Extra: El cumpleaños de Alexander [Parte 4]

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N/A: Este extra se sitúa cinco años después de que Jarrel pidiera a su hermana como deseo de Navidad, veremos mucho sobre la relación entre Alex y Haley, la hija menor de los Colbourn McCartney, y también muchas cosas hot que tanto nos gustan. ¡Disfruten!

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Leah

Había muchas cosas que amaba de Alexander.

Amaba cuando me desafiaba, cuando probaba mis límites, cuando ahuyentaba las pesadillas por las noches, cuando me besaba y cuando estaba entre mis piernas. Amaba cuando pensaba y analizaba, y también cuando era impulsivo y apasionado. Amaba cuando reía y cuando decía un comentario sarcástico que me dejaba sin palabras de ataque.

Pero lo que más amaba, sin duda, era la persona en la que se convertía cuando estaba con nuestros hijos. Procrear no siempre estuvo en mis planes, era una idea poco clara cuyas líneas se difuminaban en la indecisión, pues siempre temí no encontrar un hombre que quisiera a mis hijos tanto como mi padre me amaba a mí.

Llenar aquellos estándares me parecía imposible. Incluso con Alexander, la duda me asaltó cuando Jarrel nació. ¿Lo aceptaría? ¿Cómo lo trataría? ¿Lo amaría tanto como yo lo hacía?

Sin embargo, la cuestión se disipó apenas lo tomó en brazos y lo miró. No, lo admiró. Nunca contemplé tanta devoción en el semblante de alguien, y la manera en que lo observaba y lo arropaba, como si fuera su adoración más grande materializada, me estrujó el corazón hasta las lágrimas, porque sí, Alexander amaba a sus hijos.

Así que mientras esperaba a que los niños terminaran de contarle en la habitación contigua cómo me habían convencido para torturar a su padre en lo que ellos armaban la fiesta sorpresa, coloqué lo último que necesitaba para su regalo sobre la mesa.

Tomé una bocanada de aire y esperé, con la sangre bulléndome de anticipación en las venas, a que atravesara el mediano pasillo que nos separaba de la habitación de los niños y aislaba su espacio del nuestro. Cuando atravesó el umbral, se detuvo en seco con la confusión plasmada en su semblante, una que por poco me hace reír. Entonces, muy lentamente, paseó su vista a través de mi cuerpo, recelosa, como si no pudiera decidir si lo que tenía enfrente era una buena señal o un mal augurio.

Sus ojos se anclaron a mis piernas unos segundos y después ascendieron a mi cara. Me gustaba descolocarlo, sacarlo de balance tanto como él hacía conmigo; era la venganza más dulce de todas. Le sostuve la mirada sin flaquear, deleitándome con su persona y percibiendo ese tibio calor que era manifestación inequívoca de lo que mi esposo provocaba en mí. Llevaba la camisa blanca pegada al cuerpo con los primeros tres botones abiertos, los hombros anchos, fuertes y el cuerpo fibroso, ese que conocía de memoria y que nunca fallaba en regalarme sensaciones que llevaba en la memoria.

—No sé si esto es una señal de que me divertiré esta noche—dijo de pronto, cerrando la puerta del pasillo con parsimonia y dando un paso delante— o que será una tortura.

—Podrían ser fácilmente ambas, ¿no te diviertes torturándome?

—Ciertamente lo hago—caminó con lentitud hacia mí, como si me calibrara, midiendo cada uno de mis movimientos para no dejarme escapar y se detuvo a un palmo de distancia—¿Por qué el atuendo de detective? ¿El regalo consiste en sentarme en una silla, atarme e interrogarme hasta que admita que me comí el último paquete de palomitas de la alacena?

Me arrancó una carcajada.

—No.

—¿Ni siquiera las primeras dos fases?—acercó su mano con la intención de abrir el botón de mi gabardina negra, pero le di un manotazo para alejarlo, y me obsequió en consecuencia una mirada de confusión—. Quiero mi regalo.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora