Frío de Navidad

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Frío de Navidad





Ron seguía impactado ante las palabras de Viktor, hasta se olvidó de su excitación para hacerle a un lado y enfrentarle directamente.


— Espero haber escuchado mal. —le advirtió sin alterarse—. No te permito que te burles de mí, Viktor.

— No es una burla, hablo con toda sinceridad... Sé que lo has pensado en algún momento, te gustaría tenernos a los dos.

— Sí, pero...

— Si él acepta, yo también.

— ¡No! —exclamó Ron poniéndose en pie, ahora sí empezaba a agitarse.

— Esas relaciones pueden funcionar si los tres estamos de acuerdo, tú lo has visto de cerca con Malfoy.

— ¡Es muy diferente! —exclamó desesperado—. Ellos tres se aman... pero tú no amas a Sebastian ni él a ti.

— Tendríamos que empezar por conocernos primero y sé que tú podrías conseguir que él acepte tratarme.

— ¡Que no! .... Lo conozco bien, y no creo que le guste ni siquiera escuchar la proposición, ni yo me atrevería a hacérsela.


Viktor imitó a Ron poniéndose de pie, el pelirrojo respiró hondo para olvidar el tema, tenía que admitir que le excitaba la idea de estar con los dos... pero también reconocía que le encelaba permitir que Viktor pusiera una mano en Sebastian... o que Sebastian dedicara una de sus bellas sonrisas a Viktor.


No, era en extremo intolerable siquiera pensarlo.


— Debo irme ya. —suspiró el Búlgaro.


Ron se olvidó de sus pensamientos y se arrojó a los brazos de Viktor. Le dolía saber que la probabilidad de no verlo nunca más era inmensa, tanta como su tristeza. Tuvo que morderse los labios para no llorar en ese momento y tan solo estrechó fuertemente de Viktor queriendo grabarse en su memoria la sensación de su piel y su aroma tan excitante.


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Después de comer con Sebastian, Harry se dirigió hacia su siguiente clase, Defensa contra las artes oscuras. Pero antes de llegar, vio a Severus subiendo las escaleras del tercer piso.


El Profesor le sonrió y luego de hacerle una señal para que le siguiera, ambos se detuvieron en un corredor solitario.


— ¿Sucede algo? —cuestionó Harry preocupado.

— No, iba rumbo a las oficinas de Dumbledore para notificarle que me ausentaré este fin de semana, he concertado citas con los medimagos que han atendido a Antonescu y uno de ellos radica en la costa, pero si me lo permite prefiero pasar la noche allá y estudiar las anotaciones que tenga del caso.

— ¿Puedo ir contigo?

— Preferiría que te quedaras a descansar.

— No podría hacerlo sabiendo que estás tan lejos. Por favor, Severus, déjame ir contigo.


Severus rió ligeramente ante el tono meloso con que Harry intentaba convencerlo, no podía negar que le agradaba la idea de llevarlo consigo y pasar unos días en la playa. Harry notó cómo las barreras de su pareja no eran tan fuertes por lo que decidió insistir.


— Por favor, por favor, Sev... —suplicó retozando juguetón—... no seas malito conmigo y déjame acompañarte ¿Sí?

— Eres insoportable a veces, Potter. —replicó fallando miserablemente al intentar adoptar su tono áspero de antaño—. Pero tendrás que ser un niño bueno conmigo.

— Oh, seré buenito, te lo prometo... y esta noche te prometo un masaje.

— Ciertamente un masaje es una buena idea.

— ¡Y con lo que me gusta masajearte! —exclamó el ojiverde deslizando su mano hasta la entrepierna de Severus.


Severus rió pero no le apartó, cariñosamente le abrazó contra su pecho disfrutando de las caricias de Harry, en ese momento supo que definitivamente no iría solo a ese viaje.


— Basta. —le detuvo Severus cuando creyó que estaban a punto de traspasar la línea—. Harry, es hora de que vayas a tus clases.

— Aún tengo tiempo... y tengo tantas ganas de comerte a besos.

— Después. —aseguró interponiendo una mano en el rostro de Harry para que no prosiguiera—. En la noche te espero en mis habitaciones y entonces te haré el amor hasta que me grites que pare.

— Nunca te gritaría que pararas, ahora mismo quiero que me quites la ropa y me claves contra la pared.


Severus rió más fuerte ante la ocurrencia de Harry, y aunque quizá la imagen fuese tentadora, ahora a él mismo se le hacía tarde para su siguiente clase, y aún tenía que hablar con Dumbledore.


— Dijiste que serías niño bueno y ahora te pido que obedezcas.

— De acuerdo, ¿pero me das un beso? ¿aunque sea chiquitito?


El profesor fingió pensárselo unos segundos antes de sujetar el rostro de Harry y depositar un suave roce en sus labios con los suyos. El Gryffindor no tuvo más remedio que sonreír ante el juego de su pareja. Finalmente Severus se despidió y retomó su camino hacia el despacho del Director.


Harry se quedó unos segundos mirándole enamorado, adoraba todo de él, y se sentía hipnotizado hasta por su forma de caminar... ¡lo que no haría por Severus Snape!


Suspiró embelesado mientras se imaginaba el fin de semana que pasarían en la costa, sería como unas mini vacaciones que no pensaba desaprovechar.


Pero al girarse para ir a su clase de Defensa, su sonrisa se borró como por encanto. Sirius estaba parado al final del corredor y en sus ojos grises relucía la reprobación.


— Quien diría que iba a verte rogándole como una sucia ramera.


Toda la felicidad que Harry sentía se resquebrajó en mil pedazos, pero no iba a demostrárselo, Sirius fue quien decidió repudiarlo y entonces no debía sentirse afectado por él. Caminó lentamente como si no hubiera escuchado lo que su padrino había dicho, pero al pasar por su lado, le susurró...


— No sabía que te gustara espiar, es una lástima que esta noche no podrás ver en acción a la sucia ramera.


Harry no se detuvo, continuó su camino con la cabeza en alto, aunque cuando Sirius ya no podía mirarle a la cara, sus mejillas fueron bañadas de un silencioso llanto.


El animago le vio marcharse, dio un par de pasos impulsado a seguirle y retractarse de sus hirientes palabras, pero no pudo. No sabía qué le había provocado a ser tan ofensivo con quien amaba tanto pero de solo pensar en que Harry no había titubeado ni un segundo en preferir a Snape le regresó el orgullo al alma, dolido ante la certeza de que para Harry ni siquiera era merecedor del beneficio de la duda.


Pero a pesar de todo ese resentimiento, en ese momento se odió como nunca en su vida y en un arrebato incontrolable, estrelló su cabeza contra uno de los pilares del castillo.


El dolor fue intenso, lentamente se dejó caer sentado en la inmensa soledad del corredor, dejando que la sangre que resbalaba por su rostro se confundiera con las lágrimas más amargas de su vida.


Me he enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora