Elegidos para siempre

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Elegidos Para Siempre





Esa noche, Harry no tenía idea del porqué había sido citado en la oficina del Director. Por más que intentaba recordar, no encontraba un motivo, sus calificaciones iban bien, y tampoco existía ningún poder maligno amenazando al mundo.


Todo ese curso Harry por fin había experimentado lo que es tener una vida tranquila, Voldemort fue derrotado por él y por Dumbledore durante la batalla en el Ministerio, y ahora lo único que podría estresarlo era mejorar sus promedios.


Tomó aire al llegar junto a la gárgola. Estaba a punto de pronunciar la contraseña cuando escuchó unos pasos acercándose. Al mirar a su derecha descubrió a Draco caminando presuroso hacia él.


Harry esbozó una minúscula sonrisa. A pesar de los malos ratos vividos durante sus primeros cinco años de estudios, finalmente habían hecho las paces. No podían considerarse los mejores amigos, sin embargo ya conseguían tener conversaciones amables ocasionalmente y aunque hasta el momento ninguno de los dos lo confesara, sabían que existía un peculiar rastro de empático cariño entre ambos.


— ¿También te llamaron? —preguntó Draco al llegar junto a su compañero.

— Sí, pero ni idea tengo del porqué. Creo que la última vez que pisé ese despacho fue luego de la caída de Sirius por el Velo, así que me temo que relaciono la oficina del Director con malas noticias.


Draco asintió. Recordaba bien ese día pues a partir de entonces su perspectiva había cambiado. Su padre pasó varios meses en prisión hasta que finalmente no pudo soportarlo más y se suicidó. Y un par de semanas atrás fue llamado por Dumbledore para informarle que su madre había perdido la vida a manos de su propia hermana Bellatrix por cuestiones de herencia. Ahora la malvada mujer se encontraba en prisión. Pero tales noticias también predisponían a Draco a no sentirse tranquilo por haber sido llamado a las oficinas de Dumbledore.


Harry pronunció la contraseña y entró a través de la puerta que apareció luego de que la gárgola se hiciera a un lado. Draco fue tras de él, ambos permanecieron en silencio mientras la escalera los subía.


De vez en cuando intercambiaban una sonrisa procurando animarse. El ojiverde se sorprendía al no sentir ya ninguna antipatía por el rubio, quizá se condolía profundamente por las pérdidas que había sufrido recién. Por lo menos él tenía a Remus, y Sirius finalmente había sido rescatado del Velo tres meses después de su desaparición, así que su vida parecía ir por buen rumbo... algo que no podía asegurarse del todo con respecto a Draco Malfoy.


— Si nos culpan de algo, te echaré toda la culpa, Potter. —bromeó Draco al llegar a la puerta—. Después de todo eres el consentido y no te castigarán.

— Si nos culpan de algo, me echaré toda la culpa, Malfoy. —respondió siguiendo la broma—. Después de todo eres el delicado y no puedes con los castigos.


Draco golpeó amistosamente el hombro de Harry, pero al escuchar que la puerta se abría volvieron a ponerse serios, no era conveniente llegar con rostros sonrientes cuando temían encontrarse en problemas.


Apenas dieron un paso adelante, y ambos supieron que el asunto era más grave de lo que suponían. Kingsley, ahora Ministro de Magia, estaba sentado frente a Dumbledore, tras de él permanecían parados dos magos que Harry sabía eran sus secretarios personales.


Ojo loco Moody también estaba presente, sentado en una butaca, su ojo mágico giraba sin parar, mientras el resto de su expresión era de franco disgusto.


El último de los personajes presentes era Severus Snape. Tampoco se le veía muy cómodo, aunque más bien parecía preocupado más que molesto. De cualquier forma, Harry sabía que su presencia debía de ser temida.


Aunque para Draco resultó todo lo contrario, ver a su padrino ahí le inspiró confianza, y rápidamente fue a ocupar un lugar a su lado. Harry vio como Severus le recibía con una sonrisa, pero antes de que le sorprendieran mirándolos, esquivó el rostro hacia el lado contrario.


— Puedes sentarte, Harry. —le invitó Dumbledore al ver que su pupilo permaneció de pie.


Harry asintió y ocupó la silla más cercana que tenía, pero también procurando estar lo más alejado posible de los demás, la voz que había percibido en Dumbledore le corroboró la presencia de problemas.


El anciano director se puso de pie junto con Kingsley, y ambos llevaban en sus manos un par de pergaminos.


— Las noticias que debemos darles son complicadas. —empezó el anciano, con tal rigidez que Harry sintió su estómago contraerse temiéndose lo peor, sobre todo porque Dumbledore ni siquiera se había molestado en esquivar el tema ofreciendo sus acostumbrados caramelos—. Primero que nada, debo comunicarle, joven Malfoy, que su tía Bellatrix ha muerto en prisión.


Draco asintió sin hacer ninguna expresión, realmente no le importaba en lo absoluto lo que le sucediera con esa mujer que había terminado con su familia. Dumbledore respiró hondo, y entonces Harry pensó que realmente aquella noticia ni siquiera la consideraban tan importante como lo que dirían a continuación.


— Bellatrix antes de morir formuló una antigua maldición ya prácticamente olvidada... una maldición que seguramente pensó sería su mejor venganza.

— ¿De qué se trata? —intervino Severus sujetando solidario la mano de Draco, quien ya empezaba a temerse el blanco de esa maldición.


Y al parecer no se equivocaba, pues Dumbledore se le acercó para enseguida extender el pergamino que tenía en su mano. Sin embargo no lo leyó, tan sólo suspiró y lo colocó sobre el regazo del profesor de pociones.


— En ese pergamino consolidó la maldición. —prosiguió Dumbledore—. Hemos intentado encontrar una forma de invalidarlo pero hasta el momento tan sólo sabemos que es imposible de hacerse. La maldición era usada por antiguos magos egipcios con tendencia a las artes oscuras, su objetivo era librarse de los faraones que asumirían el trono antes de llegar a su mayoría de edad.


Dumbledore guardó silencio al ver que el Profesor de Pociones estrujaba el pergamino, había estado leyéndolo en silencio y al parecer lo escrito había provocado que su palidez se acentuara.


— Yo lo tomaré. —dijo con gravedad, alzando la mirada para ver hacia el Director.

— Me temo, Severus que eso es imposible.

— ¿De qué estás hablando?

— No debe de haber ningún lazo sanguíneo o amistad para realizar el vínculo... tu padrinazgo impide que lo realices.

— ¿Q-qué vínculo? —se atrevió a preguntar Draco.


Nadie le respondió, y el rubio se dedicó a mirarlos a todos alternadamente, esperando encontrar en alguien la respuesta que buscaba.


— Necesitas realizar ese vínculo antes de cumplir la mayoría de edad. —dijo Severus finalmente, apretando con más fuerza la mano de Draco—. O de lo contrario, se consumará una maldición mortal.

— ¿Qué vínculo? —repitió cada vez más atemorizado.

— Un vínculo de matrimonio.


Draco jadeó audiblemente al escucharlo, aún incrédulo por lo informado, sin embargo, el rostro tenso de su padrino era la prueba que necesitaba para saber que no estaba siendo presa de un engaño.


— Pero tiene que haber un modo de revertir la maldición ¿verdad? —preguntó titubeante.

— No la hay, joven Malfoy. Su tía se aseguró de poner su propia vida a cambio de garantizar el cumplimiento de la norma. Usó su alma para sellar la maldición, por eso no podemos anularla. Si no contrae matrimonio y fusiona su magia con la de otra persona, su propia alma se perderá atraída por la de Bellatrix.

— ¡Pero es horrible! ¡Yo no quiero casarme aún! —exclamó enfurecido y asustado.

— Lamentablemente eso ya no está en sus manos, joven Malfoy.

— ¡¿Pero porqué no voy a poder decidir sobre mi vida?!

— Porque moriría, ¿es que acaso no ha quedado claro?


Draco apretó fuertemente los labios. A su lado, Severus se mantenía tenso, tenía los ojos fijos en la nada, como forzando su cerebro en concentrarse en una solución. Finalmente levantó el rostro en busca del Director.


— Supongo que mantendremos esto en secreto hasta que Draco pueda elegir ¿cierto?

— ¿Puedo hacerlo? —preguntó Draco, por primera vez con una luz de esperanza.

— Se hubiera podido si la maldición no fuese conocida ya.

— ¿Conocida por quién? —interrumpió Severus poniéndose de pie, Draco le siguió, preocupado por el rumbo de los acontecimientos—. Creí que Draco tenía el derecho de ser informado antes de eso.

— Y así fue... Pero al momento en que se reveló el pergamino en las oficinas del Ministerio, había alguien más presente. Y esa persona enseguida reclamó al joven Malfoy para sí. Como bien sabes, Severus, el primero tiene prioridad, por ese motivo ahora tu ahijado ha perdido el privilegio de elegir.

— ¿Quién ha sido?


Lentamente, otro de los personajes se puso de pie, apoyado en su bastón mientras dirigía a Draco una mordaz sonrisa.


— Será un deleite librarlo de semejante maldición, joven Malfoy. —siseó Ojo loco sin disimular su gozo por la mirada repulsiva que el rubio le dirigió.

— ¡No puedes estar hablando en serio, Albus! —refutó Snape colocándose frente a Draco de manera protectora, el chico no dejaba de temblar.

— He intentado hacer razonar a nuestro amigo, pero no ha accedido a renunciar a la petición. —manifestó Dumbledore con profundo pesar.

— Jamás renunciaría al placer de poder ayudar a un jovencito tan encantador. —prosiguió Ojo Loco dando un paso hacia Draco.

— ¡Ni se te ocurra tocarlo! —bramó Snape apuntándole con su varita.

— Uno de los motivos por el cual me complazco en ofrecerme a adueñarme de este jovencito, es precisamente esa reacción, Snape... Gracias por prodigarla y saber que esto no es en vano.

— Baja esa varita, Severus. —pidió Dumbledore haciendo ver al Profesor que estaban en presencia de la autoridad máxima del Ministerio.


Severus entendió la indirecta, en prisión no podría ayudar a Draco, así que tragándose su orgullo y odio por Ojo Loco, dejó de amenazarlo.


— Creo que mi presencia ya no es necesaria. —manifestó el ex Auror—. Y tengo muchas cosas por hacer para preparar nuestra boda, jovencito... Al fin aprenderá lo que son los buenos modales, pequeño hurón.


Draco se estremeció de horror. Aunque ese Ojo Loco no era el mismo que le hechizó de tal atroz manera, era imposible no relacionarlo, además las miradas lascivas que le dirigía le embargaban de náuseas.


— ¡No voy a unirme a ese hombre! —gritó cuando se hubo marchado—. ¡Prefiero morirme si es necesario, pero no permitiré que me toque!

— Le prometo que haremos lo posible por hacerlo cambiar de opinión. —afirmó Dumbledore—. Aún tenemos tiempo, aunque también debemos tomar en cuenta que no hay otro candidato.


Draco se abrazó de Severus, estaba realmente asustado por todo lo sucedido. El profesor le correspondió acariciándole la espalda esperando tranquilizarlo, aunque sabía que a él nada lo consolaría si estuviera en su lugar.


— ¿Yo... yo podría?


Todos se giraron hacia Harry, quien todo ese tiempo había estado callado oculto en su lugar, pero no podía continuar más tiempo sin participar en la reunión.


— ¿Usted podría qué, Potter? —gruñó Severus por la abrupta interrupción.

— ¿Si yo podría reclamar a Draco? —preguntó Harry, su voz sonó muy insegura y evitando mirar tanto al rubio como a su padrino.

— ¿Puede hacerlo? —quiso saber Draco, aquello era mejor que tener que enlazarse a Ojo Loco.

— No, no puedes. —respondió Dumbledore caminando hacia Harry.


Severus se apartó de Draco para poner atención, nuevamente encontró el tono de voz del anciano demasiado serio para su gusto.


— ¿Porqué no? —inquirió Harry—. No tenemos lazos sanguíneos. —agregó, sintiendo la punzante mirada oscura sobre él, y más se forzó en no voltear a mirar.

— Pero sí hay uno de amistad. —refutó el Director—. Y aunque me complace ver que te has ofrecido, Harry, sinceramente espero que alguien más siga tu ejemplo. En fin, el hecho es que hay un impedimento peor, eres menor de edad y...

— ¿Y entonces porqué fui invitado a esta reunión?


Dumbledore calló, no podía decir lo siguiente. Severus entornó los ojos avalando el cuestionamiento de Harry, tampoco entendía su presencia si ninguno de los dos podía ayudar. Kingsley, quien también había permanecido en silencio, decidió ayudar a su amigo, y acercándose a Harry, le extendió el otro pergamino.


— Lo lamento, Harry... la maldición se extiende también a ti.


El ojiverde palideció mirando el documento en la mano del Ministro. Aún tembloroso lo sujetó, lo abrió pero estaba demasiado afectado para poder entender ni una sola palabra... Sin embargo, ya sabiendo que Snape había aceptado el de Draco, supo que ni siquiera era necesario leerlo para saber que ya estaba perdido.


— ¿Moody...?

— No, Harry. —le aclaró Dumbledore—. Él entró a las oficinas de Kingsley cuando nos enterábamos de la parte correspondiente al joven Malfoy. Se marchó sin siquiera saber que estabas incluido... igual como acaba de suceder.

— ¿Yo sí puedo elegir?

— ¿A quién elegirías, Harry?


El ojiverde bajó la mirada ante el cuestionamiento de Dumbledore. Alguien que no lo uniera una amistad o la sangre... Realmente era una elección complicada, pero por lo menos creía tener tiempo para pensar.


— Aún no sé... quizá deba estudiarlo a conciencia. —respondió titubeante.

— Me parece que no es buena idea arriesgarnos. —manifestó Dumbledore—. Ha sido un descuido permitir que Alastor se enterara de esa manera, yo nunca pensé que pudiera actuar tan mezquino, pero hay personas de las que podríamos esperar cualquier cosa.

— ¿Qué quiere decir con eso?

— Que no puedo permitirte que salgas de esta oficina sin haber elegido a alguien de mi entera confianza.


Harry volteó a mirar a Kingsley, éste le sonrió suavemente.


— Siempre me he considerado tu amigo, Harry.


El chico sonrió nervioso comprendiendo lo que quería decir. Giró a mirar hacia los empleados del Ministerio, pero Dumbledore se acercó a él acariciando suavemente su cabello.


— El enlace incluye fusiones de magia, Harry, ninguno de ellos podría controlar la tuya.


Harry asintió. Cerró los ojos comprendiendo que solamente quedaba una persona en esa habitación que no lo unía ningún lazo. Había sido el primero en su mente, pero se rehusaba siquiera a proponerlo. Y se dio a sí mismo la razón cuando escuchó su voz, tan dura y desdeñosa como siempre.


— ¡¿Ese es el motivo por el cual me has llamado?! —protestó enfurecido—. ¡Pues no, nunca lo haré, no tengo ninguna obligación, Albus!

— Creí que eras la persona más digna para asumir tal privilegio, Severus... E incluso pensé que te ofrecerías voluntariamente, tal como Harry se propuso, con toda generosidad, para ayudar al joven Malfoy.

— ¡Maldición, no! —exclamó exasperado—. ¡Mira a Draco, él es quien necesita ayuda, no puedes permitir que ese hombre lo toque, sabes que tiene todas las malas intenciones del mundo!

— ¡Y precisamente por eso ahora pienso en Harry! —bramó imponente—. ¡Quisiera ayudar a tu ahijado, pero ya no es posible, ha sido reclamado y no quiero que otro chico tenga que pasar por lo mismo!

— ¡Pues dile a ese ex Auror que tiene la opción de pedir a Potter! —refutó Severus cada vez más enfurecido—. ¡Con toda seguridad preferirá quedarse con el premio mayor y liberará a Draco!


Un pesado silencio se apoderó del despacho del Director luego de las ásperas palabras de Severus Snape.


Harry se volvió a sentar en su silla, sus manos apretaban fuertemente la tela de su pantalón mientras luchaba por no ponerse a llorar frente a todos. Miró a Draco, abrazándose nuevamente de Severus ahora que podía existir una esperanza para él.


Dumbledore también se dejó caer sobre la silla más próxima, tenía que reconocer que era muy probable que Moody aceptara el intercambio, pero por primera vez en su vida tuvo que reconocer que su predilección por Harry le estaba impidiendo ser imparcial.


— Hágalo. —susurró Harry, y se odió por escuchar su voz quebrada—. Dígale a Moody que puede pedirme a mí para que libere a Draco... así él podrá buscar a alguien más.


Dumbledore asintió apesadumbrado. Kingsley no podría creer lo que escuchaba, le parecía completamente injusto que Harry se sacrificara siempre.


Draco abandonó finalmente los brazos de su padrino y se acercó a Harry acuclillándose frente a él.


— Si no fuera porque eres un chico muy ordinario, te juro que esta noche me hubiera enamorado de ti. —aseguró apretando las manos de Harry entre las suyas.

— Pues que dolor haber perdido la oportunidad. —respondió fingiendo un gruñido.

— De todos modos odio cuando adoptas la personalidad de San Potter, y no pienso permitir que te conviertas en mi héroe... yo saldré de este lío por mí mismo.

— Pero...

— Nada de "peros", Potter. Yo no quiero arriesgarme a que un chiflado tuerto se apodere de tu magia y termine convirtiéndose en otro mago oscuro... ¿quién nos defendería entonces? —concluyó sonriendo.


Draco se inclinó para dar un beso de agradecimiento en la mejilla de Harry, y luego de incorporarse, se dirigió hacia el Director.


— No se preocupen por mí... Ese idiota ex Auror no sabe con quién se ha metido.


Dumbledore asintió, sintiéndose profundamente orgulloso, por primera vez, de ese chico tan sorprendente. Tomando aire, Draco se giró ahora hacia su padrino, quien continuaba mirándole impávido por sus palabras.


— No pretendo forzarte a nada, pero si en las manos de alguien estuviera salvarme, ¿verdad que querrías que lo hiciera?


Severus desvió la mirada sin atreverse a pronunciar ni una palabra, podía sentir los ojos de todos los presentes fijos en él, pero no... se rehusaba a sacrificar su vida de ese modo.


— Aunque él me lo propusiera... —intervino Harry—... yo no quiero. Buscaré a alguien que valga la pena.

— Claro, seguramente se siente demasiado valioso para alguien como yo ¿cierto? —gruñó Snape volteando a verlo, sus ojos destellaban de furia.

— ¡Cualquiera, Snape!... cualquiera es más valioso que un cobarde que seguramente me teme tanto como le teme a mi magia.


Los puños de Severus se tensaron todavía más. Nadie dijo nada, aunque Draco se apartó conteniendo una ligera sonrisa por la incitación de Harry.


— Te voy a demostrar, pequeño mocoso insolente, que puedo manejarte a mi completo antojo... —siseó Severus acercándose hasta quedar acuclillado junto a Harry, tal como unos segundos antes estuviera Draco—... Yo, Severus Snape, te reclamo, Potter, para mí ¡sólo para mí!


Harry mantuvo la cara en alto, observando desafiante a su Profesor, conteniendo un estremecimiento por la bravía mirada impuesta sobre él.



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Me he enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora