Capítulo 87.

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—Buenos días, Mengele —cerré la puerta con seguro.

—Aléjate de mí —jalaba con fuerza los grilletes intentando huir ya se había sangrado las muñecas y los tobillos.

—¿Cómo te sientes el día de hoy? —perfore su vena para poder suminístrale el suero.

—¿Qué me vas a hacer? —comenzó a llorar —. Déjame ir por favor, Cyrille, ten piedad de mí.

—No debe de ser fácil para un doctor como usted ser el ratón de laboratorio —me coloque los guantes y un cubrebocas.

—¡Déjame ir! —sus gritos son desgarradores.

—Nos vamos a divertir Mengele, no arruines nuestro momento —tome un bisturí y mire a mi víctima.

—¡No te acerques! ¡Aléjate! —gotas de sudor cubrieron su frente —¡Ayúdenme por favor! —gritaba a los cuatro vientos.

—Nadie puede oírte —el filoso instrumento se sumergió en la delgada piel de su rostro, dibuje las líneas guía alrededor para marcar el perímetro donde trabajaría. Las gotas rojas comenzaron a salir y fue entonces que procedí a cortar con calma toda la carne procurando que el idiota que gritaba desgarrándose la garganta sufriera lo suficiente. La mascara iba saliendo poco a poco, los parpados se desprendieron fácilmente dejando expuestos sus redondos ojos, una parte del tabique nasal y del cartílago fue retirado al igual que las fosas nasales, tuve que cortar las mejillas con cuidado para no perforarlas, sus amarillentos dientes se veían asquerosos cuando le arranque los labios... toda la horrenda cortina que cubría al monstruo fue puesta en un frasco de formol.

—Mal...maldito —los ojos de Mengele se estaban secando, así que procedí a colocarles unas cuantas gotas de lubricante.

—No voy a dejarte morir —las delgadas mangueras de oxígeno las asegure detrás de sus orejas para que no se movieran.

Esparcí un ungüento en lo que alguna vez fue su rostro, cuando termine vende toda el área y me asegure de inyectarle un antibiótico que evitaría que la enorme herida se infectara. Tome muestras de su sangre para revisarlas en el laboratorio. Deje a Mengele sufriendo y sollozando de dolor, no tengo intensiones de colocar ni una sola gota de anestesia en su sistema. Con el frasco en mis manos camine hasta la oficina del general, abrí la puerta sin tocar y deje caer el frasco encima de su escritorio.

—¡¿Qué carajos?! —se puso de pie con brusquedad.

—Ya tienes su rostro.

—¿Lo asesinaste?

—No, Mengele esta con vida.

—No puede ser —cubrió su cabeza con sus manos — ¿Cuándo lo asesinaras?

—No lo sé —me cruce de brazos —. Quiero doscientos mil, ya te entregué su asquerosa piel. El gobierno puede estar seguro de que Josef Mengele va a morir.

—Está bien —dijo asustado —. Puedes retirarte.

Regrese a mi casa y parecía que todos se encontraban en un funeral. El mayordomo me ayudo a llevar la maleta hasta mi habitación, Esther me miraba con odio y una pizca de cariño, me atreví a besarla en los labios, pero tal gesto le incomodo en demencia.

—Quiero hablar contigo —me siguió por todo el pasillo.

—¿Sobre qué? —me quite la camisa cuando entre a mi alcoba.

—¿Qué significa todo el dinero que ocultaste en la caja fuerte?

—Solo es dinero, no tiene nada de extraño —me quite los pantalones.

—¡Cyrille! —dijo enojada — ¡Son francos franceses!

—Viaje a Francia mujer ¿con que moneda crees que pague todos los servicios?

Voraz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora