyun dibujó espirales sobre mi hombro descendiendo lentamente por el brazo. Me pidió que cerrase los ojos y que intentase adivinar las palabras que trazaba en mi piel. Respiré hondo cuando distinguí un «te quiero», «amor», «submarino». Me gustó que tuviese sentido para nosotros y para nadie más.

—Hyungwon… ¿Crees que…, crees que podrías dibujarme a mí?

Abrí los ojos y se me dispararon las pulsaciones.

—No lo sé. No, no podría.

Su rostro estaba a escasos centímetros del mío.

—¿Por qué? Cuéntamelo, por favor.

—Porque me daría miedo intentarlo y no conseguirlo. —Lo tumbé a mi lado. Con una mano le aparté el pelo enredado de la cara antes de acariciarle la mejilla con el pulgar—. Voy a hablarte de la noche que decidí que no pintaría más.

Y se lo conté todo, sin guardarme nada, sin tener que ser delicado cada vez que nombraba a los Yoo, dejándole ver lo importante que su padre había sido para mí, lo jodido que llegué a estar, lo infeliz que había sido durante aquel tiempo.

—¿Y nunca volviste a intentarlo?

—No. Todo sigue ahí, encima del armario.

—Pero, Hyungwon, ¿cómo es posible…?

—Porque no lo siento como tú. Y para no sentirlo, para hacer cualquier cosa, entonces mejor no hacer nada ni molestarme en ensuciarme las manos. Te dije que, el día que me entendieses a mí, te verías mejor a ti mismo. Porque tú, cariño, tienes magia. Lo tienes todo.

—Pero es triste, Hyungwon, muy triste.

—No tiene más importancia. —Me incliné para besarlo despacio.

—Así que voy a quedarme toda la vida con la duda de cómo soy a través de tus ojos, de cómo me dibujarían tus manos… —susurró mientras me abrazaba. Y yo no pude contestar, porque tenía un nudo en la garganta y sus palabras despertaron un cosquilleo que creía olvidado. Lo enterré. No muy hondo, simplemente lo dejé ahí. Solo eso. —Espera. Ya lo sé. ¡Tengo una idea! —Me dedicó una sonrisa inmensa.

Media hora después estábamos dentro del coche discutiendo los detalles. Cuando Kihyun lo tuvo claro, bajamos y caminamos hasta el local de tatuajes que hacía esquina al final de la calle. Yo me encargué de explicarle los detalles al chico que estaba tras el mostrador leyendo una revista. Nos dio el visto bueno y entramos al estudio.

El tipo me tendió el rotulador. Me acerqué despacio a Kihyun mientras él se levantaba la camiseta y dejaba a la vista el borde del pectoral y todo el lateral. Respiré hondo. Me senté delante y deslicé los dedos por la piel que cubría las costillas y el lado derecho del torso.

—Hazlo sin pensar, Hyungwon.

—Es para toda la vida…

—No me importa si es tu letra.

Contuve el aliento mientras lo rozaba con la punta del rotulador y a él se le erizaba la piel en respuesta. Lo deslicé con suavidad hacia arriba y luego abajo y otra vez arriba conforme iba trazando cada sílaba y cada vocal, solo para él. Me aparté al terminar. Lo leí:
«Let it be. Deja que ocurra.» La canción que bailamos en la terraza la primera noche que lo besé. La noche en la que todo empezó a cambiar entre nosotros.

—¿Te gusta? —pregunté.

—Es perfecto.

El chico terminó de preparar el material y se acercó. Después contemplé ensimismado cómo mis letras se iban grabando en su piel, cómo cada trazo y cada rastro de tinta parecía unirnos para siempre en un recuerdo que era solo nuestro.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora