Capítulo 99.

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17 de enero de 1956.

Varsovia, Polonia.

No me agrada respirar el aire de esta tierra, tengo la sensación de que la sangre que se derramo sobre estas reconstruidas calles esta maldita, no solo por la extensa lucha que tuvieron que pasar sino por algo más que se oculta entre las pequeñas casas.

La sociedad polaca es muy unida y adoran sus costumbres y tradiciones, son características que los hacen diferentes a cualquier otra nación. Con paciencia contemplo a los seres que pasan casi corriendo frente a mí, debo estar muy atento a los caballeros con abrigos negros, alguno de ellos me llevara hasta la persona por la que he venido. Encendí un cigarrillo y esperé recargado en un muro la presencia del responsable de mi traslado.

—Bienvenue, Monsieur Leroy. Rejoignez-moi s'il vous plaît —un joven francés se acercó a mí y levanto mi maleta. Me guio hasta un auto donde se encontraban cinco caballeros vestidos de negro.

Fue un viaje de dos horas, la puerta de la enorme mansión se abrió cuando el conductor presiono el claxon. Extensos arboles custodiaban la diminuta carretera por la que transitamos hasta llegar a la espectacular fuente que nos dio la bienvenida. Descendí del vehículo y me sorprendió ver el rostro de Juliette.

<< Como me gusta su sonrisa>>

—Señor Leroy, es un gusto recibirlo en mi casa.

—Señorita Legrant —bese el dorso de su mano.

—Acompáñeme por favor, tenemos muchas cosas de las que debemos hablar —subió las escaleras y seguí sus pasos muy de cerca. Por un momento pensé que me llevaría hasta la biblioteca o al salón de la residencia, pero me gusto el sentido que tomo la bella mujer al guiarme hasta sus aposentos —. Aquí estaremos más cómodos.

—Quítate la ropa —le dije mirándola a los ojos. Al principio me reto con las dos preciosas esmeraldas que decoran su rostro —. A esto me trajiste hasta tus aposentos ¿no es así? —sonreí de lado —. Haz lo que te ordeno.

—¿Con que derecho me pide eso? —deslizo los guantes por sus dedos para quitárselos.

—Tengo todo el derecho de fornicarte cuantas veces quiera si harás conmigo lo que te plazca, al menos concédeme el privilegio de poseerte mientras charlamos las cláusulas que deberé firmar entre tus piernas —me quite el abrigo y desabotone mi camisa.

—¿Es un capricho suyo? —se quitó las zapatillas y las medias.

—No, claro que no —deslice el cinturón mientras que ella arrojo su vestido a la silla —. Usted es un privilegio que pocos pueden tener y yo quiero ser uno de esos hombres que han probado las delicias de las mieles que escurren por sus piernas.

—Ven y demuéstrame que tan cabron eres —se quitó el sostén y las bragas. Fue entonces que la sujete del cuello y me acerque a su rostro.

—Soy más que un simple cabron, soy la bestia que ha provocado la humedad de tu sexo —roce sus labios con los míos —. Esto... —sujete su mano y la lleve hasta mi pene erecto para que sintiera la enormidad —. Esto, mi amor, va a destrozarte el coño.

—Que rico —lamio mis labios.

<< Perversa... así como me gustan>>

Con sus manos en mi pecho me arrincono hasta que mi espalda toco el muro, enseguida se inclinó y sujeto mi pene con una de sus manos, abrió la boca y su lengua rozo la cabeza de mi virilidad, fue una sensación tan placentera que instintivamente relaje todos los músculos de mi cuerpo. Hilos de saliva salían por los bordes de sus labios cada vez que mi verga se hundía en lo más profundo de su garganta. Era toda una maestra en el arte del oral, su cavidad se estrechaba cada vez que succionaba con hambre el pedazo de carne que tenía entre los dientes. Con pequeñas mordidas en la delgada piel de mi miembro me encendía el lívido cada vez más. El vaivén de su cabeza era extraordinario y no dude en enredar mis dedos entre su sedosa cabellera guiándola en movimientos cada vez más rápidos. Mientras ella chupaba toda la longitud yo me encargue de mover la pelvis para quitarle el paso del aire en cada estocada. Derrame mi semen entre su rosada lengua, el orgasmo que consumió mi cuerpo me dejo sin aliento por varios segundos. Juliette saboreo la espesa leche que pinto de blanco sus labios.

Voraz.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora