8. AGOSTO (Invierno)

59 17 6
                                    



HYUNGWON

Kihyun volvió. Y con él las miradas esquivas, los silencios llenos de palabras ya pronunciadas que parecían enredarse a nuestro alrededor, la tensión, la distancia prudencial. O así lo vivía yo. Inquieto. Alerta. Intentando entender qué estaba sintiendo, qué estaba ocurriendo…

El problema era que por mucho que me hubiese pasado media vida viendo en él a un niño, casi un hermano pequeño, no podía ignorar que había dejado de serlo. Que si me lo hubiese cruzado por la calle un día cualquiera, lo habría mirado o tonteado con él sin que me importasen los diez años que nos separaban. Porque esa no era la barrera real que había entre nosotros. Se trataba de una mucho más alta; de lo que conocíamos, de la vida que habíamos compartido hasta entonces, de que desearlo hacía que me sintiese culpable.

Porque no podía negarlo: lo deseaba. Y también lo quería. Siempre lo había querido, desde el día que nació. Kihyun podría haberme pedido cualquier cosa y no habría dudado en hacerla con los ojos cerrados. No era algo solo físico, impulsivo. Era más. Era echarlo de menos cuando no estaba y querer conocer al chico que era ahora, y no solo al recuerdo que tenía de él de los años que habían quedado atrás. Era volverme loco intentando separar las cosas: las ganas de morderle la boca frente a la calma que sentía las noches que pasábamos juntos en la terraza hablando o escuchando música. El perfil de Kihyun desnudo y la curva de sus caderas en contraste con la imagen de él aún niño y corriendo por el jardín de su casa gritando mi nombre con esa voz aguda e infantil…

¿En qué momento había cambiado todo? ¿En qué segundo exacto dejó de ser invisible ante mis ojos y terminó por invadir cada rincón, cada esquina de mi cabeza?

—¿Estás bien? —Se había sentado en la hamaca.

No, no estaba bien. Nada bien. Respiré hondo.
—Sí. Ahora vengo, voy a preparar té. ¿Quieres?

Él me miró divertido y alzó una ceja.

—¿Cuándo dejarás de preguntármelo? Llevas medio año haciéndolo.

—No sé, quizá el día que me respondas que sí.

—Vale. Pues hazme uno. Terminemos con esto.

Entré en casa sonriendo y negando con la cabeza. Puse la tetera al fuego y esperé hasta que el agua empezó a hervir. Salí más entero, más yo de nuevo, y me senté frente a él en el suelo de madera. Kihyun arrugó la nariz en cuanto advirtió la distancia que yo acababa de marcar. Le dio un trago al té.

—No está mal. Un poco amargo.

Me encendí un cigarro.

—¿Qué tal las clases?

—Bien, como siempre.

—Me alegro.

—¿Qué te pasa? Estás muy raro.

—Solo un poco cansado. No tardaré en irme a dormir. —Di una calada profunda y luego me terminé el té—. ¿Y tú? Pareces… distinto.

—Puede que sea así —respondió.

—¿En qué sentido?

—¿Recuerdas cuando hace meses te dije que me daba miedo no volver a tener ganas de vivir?

Ah, claro que lo recordaba, porque yo fui el suicida emocional que le dijo: «Víveme a mí, Kihyun», como si algo así no fuese a traerme problemas.
Asentí con la cabeza.

—Pues ahora ya no tengo ese miedo. Y es liberador. Como si todo empezase a encajar...

Fruncí el ceño y él captó el gesto.

—¿Qué ocurre? ¿No estás de acuerdo con eso?

—Sí y no.

—¿Por qué?

—Porque es un paso, pero no deberías quedarte ahí. Respóndeme una cosa, Kihyun, ¿qué crees que es más fácil? ¿Ignorar algo que duele, apartarlo y fingir que no existe para levantarte cada mañana con una sonrisa, o afrontar ese dolor, interiorizarlo, entenderlo, y conseguir seguir sonriendo poco a poco?

Me encendí otro cigarro tan solo para mantener las manos quietas y no correr a su lado a consolarlo como antaño y reconfortarlo con un abrazo.

—Eres muy duro —susurró.

—Lo sería al revés, si te dijese que sí, que ya está todo bien…

—¿Qué es lo que quieres, Hyungwon? —alzó la voz.

—Ya lo sabes…

—No es verdad.

—Que lo aceptes.

—¿El qué?

—Que están muertos, Kihyun. Pero que, aunque ya no estén, no hace falta que finjamos que nunca estuvieron aquí, con nosotros. Podemos, no, debemos seguir hablando de ellos, recordándolos. ¿No piensas lo mismo?

Kihyun contuvo las lágrimas y se levantó. Fui rápido y lo cogí de la muñeca antes de que pudiese entrar en casa.

—¿Te acuerdas de ese cuadro en el que tu padre pintó un prado lleno de flores y vida? En la esquina de la derecha había unos escarabajos que tenían las tripas abiertas y, dentro, había dibujado margaritas. Llevo años preguntándome por qué. Una vez, le pedí a él que me lo explicase y se echó a reír. Estábamos justo aquí, ¿sabes? En esta terraza, tomándonos una cerveza una de esas noches que se dejaba caer un rato para verme y charlar.

—¿Por qué me cuentas todo esto?

—No lo sé. Porque me acuerdo de ellos a menudo, todos los días, pero no tengo nadie con quien hablarlo. Y me gustaría que fueses tú, Kihyun, a quien poder decirle cualquier cosa que se me pasase por la cabeza sin medir antes cada palabra.

Le tembló el labio inferior.

—¿Por qué sigue doliendo tanto?

—Ven aquí, cariño.

Y entonces lo abracé.

Lo abracé con fuerza mientras sollozaba contra mi pecho. Le pedí que llorase, que lo dejase salir, que no se tragase el dolor. Él lo compartió conmigo, aferrándose a mi espalda. Cerré los ojos y pensé que aquel era uno de los momentos más reales de mi vida.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora