Capítulo 59: Resiliencia.

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Leah

—¿Qué te pasó?

Edith dejó la copa en la minúscula mesita y se acercó para tomarme de la muñeca, dos dedos posándose sobre el dorso.

—¿Qué demonios haces?—retiré el brazo con brusquedad, sin humor para sus juegos.

—Comprobando si sigues viva. Te ves horrible.

—Gracias—la pasé de largo andando hasta el sillón que hacía las veces de una pequeña sala de descanso y coloqué mi bolso encima.

—Te ves igual que la mierda que pisé en el camino acá.

Me giré y la miré ofuscada.

—Vuelve a insultarme y no respondo—amenacé mortal.— Vaya dama de honor que eres.

—¡Exacto! Es mi deber informarte de tu estado deplorable. ¿Viniste arrastrándote por el pavimento acaso?

Le dediqué una mirada de advertencia al tiempo que bebía de un solo trago el resto de champagne en su copa.

—No, vine en mi auto.

—¿Entonces por qué te ves tan mal?

Tomé la botella del contenedor metálico sobre la mesita, lista para servirme otra copa. Arrugué los labios cuando una mejor idea acudió a mi mente y tomé directo del cuello.

Necesitaba apagar la insistente quemazón que amenazaba con incinerarme desde dentro.

Edith soltó un chillido y empujó la botella de tal modo que mi blusa terminó mojándose con unas cuantas gotas.

—No es un buen momento para comenzar con el alcoholismo. Yo esperaría al menos a tener tres meses de casada—explicó y fruncí el ceño, sin poder ni querer comprender.— No deberías beber. El vestido de novia no te entrará con una panza hinchada. Parecerás una piñata.

Terminó de quitármela de la mano y gruñí.

—Y en todo caso, yo soy la que debería estar embriagándose para seguirte el juego con tu estúpido teatrito de la novia feliz—escupió molesta, sus ojos claros duros.— ¿Me dirás ya qué mierda te pasó? Estás temblando.

Reparé entonces en mis manos, con un leve tremor a causa de la adrenalina que aún circulaba por mi sistema.

«Vaya, ahora hasta Parkinson tienes» acallé la burlesca voz de mi conciencia y me colecté lo mejor que pude.

—¿Y bien?

Vacilé un segundo antes de darme por vencida bajo el yugo de su implacable escrutinio.

—Alexander.

Su amenazante semblante se relajó al instante, sus cejas elevándose hasta el cielo.

—¿Alexander qué? ¿Te amarró a una silla eléctrica o por qué pareces una desquiciada con temblores?

—¡No!

—¿Entonces qué?

—Estábamos en el baño.

Arrugó la cara en una mueca de confusión.

—¿Haciendo qué?

—Hablamos—acoté entre dientes, pasándome una mano por el cabello, un cúmulo de emociones conflictivas bullendo dentro de mí.

¿Hablaron?—su tono denostaba un reproche más que una pregunta.—¿Y qué más?

Me crispé recordando lo rápido que la situación había fluctuado a otra cosa que nada tenía que ver con hablar. Una serie de descargas recorriéndome la columna sólo de evocarlo.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora