Sentiment Ètrange - Las canciones que te hacen en mi | ALBALIA

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Esa mañana no tenía ganas de levantarme de la cama. Me había despertado hacía ya unas horas, pero ni siquiera me molesté en abrir los ojos o levantar la cabeza del pecho de Natalia, quien me estaba envolviendo en sus brazos. Sabía que ella también estaba despierta. Se despertó unos minutos después que yo, me dejó un tierno beso en la cabeza y empezó a acariciarme la espalda lentamente. no lo vi porque no levanté la mirada, pero sabía que ella también tenía los ojos cerrados. Y así estuvimos varios minutos, no sé cuántos, de hecho, no los conté. Ella no dijo nada, yo tampoco dije nada. Creo que sabía que estaba pensando en algo, o en 'algos', aunque no sabía qué, y me dio el tiempo de tranquilidad que necesitaba en ese momento. O simplemente tenía miedo de decir algo y que entonces empezáramos una conversación como la del día anterior en el parque y que no terminamos. No era por nada, ni siquiera por ese tema con Natalia, que siempre eludía cuando intentaba tocar algunos asuntos sobre nosotras. De hecho, ni siquiera sabía exactamente qué era, o eran demasiadas cosas a la vez. Normalmente mi cuerpo se reseteaba cada mañana cuando me despertaba junto a ella, sin importar nada ni cómo había sido nuestro día anterior, porque cuando su piel rozaba la mía, me traspasaba algo de su alegría y de su paz. Era como tocar un pedacito del empíreo, diría yo. Pero ese día, esa mañana en particular, estaba siendo un poco difícil lidiar con algunas cosas dentro de mí.

Anoche, cuando llegamos a casa y antes de dormir, comencé a escribir algunas cosas que sentía y que me venían a la mente, de recuerdos lejanos y dolorosos de mi infancia. Y después de desahogarme un poco en una hoja de papel, mientras Natalia pedía nuestra comida y se quedaba a mi lado viendo algo en la tele, llamé a Joan y le dije que le podía pasar mi número a Rafaela. Entonces algo incierta, vacilante, un poco inestable me fui a dormir, y tal vez por eso amanecí así.

— La letra que estabas escribiendo ayer era muy buena... — me confesó mi morena, aún con sus brazos alrededor de mi cuerpo, mientras aún juntábamos el coraje para finalmente levantarnos y comenzar otro día, rompiendo el silencio. Volví mi rostro hacia ella lentamente, observé sus hermosos y sinceros rasgos y sonreí, somnolienta y algo melancólica.

—¿Leíste? — Pregunté despreocupada.

—Solo algunas partes. — se encogió de hombros. — Las veces que tuve que acercarme a ti para hacer algo... no quería leerlo la ver... — Trató de disculparse, pensando que me había molestado.

—No hay problema— deje un besito en su mejilla y sonreí.

—Entonces me la vas a mostrar?

—¡Si tu quieres claro!

Y con un movimiento de cabeza que me confirmó que sí quería verla, me levanté y me dirigí al escritorio que había en la habitación.

—¡Eres impresionante! Lo sabes, ¿verdad? — exclamó, tan pronto como abandoné la comodidad de las sábanas. 

Pocas veces dormíamos con la ropa puesta, en teoría ya estábamos acostumbradas a vernos desnudas. En teoría. Siempre pensaba lo mismo cuando la veía levantarse desnuda y caminar por la habitación, por la casa. Sonreí bobada al escucharla, aún de espaldas, tomé el papel y volví a su lado, aún con una sonrisa en el rostro. Me aferré a ella de nuevo, se lo entregué y pegué mis labios a su cuello.

—Y tú eres una guapa preciosa que siempre me saca una sonrisita tonta. Aunque de tonta no tenga nadita. — Le respondí a la pillería.

"Ah, un poco tontita estás, confiésalo, ve" bromeó de vuelta, viendo como estaba interactuando mejor ahora, y le di unas palmaditas en la cadera.

—Vamos, payasita, antes de que me arrepienta – señalé la hoja que tenía unas letras sueltas y dibujadas a mi manera, y me acosté sobre su pecho, con la oreja pegada a su costilla. Y entonces empezó a leer, y sus palabras, mis palabras en esa hoja, vibraron a través de mí. Y fue como si tomaran forma a través de ella.