Capítulo 22

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Capítulo 22:

Caos

Marzo dio paso a abril. Las calles ya no tenían ese manto blanco de nieve que las cubría y la primavera llegaba, dándole color a todo de una hermosa manera. Un mes había pasado desde que pasó todo el asunto con mi paciente y he estado tratando de hacerme a la idea de lo que ocurrió ese día, pese a que la primera semana lloré en cada minuto de que podía.

Yo había estado triste en esos días y el invierno solo daba paso a que me sintiera peor. El ver de cerca las consecuencias que podría traer mi enfermedad me dejaban con tristeza, dolor y miedo. Pero era peor la sensación de pensar que pude haber hecho más.

Solo que sobreviví por una única persona.

Ese día logré llevarlo porque quien me consoló era el mismo que siempre me decía que me faltaba, pero que se portó como la mejor persona del mundo. Pensé que me diría que la cagué, que el chico se murió por algún error mío, solo que no había sido así. Me sostuvo mientras mi mundo se estaba tambaleando.

Me abrazó y me dijo unas palabras que me repetía para mantenerme fuerte.

Yo no había querido ni verlo, me miró en una situación vulnerable, en donde yo me encontré mal. Yo no pensaba y ese ataque de pánico fue lo peor que había pasado en mucho tiempo. Y supo cómo ayudarme.

Y eso lejos de gustarme me daba miedo.

Porque yo no podía desarrollar ningún sentimiento hacia una persona de la que estaba aprendiendo a ser médico. El hombre que básicamente era mi profesor, que yo dejara crecer un enamoramiento platónico sería para mí una desgracia. Era imposible.

Yo era su alumna, él seguía amando a su esposa muerta. Prohibido de todas las formas.

En el hospital todo había ido bien, no me he tenido que encontrar con la estúpida de la Whitman porque estaba de permiso y Stone no ha sido tan mierda como cuando inicié. Todavía era serio y no se reía, pero al menos no me veía como si quisiera que estuviera lejos. Siempre trabajaba con él y cuando estaba de guardia por emergencia me tenía cerca enseñándome nuevas cosas.

Como tenía el día libre y ya no estaba haciendo un frío desgraciado, tomé una mochila y cambié mi pijama por leggins y sudadera. Ya que estaba bastante sedentaria. Así que teniendo todo listo fui rumbo a mi clase de baile que tenía casi por olvidada para siempre.

Con lo de mi enfermedad me dijeron que yo debía tener una actividad diaria para poder estar mejor de salud. Fue difícil, lo único que yo había hecho por mi cuenta fue estar en clase de zumba y más nada. Porque ningún deporte y yo nos llevábamos bien. Y bailar me gustaba, solo que no lo podía hacer profesionalmente.

Sí, yo tenía un sueño frustrado y era ser bailarina de Ballet. Mi hermana si pudo, pero yo no. Pasé mucho tiempo descompensada y en clínicas que la edad idónea para hacerlo se me pasó. Además, no había el tiempo para meterme. Mi padre estaba solo y trabajaba todo el día para ayudarme con los gastos médicos, lo que hacía imposible que me llevaran a clases.

Pero ya estaba grande para pensar en esas cosas.

Me metí en mi clase y saludé a mi instructora. Ella me miró divertida y solo pude guiñarle un ojo. Ella sabía que mi profesión era dura y que habría día en que no me aparecería, pero este fue el mayor tiempo en que yo no vine. La residencia era una jodida mierda.

—Dichosos los ojos que te ven —exclamo Amber, la profesora cuando se me acercó a saludarme.

—Y mucho fue que vine, podría estar durmiendo. —se rio y yo fui a guardar mis cosas para esperar a los demás a que llegaran.

Malas EnseñanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora