Capítulo 68| A corazón abierto
Decir que dormí sería una completa y rotunda mentira. Cabeceaba en la cama y me despertaba una y otra vez pensando en la única persona que no quería que se fuera mi cabeza, pero me era imposible. Ya no sé qué hacer conmigo.
La noche anterior a su llegada había pensado que podría pasar página fácilmente, pero de nuevo la vida venía y me daba mi maldita patada de la realidad y me tenía aquí. Cerca de la criatura de mis angustias. Pero qué pecado cometí en otra vida para que estas cosas me pasaran.
Me levanté a duras penas de la cama y me di una ducha. Cambié mi sitio de inserción del catéter de la bomba y coloqué un vial para el día. Mudé de lado el censor en mi brazo. Y me dispuse al fin a comer lo que debía según mi régimen por la diabetes. Todo perfectamente cronometrado, como llevaba tantos años haciéndolo. Tanto que lo podía hacer de forma autómata.
Al mirarme en el espejo notaba mis ojeras y gemí de frustración. Es que esto no podía ser posible. Apenas tenía un día aquí y ya yo no podía dormir por su culpa. Siempre me robaba el sueño, como mi jefe, como su amante y ahora como lo sea que fuéramos ahora.
Pregunté por mensajes cómo fue la evolución del doctor Hill durante la noche y no hubo ningún cambio. Se mantenía en condiciones clínicas estables. Al menos era algo bueno.
Me vestí para ir al gimnasio. Estuve a nada de dejarlo de lado por hoy, pero me dije que no. No iba a perder mi hábito por su llegada. Así que en contra de lo que quería me hice una coleta y salí rumbo al gimnasio. Estando ahí vi a todas las personas en el zumba, me hubiese gustado, pero no estaba de ánimos para algo tan alegre, así que me acerqué a la caminadora para calentar un poco.
Cuando tenía al menos cinco minutos, sentí que alguien se colocaba en la máquina de al lado. Y cuando me gire quise desaparecer. Casi me caigo y no lo hice porque paré al aparato antes de irme contra el suelo.
¿Cómo era posible?
—¿Qué demonios haces aquí? —pregunté molesta.
—Estoy ejercitándome. —dino Stone como si nada.
Mi cabeza iba a explotar en algún momento de esta semana. —Sabe que eso no fue lo que le pregunté.
—Este es el gimnasio al que iba antes de irme de Toronto.
¿Pero cómo?
—Tiene que ser una jodida broma — mascullé molesta con él, conmigo misma. Yo desconocía por completo ese hecho. De haberlo sabido ni siquiera hubiera pisado este lugar.
Lo miré, él tenía la misma expresión impávida de siempre. Esa que no me indicaba en lo absoluto de sus pensamientos. ¿Él había sentido algo cuando me vio? ¿O solo era la sensación de culpa por haber lastimado a la pobre residente que suspiraba de amor por él?
En este punto no sabía que podía ser peor.
Quería tomar mis cosas y salir de aquí, pero luego lo pensé muy bien. Yo tenía una vida, no podía huir cada vez que lo viese pese a que era lo que más quería hacer. Si le molestaba mi presencia podía irse él.
Cómo ya había calentado, procedí a pasar a un banco para hacer abdominales. Intenté que mi cara no se fuera hacia ese lado donde él se hallaba, mucho menos buscarlo como si mi vida dependiera de ello. Yo ya no era su fan. Él era todo lo que me destruyó en la vida.
Pero no podía negar que él seguía igual de atractivo y que la manera en que su suéter marcaba sus músculos me llevó a recordar la manera en que me rodeaba con sus brazos. La forma en que me consolaba cuando todo parecía ser demasiado grande para mí.
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Malas Enseñanzas
RomanceSe suponía que todo iba a ser sencillo. "Se suponía" Pero como siempre, todos mis planes eran una porquería. Yo comenzaría mi residencia médica y terminaría mi especialidad, mis metas iban viento en popa y era lo mejor de todo. Haría lo que fuese n...