Epílogo 2

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Bueno, llegó el momento que más esperaban. Nuestro hombre narrando. Espero les guste. 

Gabriel's versión

La miro dormir, ella está ajena a mis pensamientos, relajada por completo y yo solo podía verla con esa mezcla de embelesamiento y amor. Agradecido que estuviera a mi lado, que me permitiese estar cerca suyo. Amándola.

Era un hombre afortunado. Nunca me cansaría de agradecer al universo, al cielo, a Dios, la vida, cualquier entidad que me hubiese otorgado tal milagro de tenerla en mi vida. Avery cambió mi existencia para mejor. Me dio un norte que no sabía que necesitaba hasta que ella llegó con la fuerza de un terremoto a desestabilizar mi alrededor.

Me era difícil poner en palabras todo lo que Avery causaba en mí, pero si de una cosa estaba seguro es que la amaba de una forma en que nunca había amado a nadie. Ella llegó para iluminarme con su luz, y sentía que no la merecía. Sin embargo, haría todo lo posible para que ella siguiera aquí conmigo.

Sentí que ella se removía en sueños, escuché que su teléfono empezaba a sonar y sabía lo que significaba. Comencé a acariciar su mejilla para que despertara, y aunque me sabía mal quitarle su sueño, tenía que hacerlo.

—Maldita sea —espetó.

—Sabes que no puedes huir de eso —abrió los ojos y me perdí en su mirada azul—. Vamos.

—Quiero quedarme aquí —dijo bostezando.

Le di la vuelta y quedó debajo de mí. No tardé demasiado en llevar mi boca a la suya. Y como siempre fue como regresar a casa luego de una interminable guerra. Tocarla para mí era mi deleite, era mi ambrosía. Su piel era un mapa que adoraba explorar.

Sentí que sus piernas me envolvieron y como me atrajo con sus brazos para quedar más cerca. Pero tuve que alejarme. —Tienes que comer.

—Estoy bien. Solo es la alarma.

—Y cuando dices eso es porque debo preocuparme —dejé un beso en su frente y me levanté de la cama llevándola conmigo en brazos.

Ambos fuimos al baño en donde lavamos nuestros dientes. Y ella estaba sonriente, yo me sentía tal cual Alfalfa suspirando por su amada Darla. Pero no estaba mal. Me gustaba tener esta intimidad con ella. Que hasta lo que parecía cotidiano, se sentía como una experiencia nueva y especial solo porque ella estaba junto a mí.

La dejé sentada en el desayunador. Y sentía que mi polla no podía quedarse tranquila en su presencia por esa imagen, pero sabía que no podía intentar nada mientras estuviera así. Sus manos temblaban por su glucosa baja, por lo que le pasé sus gominolas para esos casos.

—Maldita diabetes —me reí, pero era inevitable no sentir ternura por ella.

Estaba vestida con una de mis camisas, su pelo estaba en una trenza desordenada, pero su rostro tenía un brillo hermoso. Me gustaba no tener que esconder lo que sentía por ella. Ese tiempo alejados para mí representó el infierno. Una época donde no estaba orgulloso de mi comportamiento en ese tiempo. Meterme en peleas innecesarias en bares, beber hasta dejar mi hígado como una mierda no era algo de lo que pudiera alardear.

En mi tiempo más bajo fue cuando decidí que la terapia era lo mejor que podía hacer por mí. De manera simultanea me maté a trabajar para evitar pensar en que había perdido lo mejor de mi vida.

Dejé sobre la mesa café y leche, además preparé un sándwich que no tardó en comer. Disfrutaba verla alimentarse y solo podía pensar en la horrible persona que fui cuando ella comenzó su residencia conmigo. Ella se esforzaba mucho y no lo vi. Pudo haber enfermado peor y por mi absoluta culpa.

Malas EnseñanzasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora