Capítulo 18

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Capítulo 18:

La suerte es para los tontos

Me encontraba en el stand de enfermeras mientras revisaba los análisis de un paciente que le daría el alta en las próximas horas, cuando sentí que una figura muy alta se disponía al lado mío tapando la luz y arropándome con su tamaño.

Me giré sin poder creer que fuera él.

—¿Qué hace usted aquí? Tiene por lo menos dos semanas más de reposo.

Cruzó sus brazos sobre su pecho. —Un día más en mi casa y terminaba el trabajo del pandillero.

—No puede ser tan insensato. —las enfermeras me vieron decir eso y un rubor se posó en mis mejillas—. Deberían encerrarlo. No está bien todavía.

—¿Preocupada, Taylor?

Quise bufar y mandarlo a un lugar nada bonito, pero me controlé para evitar que esto se saliera de mis manos desastrosas.

—No quiero empezar con otro tutor —dije como si no me interesara.

Pude jurar que casi se rio, pero como siempre se mantuvo estoico. Ahora pienso que esa vez que oí sus carcajadas fue falso, algo producto de mi imaginación, porque este hombre que estaba aquí delante de mí no parecía muy emocionado.

—Mi herida está cicatrizando y ya tengo puntos en donde no los habían puesto. Así que aquí estoy, listo para trabajar.

Se veía bien, no parecía a las puertas de la muerte pero yo no podía estar segura con él, ya que me recordaba a cierto persona que conocía muy bien desde que nací. Es decir, yo misma.

—Debería estar en su casa. No aquí.

—Taylor, seguiré aquí. Así que preséntame los casos.

Negué cerrando la historia que leía.

—Ya la revista pasó.

—Fue antes de que yo llegara, ahora quiero que me digas un resumen de cada uno.

—No sé si se lo han dicho, pero usted es insoportable.

Las enfermeras miraban de lado a lado. —La gente me dice todo lo contrario siempre. Me canta alabanzas.

—Yo tengo otro tipo de Dios —contesté encogiéndome de hombros.

Era una batalla campal como siempre. Nuestras miradas estaban en esta lucha de quien era más fuerte de los dos. El alfa en esta situación. Ambos teníamos temperamentos demasiado fuertes. Y esto me recordó un libro que leí que decía que este era el juego del odio. Y vaya que si.

—Presenta los casos. Vamos.

Lo seguí porque sabía que no me dejaría en paz.

Pasamos a la primera habitación y comencé a hablarle de los pacientes que estaban allí. Medicamentos y demás. Lo hacía en modo automático porque mi atención estaba puesta en él hombre que yo no debía ni de mirar. El mismo que con su computador pondría mi nota y me haría tener mi título de internista.

Parecía sano, no había resquicio del malestar causado por la herida. Se veía saludable, con fuerza y descansado. La verdad es que no parecía que hubiese salido afectado por su herida. Le dieron de alta un día después de que me ayudara con el caso. Huyó a la primera oportunidad.

Ese día se porto bien y salvamos la vida del chico. Tenía una miocardiopatía dilatada causada por los antineoplásicos que tenía. Le derivamos a un Cardiólogo y en unos días estaría rumbo a Estados Unidos para un nuevo tratamiento.

Malas EnseñanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora