⏮ ⏯ ⏭ María Escarmiento, Eigen Risico, Paula - Cada Vez Más Mayor

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Salí de la mansión y me fui a casa caminando, a pie mismo, no llamé ni esperé un taxi, a pesar de que era de madrugada y las calles estaban completamente vacías de transeúntes, y llenas de borrachos felices que volvían y se iban de fiestas en velocidades absurdamente altas. Necesitaba pensar. Necesitaba que toda la tensión de mi cuerpo se liberara de alguna manera, y esta me pareció la más oportuna e, irónicamente, la menos peligrosa de todas. De lo contrario, sentía, realmente creía que explotaría. Durante todo el camino a casa, en mi cabeza y en mi corazón muchos sentimientos y pensamientos se cruzaban, se confundían y era casi imposible ordenarlos, aunque lo intentara con todas las fuerzas que aún existían en mí. Que si ya no eran muchas, seguían siendo persistentes.

Esa conversación había significado el fin, el final para nosotras, y eso dolía más que cualquier cosa que hubiera sentido antes... pero luego estaba el beso. Ella no resistió el beso, aunque fue algo así como una despedida improvisada. Y aceptó mis regalos... ¿Significaba eso que al menos, en algún momento, no sé... podríamos ser amigas? ¿Será que algún día me permitiría eso, volver a estar a su lado aunque fuera así?

Como ella misma lo había decretado, no era nuestro momento, y aunque yo no estuviera de acuerdo, su amistad sería importante porque la conquisté con mucho esfuerzo y me bastaría, creo. Pero no estaba segura de que esa fuera una posibilidad que ella realmente consideraría.

Me fui, con la ilusión de haber logrado tocar sus labios, aunque fuera por última vez, y de haber dejado lo que quería, aún sin poder explicarle por qué quería que los tuviera. Si al principio de la noche los motivos eran uno, al final todo era diferente, pero el sentido seguía siendo el mismo.

Pero yo creía que un día, sin importar el tiempo que tomara, ella lo entendería. Creía que algún día podría explicarle, aunque me llevara 15 años, cómo le pasó a Mikel. Tendríamos el mismo destino? no lo sabía. Y me costó mucho, me dolía demasiado pensar así, al mismo tiempo que algo de consuelo se instalaba en un pequeño rincón de mi pecho. Al final de todo, algo, por pequeño y distante que sea, siempre es más que nada.

Pero, al mismo tiempo, también estaba la tristeza de saber que el perdón que tanto necesitaba para tenerla de vuelta en mi vida como la soñaba, para recuperar mi paz, no lo había conquistado. No en ese momento. ¿Y era realmente posible que pudiera tener otra oportunidad en algún otro momento? ¿Habría que dar la vuelta al mundo, encontrarme, volver y que ella tuviera el corazón más abierto para que esto fuera posible? Me pregunté, y pensé en eso y muchas otras cosas en el camino a lo que parecía ser mi apartamento, pero que también era un recorrido por nuestros lugares, mientras recordaba nuestros momentos y me despedía de ellos, de alguna manera, dentro de mí.

Había muchas cosas pasando por mi cabeza. Cosas hermosas, cosas nostálgicas, cosas feas. Los recuerdos de esa mujer en la habitación con ella atormentaban mi mente sin ningún tipo de tregua, junto con todo lo demás.

Cuando por fin llegué a casa, con el día despejado, no pude dormir, no es que esto fuera nuevo en mi rutina. Acostada, solo podía rodar de un lado a otro de la cama, nada más que eso era capaz de hacer. Cuando finalmente decidí que no podía quedarme más tiempo en la cama sin poder cerrar los ojos durante más de cinco segundos, me levanté. Estaba cansada, me sentía derrotada, necesitaba un descanso, un tiempo, un tiempo de mí y de mis pensamientos, y de las estupideces que hacía una tras otra, necesitaba cambiar, pero ¿cómo?

El frío, la tristeza, me envolvía en esa fría mañana de domingo, que quizás solo era así dentro de mi porque no abrí las cortinas ni las ventanas para ver cómo estaba el clima afuera, no quería ver nada ni a nadie. Gente feliz caminando, saliendo en familia, bebiendo, riendo, bromeando, hablando, cualquier cosa que reforzará lo infeliz que era, era todo lo que no necesitaba. El frío de mi interior era suficiente para deducir que afuera era invierno y que todos estaban tan melancólicos como yo esa mañana. No salí a caminar, no podía, pero ¿qué más daba? Hacía mucho que no lo hacía, salir a caminar, cuidarme. No podía dormir por muy cansada que estuviera, y estar despierta era un tormento. No sabía cuánto más de esto podría soportar, el sabor del dolor, mi alma rompiéndose ruidosamente con cada pensamiento.

Sentiment Ètrange - Las canciones que te hacen en mi | ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora