HYUNGWON

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Douglas apareció en mi casa con una bolsa de comida preparada y dos cervezas en la mano. No dijo nada antes de ir a la cocina y empezar a sacar lo que había traído. Yo lo miré un poco enfadado. No con él. Supongo que conmigo. No lo sé. Me coloqué tras la oreja el cigarro que había estado a punto de encenderme antes de que llegase.

—Un mal día, ¿no? Últimamente tienes muchos de esos.

—¡No me digas! —escupí—. ¿Por qué has venido?

—Vaya, un anfitrión hostil.

—No es eso, es que…, déjalo.

Abrí mi cerveza y le di un trago. Douglas echó un vistazo fijándose en el desorden que había en la casa. Llevaba días sin recoger. El suelo estaba lleno de lienzos inacabados, de láminas que eran solo intentos, de manchas de pintura que no me había molestado en limpiar.

Y yo solo sentía frustración.

—¿Qué está pasando?

—Pasa que no puedo hacerlo. No puedo.

—Eso no es verdad, Hyungwon. Vamos, mírame.

—Tienes razón, es peor. Es que no quiero hacerlo.

Hizo girar su cerveza entre los dedos mientras me miraba. Vi decepción en sus ojos. Y joder, tuve que contenerme para no echarme a llorar como un chiquillo delante de él, de todo lo que siempre había querido ser y emular y nunca iba a lograr.

—Puedo entenderte si me lo explicas.

Me levanté y me pasé una mano por el pelo.

—Es todo. Es… esta casa, este lugar. La idea que tenía de lo que sería y lo que al final no ha sido. Eso me ahoga. Es como llevar una jodida soga atada al cuello todo el puto día. —Me movía de un lado a otro y pisé unas pinturas, pero me dio igual—. Ni siquiera sé por qué quería hacer esto. Pintar. Lo he olvidado. ¿Cómo puedes olvidar algo que supuestamente es tu sueño, Douglas?

—Solo dime una cosa, ¿qué se interpone entre tú y el lienzo?

—Yo, joder. Yo. Que no siento nada. Que no tengo nada que plasmar, nada de lo que dejar constancia. No quiero hacer cualquier cosa. Para eso, prefiero no volver a tocar un puto pincel en toda mi vida. Y cuanto más intento encontrar algo lo suficientemente importante para mí como para volcarme en ello, peor es, más me frustro. No puedo. Llevo meses así y… no puedo. Se supone que estudié para esto y te prometí que lo haría y que expondría en la galería y que...

Me llevé una mano al pecho justo antes de que Douglas se levantase y me abrazase. Me aferré a él, porque necesitaba aquello, saber que, a pesar de no conseguirlo, de no tachar esa meta de la lista, iba a seguir ahí, conmigo, porque la pintura era uno de los hilos más fuertes que nos habían unido desde que era un niño y me daba miedo que al cortarlo él se alejase o algo cambiase.

—Ya está, chico. Ya está —me palmeó la espalda—. No tienes que hacerlo más, ¿me estás oyendo? Nadie te obliga. Te has metido en una guerra en la que solo luchas contra ti mismo y nunca vas a poder ganar. A la mierda la pintura. A la mierda todo, ¿me oyes? Lo primero es ser feliz, levantarte cada mañana tranquilo.

Joder, solo quería llorar de puto alivio.
Respiré hondo. Respiré, respiré, respiré… Douglas me apretó en el hombro con la mano y la decepción de su mirada se transformó en orgullo. Yo no supe por qué, pero tampoco pregunté, porque me bastó con verlo. Él disipó la tensión cuando fue a por la cena y cogió las dos cajas de tallarines para llevarlas a la terraza. Cenamos callados, cada uno perdido en sus propios pensamientos. Estaba a punto de ir a por el té cuando me frenó con una sonrisa.

Nunca Fuimos 1° Parte // HyungKi (Ad2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora