Adiós, mi niña dorada

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Adiós, mi niña dorada





Harry condujo a Ron de la mano hasta el Gran Salón. El pelirrojo se dejaba llevar sin decir nada, su mente estaba completamente en blanco, rehusándose a pensar, a sentir, no quería ni preguntar a donde iban.


Los pasillos estaban vacíos, Harry no tenía idea de a dónde habían llevado a los alumnos, apenas podía recordar las exclamaciones de horror que expresaron cuando le vieron entrar al castillo con el cuerpo de Hermione, escuchó unos llantos a la distancia, identificó a Parvati y a Ginny que sollozaron a su paso, vio de reojo como la primera impedía que la menor de los Weasley se lanzara hacia ellos... y ni siquiera le importó el alboroto que se armó cuando la chica se desmayaba al ver muerta a su amiga.


Todas esas escenas las recordaba borrosas, nada le parecía importante cuando en ese momento conducía a su mejor amigo a reunirse con su novia. Todavía llevaba en su mano libre el álbum de Hermione.


Incluso continuaba rogando para que al llegar al Gran Salón le dijeran que todo había sido un error, oraba para que Hermione se hubiese despertado y se riera por haber creído que estaba muerta... En verdad que lo deseaba con todas sus fuerzas.


Cuando puso su mano en las puertas del salón, sintió que Ron se resistía a dar un paso más.


— ¿A dónde vamos? —cuestionó el pelirrojo.

— Adentro está Hermione. —respondió enjugándose otra lágrima más.

— No... Hermione está en su recámara.


Harry suspiró entristecido, no podía culpar a su amigo de resistirse a creer, incluso ni siquiera le había visto derramar una lágrima, sus ojos reflejaban más que nada, incredulidad y recelo.



— Ella murió, Ron. —repitió, y las palabras siguieron siendo tan dolorosas, por momentos ni él las creía.

— ¡Imbécil! —gruñó el pelirrojo zafándose bruscamente—. ¡Deja de decir eso!

— Será mejor que entres y te convenzas por ti mismo.


Harry volvió a tomarlo de la mano, pero otra vez el pelirrojo se rehusó a dar un paso más hacia esas enormes puertas, estaba tan furioso que al querer liberarse, empujó a Harry con más fuerza de la que pretendió. El ojiverde chocó violentamente de espaldas contra la puerta. Aquello le desarmó, simplemente no pudo continuar insistiendo y se dejó caer al suelo, abrazándose a sí mismo, volviendo a llorar desesperado.


— Yo tampoco quiero, Ron. —sollozó temblando histérico—. ¡No quiero que sea cierto, la amo demasiado y me siento tan furioso como tú, pero yo la vi! .... yo la vi.


Las últimas palabras de Harry fueron pronunciadas con una tristeza casi sobrehumana. Ron movió la cabeza negando, pero ya no podía más, por fin sus ojos dejaron escapar las lágrimas que no quería... Extendió la mano hacia Harry para ayudarlo a ponerse de pie, necesita de él para poder entrar a ese lugar.


Solo, jamás tendría el valor.


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Aquella noche nunca fue tan larga y silenciosa en el castillo. Los corredores estaban vacíos, ni siquiera los fantasmas hacían sus rondines de costumbre. Dumbledore decidió que todos los alumnos permanecieran en sus salas comunes, obviamente las clases del día siguiente se habían suspendido.


El anciano Director por primera vez no lucía sus acostumbradas túnicas estrafalarias y sus labios no sonreían condescendientes. Aquellos ojos azules brillaban entristecidos, pero no tanto como otros, del mismo color, y que sentía que el mundo se había acabado para él.


Ron no dejaba de mirar el féretro donde colocaron el cuerpo de Hermione. No quiso que lo cerraran y con frecuencia hundía sus dedos en los largos rizos castaños, deslizándolo por toda su extensión para luego acariciar su brazo. Hermione había sido vestida con un hermoso vestido de encaje blanco, y alrededor de su cabeza relucía una hermosa guirnalda de margaritas.


El pelirrojo apoyó su mentón en el filo de la cubierta de plata con que fue confeccionado el ataúd, sonrió con tristeza al pensar que siempre creyó que Hermione se vestiría así el día en que se casaran, parecía una princesa.


Harry estaba de pie a su lado, sufriendo por la pérdida de su amiga, y sufriendo al ver a su amigo destrozado.


— Que hermosa se ve, ¿verdad? —susurró Ron acariciando las mejillas frías de Hermione con el dorso de su mano—. Pareciera que solo duerme.

— Sí... es la más linda del colegio.

— Se murió, Harry. —lloró Ron sollozante—. Nuestra niña se murió.


Harry se inclinó hasta quedar arrodillado como estaba Ron y así poder pasar un brazo por sus hombros, se le rompía el corazón verlo llorar. Habían perdido una gran parte importante de sus vidas, la parte que le daba ternura y sentido común al trío dorado. Sin embargo, Ron no solamente había perdido eso.


El pelirrojo se giró a abrazar a Harry, hundiendo su rostro en el cuello de su amigo que rápidamente sintió como su piel se humedecía con sus lágrimas.


— Me quiero morir con ella, Harry. —le susurró Ron al oído para que nadie más le escuchara, era una confesión tan secreta, no era salida de un momento de rebeldía o de dolor, era el grito de un amor que se había quedado a medias—. Necesito irme a su lado... ¿cómo llego hasta ella?


Harry no tenía una respuesta a eso, y no podía pedirle que se olvidara de tales deseos, pero el solo pensamiento de quedarse también sin Ron lo llevó al borde de la angustia. Abrazó más fuertemente a su amigo, rogando en silencio para que pronto pudiera volver a recobrar el ánimo de vivir.


Me he enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora