Capítulo 34: Bomba de tiempo.

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Alexander

Se sentía bien.

Se sentía realmente bien y me volví ligeramente más consciente del mundo en un suspiro de satisfacción, pendiendo entre la somnolencia y el despertar.

Algo estaba...estaba...qué dem...

Abrí los ojos y parpadeé un par de veces para ajustar la vista a la tenue luz que se colaba por las persianas; cabello azabache moviéndose al borde de mi campo de visión y el frío erizándome la piel ahí donde un camino húmedo se abría paso por mi estómago.

Gruñí intentado recuperar mis sentidos y ella alzó la cabeza para mirarme. Sus bonitos ojos grises mirándome con atención antes de sonreír.

—Despertaste antes de tiempo.

—Buenos días—murmuré aún con los restos del letargo.

—Eso es lo que estoy tratando de darte—respondió y la mirada que me dedicó prometía mucho más que conversación.

Sonrió de esa forma que probaba que podía ver a través de mi inmovilidad y más allá de mi silencio, y comenzó a hacer aquello que había aprendido tan bien y que podía hacerme olvidar el mundo entero.

Su cuerpo se convirtió en un arma y su amplio conocimiento sobre mí formó un sólido plan de ataque. Arrugué las sábanas en anticipación cuando percibí su cálido respirar cerca de mi pelvis y me tensé cuando sus labios se acercaron peligrosamente a esa zona.

Mi estómago colapsó cuando ubicó finalmente su cabeza entre mis piernas, rompiendo el silencio, y cuando por fin rompió la inmovilidad, hice una coleta con su cabello para guiarla, para empujar, para embestir suavemente su boca y para tenerla donde más la necesitaba.

Tocó, apretó, succionó y lamió hasta que perdí la capacidad de formar pensamientos coherentes, hasta que sólo pude decir una o dos palabras entre los sonidos de placer que ella creaba a voluntad.

Paró y alejó mis manos antes de que pudieran tocarla. La confusión y molestia se alzaron a la par, pero ella siguió firme en su plan.

—No toques—advirtió y sus orbes flamearon con audacia, prendiendo una llamarada de excitación que amenazó con quemarme vivo, porque una mujer determinada y segura de sí misma asustaba a los niños, pero era el mejor afrodisiaco de los hombres.

Así que la dejé ser, aunque mantener mis manos lejos de su piel fuera todo un reto.

No sabía si había algún espacio de mi cuerpo que sus manos o su boca no hubieran reclamado como suyos, fundiendo senderos de deseo y explorando cada centímetro de mí. Descubrí nuevas cosas, como mi inclinación por sentir su boca alrededor de mis dedos, succionándolos y que odiaba que me tocara detrás de la rodilla. Sus dedos sobre mi estómago me provocaban cosquillas y mis pies se curvaban cuando besaba un lado de mi pelvis. Me retorcía de una buena manera cuando hacía sonidos mientras me la chupaba, la deliciosa vibración haciéndome estremecer, y de una mala manera cuando besaba el espacio entre mi brazo y mi pecho.

Recorrió todos los lugares que sabía causaban una reacción y dijo que debía hacerlo pronto otra vez para memorizarlos.

Me detenía cada vez que intentaba recuperar el control, cada vez que mis ansiosas manos estaban muy cerca de distraerla de su objetivo.

Se posó sobre mí, colocando mi miembro en su entrada y envolviéndolo por completo con su calor. Húmeda, cálida y palpitante. Solté una maldición ahogada, mis manos cerrándose en torno a su cintura, sus palmas presionándose contra mi pecho, sus senos rebotando con el determinado vaivén, su cabeza echada hacia atrás y sus movimientos enloqueciéndome.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora