Capítulo 81.

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Marzo de 1952.

El personal que contrate para que construyeran un laboratorio en el sótano de mi casa está haciendo un buen trabajo, ya que en un par de meses avanzaron considerablemente. Analice toda la situación que me dijo la madre de Abigail y sin duda alguna es un buen comienzo si deseo modificar el rumbo de la medicina actual.

Todas las noches me la paso concentrado buscando datos entre infinidad de libros que hablan de la reproducción humana, los comparo con las notas y los conocimientos que poseo, llegando a formar un expediente lleno de nuevas alternativas para crear un vientre artificial. No he descuidado mi trabajo y sigo pendiente con la información que me proporciona el general. Por la mañana tengo que acudir a la base para recibir el entrenamiento adecuado y continuar con el equipo de francotiradores que ahora me asignaron.

<< Voy a explotar de tantos pendientes>> 

—¿Qué es lo que hacen en el sótano? —dijo Esther cuando llego a la casa en compañía de su hijo.

—Hola Cyrille —dijo Matthew.

—Que tal —le respondí al niño —. Están haciendo un laboratorio.

—¿Para qué?

—Tengo un proyecto en puerta —dije sin mirarla.

—Pensé que ya habías dejado la medicina a un lado —frunció el ceño.

—Nunca podría hacer eso.

—¿Qué es lo que pretendes hacer?

—Es mejor que no lo sepas, son cosas confidenciales del ejército.

—¡¿Nuevamente vas a experimentar con humanos?! —su tono de voz era molesto.

—Tranquilízate y no levantes la voz —dije con calma —. Si te molesta lo que hago y a lo que me dedico la puerta es muy grande para que te marches.

—¿Qué te sucede? ¿Por qué me dices eso?

—Cuando te acostaste conmigo lo tome como algo formal. Me aceptaste tal y como soy, así que te pido que respetes lo que hago y no cuestiones mi manera de ser —la mire a los ojos —. Sabes muy bien la calidad de hombre que tienes a tu lado y aun así te colocas una venda en los ojos para negar todo lo que tenga que ver con mi vida y mi pasado.

—Claro que te acepto tal y como eres, pero no quiero tener infinidad de cadáveres en mi casa, ni mucho menos pasar por lo mismo que viví en los campos.

—Te aseguro que ni siquiera vas a notar que estoy trabajando.

—¿Lo prometes Cyrille?

—Tienes mi palabra —bese el dorso de su mano.

—Invite a cenar a la casa a varios compañeros de mi trabajo.

—Mmh —pellizque el puente de mi nariz.

—Solo compórtate —me abrazo.

—Siempre lo hago —suspire —. Ya sabes que no me gusta estar rodeado de tantas personas.

—Ya lo sé, solo serán treinta invitados.

—¡¿Qué?! —la vi caminar en dirección a la puerta —. Van a impregnar el aire con sus asquerosos olores.

—¡Colócate un algodón con alcohol en la nariz! —dijo sonriente.

—¿Desde cuando haces bromas? No eres buena para hacerme reír.

Es ridículo que esta mujer quiera hacer lo que le plazca sin ni siquiera informarme de sus dementes planes. Desde que estuve en prisión durante muchos tiempo me acostumbre a estar solo y ahora me cuesta un poco más de trabajo acoplarme a las exigencias de un pequeño que quiere atención las veinticuatro horas del día y los siete días a la semana, sin mencionar que la dama con la que comparto alcoba se la pasa deslechandome como a una jodida vaca, según ella necesita quedar embarazada lo más rápido posible y la verdad, adoro coger toda la noche pero no creo que la llegada de un bebé sea lo mejor para esta relación.

Voraz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora