Capítulo 48: Cautiva.

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Leah

—Aquí tienes.

Papá tendió la sentencia de divorcio y Abraham la tomó sin disimular la sonrisa de satisfacción que se extendía por su cara.

—Veo que tu hija es una mujer inteligente, después de todo.

Lo miré hastiada. Era difícil contenerme para no saltarle encima y tirarle el horrible peluquín de un golpe, que por cierto hacía poco para mejorar su feo y escuálido aspecto.

Si yo fuera él, habría despedido a mi asesor de imagen hacía mucho tiempo atrás.

—Lo único que sé es que estaba harta de tus amenazas—dije lacónica—, y que quien no actuó con inteligencia fuiste tú.

Giró su cuello rígido, hasta posar su atención en papá.

—La impertinencia es un defecto que debemos erradicar de los hijos, Leo.

Papá elevó la comisura de la boca en una pequeña sonrisa de suficiencia.

—Yo no consideraría impertinencia decirte las cosas como son, más tratándose de gente como tú.

Carraspeó, su gesto adquiriendo una expresión de agriedad.

—Ya veo de dónde lo ha sacado.

—De su padre, por supuesto—respondió con orgullo dedicándome una corta ojeada.— Espero que esto sea suficiente para que retires la demanda y nos dejes en paz.

Abraham dio golpecitos impacientes sobre la sentencia, como si estuviera considerándolo. A juzgar por su hambre de dinero, estaba casi segura de que la sanguijuela encontraría otra forma de exprimirnos.

—Sí, es suficiente—musitó para mi sorpresa.

—Bien, porque no recibirás nada más.

Abraham emitió un sonido mordaz.

—Lo único que busco con esto es que ella comprenda la importancia de respetar y cumplir los compromisos—dijo severo, y fruncí el ceño.

—Los cumplo, sólo que no con tu hijo.

Estrechó los ojos, ofendido.

—Dejaste ir la oportunidad de pertenecer a una gran familia.

—Tú la dejaste ir, más bien—aclaró papá, hosco.

Chasqueó la lengua y pareció disgustado con eso último. Había tocado una fibra sensible: para nadie era un secreto que las acciones de esa familia estaban impulsadas por el mero interés, y cualquiera que fuera su motivación para interponer la demanda y presionarnos, era algo que no lo convencía del todo. No tenía idea de qué esperaba lograr, pero mirara por donde mirara, quien más perdía era su familia.

—Como sea, aún tenemos cosas que discutir—cambió de tema el señor Pembroke, haciendo un gesto con la mano.

—Sí, empezando por la disolución de nuestras relaciones comerciales—papá palmeó su rodilla con impaciencia y adoptó esa pose predatoria que usaba siempre en sus reuniones, y que lo hacía lucir jodidamente intimidante.

—Pensé que continuaríamos trabajando juntos.

Soltó una risa seca y sarcástica, que hizo ver a Abraham como un imbécil.

—No seas idiota Abraham—negó, burlón.— No perdamos el tiempo y pongámonos de acuerdo sobre cómo repartir las utilidades, ¿quieres? No estoy de humor.

—Bien—cedió entre dientes.

—Creo que por ser el inversionista mayoritario me corresponde un...

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora