Marzo de 1947.
Un año cuatro meses.
Ya no me permiten salir al exterior, la gran mayoría del tiempo me encuentro dentro de mi celda. Un guardia es el encargado de traer las tres comidas que me proporcionan durante el día. Le exigí al general que me permitiera limpiar el jodido chiquero en el que estoy, accedió con la condición de que cinco soldados me vigilaran mientras interpretaba el papel de sirvienta y mayordomo. Lave y limpie todos los muros y el piso además de que retire toda la naturaleza que se adherido al techo.
<< La humedad disminuirá bastante al igual que el frio>>
Todo este tiempo de dedique a reafirmar los conocimientos que he adquirido a lo largo de mi vida. Abigail me obsequio un enorme libro en blanco para que lo usara de la mejor manera. Plasme en más de cien hojas todo lo que me enseño mi padre durante el tiempo que fui su discípulo, después comencé a registrar todo lo que hice con Mengele. Me falto papel así que nuevamente le pedí a la bella mujer que me visita a diario que me trajera más. Hasta el momento llevo cinco tomos completos y aun no llevo ni la mitad de todo lo que deseo conservar.
Por las tardes hago ejercicio de fuerza con mi propio peso, mantengo mi musculatura no al tamaño con la que creció cuando levantaba pesas pero sencillamente estoy bastante bien para estar en la prisión. El cabello y la barba me crecieron bastante, le he pedido a Abigail una navaja para rasurarme pero antes de entrar a verme los soldados la revisan así que no puede meterla entre su ropa para dármela de contrabando. La mayoría de las veces los guardias mantienen la puerta abierta para escuchar la conversación.
—¡Te tengo una buena noticia! —dijo Abigail en cuanto se abrió la puerta.
—¿Qué? —me coloque la camisa.
—El general me permitió traerte una navaja para que te quites esa barba castaña con tonos rubios que tanto te hace ver como un viejito —sus mejillas se sonrojaron cuando comenzó a reírse.
—Gracias por el cumplido —extendí la mano para que me diera el instrumento.
—No señor, debere hacerlo yo misma... esa fue la condición del general —acerco la silla que estaba en una esquina para que tomara asiento.
—¿Sabes cómo hacerlo?
—Eso es obvio Cyrille —coloco agua en un recipiente y tomo el jabón que descansaba en una repisa junto al lavamanos.
Humedeció mi barba para poder llenarla de la espuma que hizo con el jabón. Incline mi cabeza hacia atrás y deje que ella hiciera todo el trabajo. El filo de la navaja acariciaba con lentitud mis mejillas cortando todo el bello. Confié en lo que las manos de la bella mujer hacían en mi rostro. Poco a poco el recipiente con agua se fue manchando de color marrón. Estaba a punto de terminar cuando un mal movimiento en la posición de la hoja me roso la piel del cachete izquierdo.
—Lo siento —dijo apenada. Corrió a buscar un pedazo de tela para mojarlo con agua y limpiarme el rasguño —Perdóname Cyrille, no sé qué me paso.
—No te preocupes —me limpie la sangre que se deslizaba con la tela blanca —¿Te falto algo por afeitar?
—Sí, un poco de bello que está por debajo de la mandíbula —sus manos temblaban.
—Dame la navaja para terminarlo —con duda me entrego el ligero metal. Me toque la parte que faltaba por afeitar y con rapidez me quite el resto del bello. Abigail me miraba con la boca abierta al igual que sus ojos — ¿Sorprendida?
—Sí, tienes bastante maestría haciendo eso.
—Es solo practica —lave mi rostro con agua limpia.
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Voraz.
FantasyDurante la época de 1933 el coronel Cyrille Leroy se enfrenta a innumerables cuestiones personales, pero al encontrarse con una bella mujer de piel como la noche queda fascinado con la elegancia de su personalidad. Jamás se imaginaria que su vida c...