Capítulo 50

5.6K 578 82
                                    


Capítulo 50| El lugar al que pertenezco

Había pasado la tercera ronda y si hacía rato sentía que mis huesos eran de gelatina, en este momento aún más. Yo agradecía no tener que ir a trabajar mañana, porque no podría caminar como un ser humano normal. Cuando diera dos pasos en el hospital todo el mundo sabría qué tuve una noche movida y no precisamente por ir a bailar.

¿Dónde estuvo este hombre toda mi vida?

No entendía el motivo de que hoy me estuviera follando como si su vida dependiera de ello. No me quejaría, pero me hacía tener preguntas. Solo que algo me decía que él no las contestaría. Sobre todo, porque nosotros no teníamos ese tipo de relación.

Había oscuridad en él, pero lejos de alejarme, solo quise acercarme más y darle algo de luz y color.

Ninguno de los dos había dicho algo después del último orgasmo compartido. Yo estaba abrazada a su pecho desnudo, ambos nos hallábamos sudados, pero no habíamos hecho todavía algún movimiento de darnos una ducha. Era increíble que luego de haber pasado casi un año sin sexo, la vida me hubiese mandado este tipo que parecía no cansarse.

Aunque si lo ponía en perspectiva, el hombre tenía que retomar el tiempo perdido.

Ese era otro tema que no habíamos tocado. No hemos conversado de su esposa, yo quería preguntarle, saber el motivo de su fallecimiento, si tuvieron un matrimonio feliz o no. Sabía que la había amado, de eso no me cabía la menor duda y me pregunté cómo debía de sentirse querida por él. Algo me decía que este hombre no era ni la sombra de lo que fue antes de la muerte de su esposa, y pese a que quería conocer de él, no iba a preguntar sabiendo que lo que podía conseguir era que cerrara más.

Lo que Gabriel causaba en mí no lo había hecho nadie. Y eso me tenía más allá de la preocupación.

Sentí su mano acariciando mi espalda desnuda y los pensamientos lógicos pasaron a un segundo plano, enfoqué mi mirada en sus ojos. Parecía otro al hombre que conocí en el hospital, sin embargo, notaba que estaba cerrado, no había ni una ventana a sus pensamientos.

—¿Todo bien? ¿Estás mareada?

Dado la actividad física que había hecho, debería estarlo, pero no era el caso. Entre la segunda y tercera exploración me dio de cenar. Siempre preocupándose por mí, tanto que me daba ganas de llorar, porque esa era mi debilidad. Mi enfermedad alejaba a la gente de mí y que este hombre, tan rudo, tan autoritario fuera conmigo así de cuidadoso me dejaba en peligro de un gran corazón roto.

—Estoy bien, solo reponiendo fuerzas.

Había tenido sueño, pero luego de que mi cabeza comenzara a buscar explicaciones lógicas a lo que estaba sintiendo, este cansancio se me esfumó y quedó nada más que la preocupación. El no saber si de verdad estaba tomando la decisión correcta con todo esto.

Estaba aterrada.

—¿Segura?

Era increíble cómo él podía leer mis silencios. Los entendía, sabía que algo pasaba. ¿Cómo pretendía este maldito hombre decirme que no me enamorase de él? Poco a poco mis sentimientos por Gabriel iban creciendo, y eso me tenía por completo ansiosa. Porque él dijo que no quería eso conmigo.

Dijeron arriba las estúpidas y yo salté más alto que todas.

Yo jugué con el vello de su pecho buscando distraerlo. —Todo bien, solo me dejaste temblorosa.

Escuché su risa y el sitio donde estaba mi corazón sintió un calorcito. Nunca me acostumbraría a escucharlo tan relajado. Él parecía que tenía el mundo sobre sus hombros y cuando estaba conmigo, parecía otro, más sosegado y tranquilo.

Malas EnseñanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora