KIHYUN

69 18 2
                                    

No recuerdo cuándo me enamoré de Hyungwon, no sé si fue un día concreto o si el sentimiento siempre estuvo ahí, dormido, hasta que crecí y tomé conciencia de lo que era el amor, desear a alguien, anhelar una mirada suya más que cualquier otra cosa en el mundo. O, al menos, eso era lo que pensaba con trece años, cuando él vivía en Brisbane con mi hermano. Si venía de visita, yo pasaba la noche anterior en vela con un cosquilleo en el estómago.

Dibujaba su nombre en la agenda del colegio, les hablaba a mis amigos de él y memorizaba cada gesto suyo, como si fuesen valiosos o escondiesen un mensaje. Y tiempo después, cuando Hyungwon regresó y se quedó de nuevo en Byron Bay, empecé a quererlo hasta los huesos. Me bastaba con tenerlo cerca y dejar que ese sentimiento creciese lentamente a pesar de permanecer en silencio, guardado en una cajita cerrada con llave que protegía y alimentaba cuando soñaba despierto.

La primera vez que sus ojos se detuvieron en una pintura mía fue como si el mundo se parase; cada brizna de hierba, cada aleteo lejano. Me quedé sin respiración mirándolo por la ventana, mientras ladeaba la cabeza sin apartar la vista del cuadro. Lo había dejado ahí después de pasarme la mañana pintando el tramo de bosque que crecía detrás de nuestra casa, intentando seguir en vano las instrucciones de mi padre.

Cuando logré que me respondiesen las piernas, salí.

—¿Esto lo has hecho tú? —me preguntó.

—Sí. —Lo miré con cautela—. Es malo.

—Es perfecto. Es… distinto.

Cruzado de brazos, noté que me sonrojaba.

—Te estás quedando conmigo.

—No, joder, ¿por qué piensas eso?

Dudé, sin apartar mis ojos de los suyos.

—Porque mi padre me pidió que pintara eso —señalé los árboles—, y yo he hecho esto, que no se parece en nada. Empecé bien, pero luego… luego…

—Luego hiciste tu propia versión.

—¿De verdad lo crees?

Asintió antes de sonreírme.

—Sigue haciéndolo igual.

Hyungwon alabó ese lienzo lleno de líneas que hasta a mí me costaba comprender, aunque, de algún modo que no podía explicar, encajaban, se amoldaban, tenían sentido. Su cabello rubio oscuro se sacudió con el viento y sentí la necesidad de conseguir la mezcla perfecta que diese como resultado esa tonalidad; una base ocre con una pizca de marrón, algunas sombras en las raíces y el reflejo del sol salpicando las puntas más rubias que se curvaban con suavidad. Luego me centraría en su piel, con ese dorado por el bronceado que disimulaba las pocas pecas que tenía en la nariz, y los ojos entrecerrados, la sonrisa canalla, astuta y, al mismo tiempo, también despreocupada, dentro de su desorden, de él mismo…

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora