Capítulo 1

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Capítulo 1:

A este desastre llamado "vida"

Cuando entré en la carrera de medicina lo hice con un montón de sueños e ilusiones. Añoraba ser la chica inteligente de mi clase y tener las mejores notas. Graduarme con honores para así al final poder ayudar a otras personas con mi vocación de servicio.

Ahora solo quiero que me pise un camión.

Estaba que me llevaba de la madre todos los sentimientos que tenía dentro de mí. Por más que me esforzaba, nunca tenía el efecto esperado y ha hecho de que me las vea canutas mientras estoy estudiando.

Pero había llegado la hora y me encontraba en mi primer día de residencia médica. Lo que era un regalo ya que pensé que este momento nunca llegaría.

Solo que el día empezó muy, pero muy mal.

Ayer celebré con mi mejor amigo Eli y mi compañera de piso que por fin habíamos entrado al internado, era como un regalo del cielo y la cercanía de ser especialistas. Pero se salió de control y bebimos, bebimos mucho.

Para inri, mi despertador no sonó y me levanté porque me llamó mi padre para darme suerte. No comí nada, me dolía la cabeza y tenía una taza de café que se desparramó en mi uniforme cuando me choqué con un vecino lo que obligó a que me devolviera y tuviese que cambiarme para salir de forma apresurada.

El taxi donde iba se averió y al final llegué con una hora y media de retraso. Una hora y media en mi primer día cuando se suponía que debía de conocer a mi tutor.

Joder.

Salí del taxi y corrí por los pasillos del hospital como si los perros del infierno me estuviesen pisando los talones. Necesitaba llegar a Medicina Interna para ayer. Sentía que me iba a dar una hipoxia, me estaba ahogando, pero es que el ejercicio y yo no somos amigos. En un apocalipsis zombie, si tenía que correr por mi vida, me matarían al primer minuto porque no llegaría muy lejos corriendo.

Cuando al fin llegué, casi que canto un Ave María, quizás lo habría hecho si no estuviera ahogándome por la falta de oxígeno por mi carrera despavorida por el hospital. Estando allí, vi a varios de mis compañeros portando el uniforme verde y yo tenía un color lila que usaba para las practicas extraoficiales, pero que no era el reglamentario. Sí, definitivamente era el peor día de mi vida.

Había un hombre hablando, no le presté atención a nada de lo que decía y solo comencé a acomodar mi carnet como si mi vida dependiese de ello y en un vano intento de tapar mi uniforme con la bata blanca, lo que era complicado. El maldito pantalón se veía por completo.

—¿Terminó de acomodarlo o no le dio tiempo en la hora y media tarde que llegó, señorita Taylor?

Sentí que el alma se me iba, que me elevaba. Toda la atención estaba puesta en mí y yo solo quería desaparecer.

Había mirado solo a mis compañeros, pero no me había atrevido a alzar la cabeza para ver al hombre que me hablaba. Llámenme cobarde, pero yo prefería tomar unos segundos para prepararme para el regaño ya que no podía huir, que era lo que quería en realidad.

Al fin levanté la mirada para encontrarme con los ojos castaños de mi ahora inquisidor. Había un enojo en su mirada que sabía que significaba problemas. Ahora si la había acabado de cagar. Todo el tiempo lo hacía.

"Ahí te voy, San Pedro" pensé para mí. Pero también noté lo joven que era.

No podía tener más de treinta y cinco años. Era alto, metro noventa sí no me equivocaba, el cabello por completo de color castaño y largo agarrado por una coleta, la barba cortada en candado de forma perfecta. Era guapísimo.

Malas EnseñanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora