La cura

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La Cura





Severus llegó a su dormitorio y suspiró al ver que Harry se había recostado sin molestarse en cambiarse de ropa. Sus ojos permanecían cerrados pero continuaban dejando escapar algunas lágrimas mientras sostenía contra su pecho las dos chambritas que recibió de regalo de su padrino.


Prefirió no decir nada y en silencio se acercó quitándole con cariño los zapatos, le arropó y retiró los anteojos empañados. Ya se estaba haciendo costumbre esa escena, pero no le molestaba, sino todo lo contrario, su pecho latía con calidez al cuidar de la persona de la que se enamoró. Le era tan asombroso reconocer la sensibilidad de Harry en sus reacciones, y tan solo se prometía no ser nunca el causante de que fuera a la cama sin más deseo que llorar.


Harry se dejó hacer todo sin decir nada, suavemente se mordió el labio inferior intentando detener el llanto pero sin conseguirlo.


Solo reaccionó cuando Severus se acostó a su lado abrazándole confortablemente. Fue entonces que el joven Gryffindor continuó llorando pero ahora aferrado a lo que más amaba en el mundo.


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Al llegar a sus habitaciones, Remus y Draco vieron a Sirius sentado en su butaca favorita, solo iluminado por las llamas de la chimenea. Remus ayudó a su esposo a quitarse el abrigo y ambos fueron a reunirse a su tercer compañero. El ojimiel hizo un pase con su varita para alargar el asiento y así ambos ocupar un lugar a cada lado de Sirius.


Él no protestó, pero con la mayor discreción que pudo se limpió el rostro. De cualquier manera no era necesario, tanto Remus como Draco podían presentir su infinita tristeza.


— Fue un lindo regalo el que le diste a Harry. —susurró Draco mientras peinaba con cariño el largo cabello oscuro de Sirius.

— Solo quería darle algo que le gustara... —respondió con la voz entrecortada—... algo que le hiciera recordar que no lo odio... porque me mira como si realmente lo creyera.

— ¿Y puedes culparlo?


Sirius negó con la cabeza ante la pregunta de Remus. Sorbió ligeramente sus lágrimas respirando hondo para lograr que su voz ya no sonara tan afectada.


— Sé que he sido muy duro con él, pero es que me desespera que siga tan ciego... no saben cuánto me esfuerzo por no llevármelo lejos, conseguir de alguna manera que se le caiga la venda de los ojos, que logre ver a Snape tal cual es.

— Eres tú quien no logra ver a mi padrino como es, Sirius. —aseguró Draco—. Estás sufriendo innecesariamente, si te hubieses quedado y ser tú quien le diera personalmente tu obsequio te habrías dado cuenta lo importante que eres para Harry.

— No tanto como Snape. —dijo amargamente—. Sigue prefiriéndole a él.

— Como yo te prefiero a ti.


Sirius sonrió sin comprender la analogía que Draco intentaba hacerle ver. Se giró hacia él besándolo dulcemente en los labios para enseguida hacer lo mismo con Remus.


— Perdónenme los dos por el mal rato de esta noche.

— No somos los únicos que estábamos presentes en el comedor.

— Lo sé, Remus, pero no puedo... Cada vez que veo a Snape siento que quiero destrozarlo, vienen a mi mente una y otra vez todo lo que hizo a Harry. Confíe en él para que le salvara y lo único que se le ocurrió hacer fue romper el compromiso entregándole a un desconocido. No puedo concebir como Harry puede perdonarle eso. Recuerdo la desilusión en su mirada, me imagino el dolor que debió sentir, y todo para que Snape estuviera solo experimentando con él... embarazándolo sin su consentimiento, jugando con almas inocentes, jugando a Dios con todos ellos... ¡y Harry le perdona como si nada y yo solo soy el maldito que quiere destruirle la vida!


Draco y Remus guardaron silencio, Sirius había vuelto a llorar de dolor e impotencia y no les quedó más que confortarlo con cariño. Sin embargo, el animago no lograba consuelo, le angustiaba aquella situación... Esa noche había tenido un enorme deseo de reconciliarse con Harry, pero verlo de nuevo al lado de Snape le nubló el cerebro, no pudo actuar de otra forma, tan solo quería encontrar un pretexto para salir corriendo de ahí y terminó olvidándose de su regalo.


— No puedo... —gimió sollozando—... no quiero fingir que no pasa nada, no quiero cruzarme de brazos. Aunque Harry termine odiándome, no me convertiré en cómplice de Snape para destruirle a él o a sus hijos.


Me he enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora