Capítulo 12: El arte de la diplomacia.

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Alexander

No reconocí al chico que nos daba la espalda mientras tomaba la perilla y se partía de la risa a causa de un mal chiste que alguien le había dicho. Por un momento estuvo a punto de entrar, pero pareció pensárselo mejor y volvió a cerrar la puerta tras de sí, dejando a su paso una silenciosa atmósfera.

Cuando miré a Leah, estaba tan tiesa como una vara.

Dejó escapar el aire que había estado conteniendo y se recargó pesadamente contra el escritorio, colocando una mano sobre su cara.

—¿En qué estábamos?—dije en un intento por aligerar el pesado ambiente.

Ella por su parte, me dedicó una mirada que podría matar a un ejército entero.

—¿Qué haces aquí todavía?—inquirió con acidez.

—Mi plan original era hablar...antes de que las cosas se nos salieran de las manos—esbocé una pequeña sonrisa, pero mi comentario pareció no hacerle gracia.

—No te preocupes, no volverá a repetirse.

—Sí, ciertamente no aquí.

La confusión predominó en su rostro.

—Ni aquí ni en ningún otro lugar—sentenció con severidad, recuperando su faceta impenetrable.

—¿Segura?

Se pasó una mano por el cabello, hastiada.

—¿Por qué haces esto?—preguntó con voz tensa, como si se contuviese.

—Porque es divertido—volvió a mirarme perpleja—. ¿Has notado que cuando te molestas tu labio inferior tiembla de una manera...?

Me acerqué y lo acaricié apenas, antes de que me diera un manotazo y se recargara más contra el escritorio, buscando ganar distancia.

—Eres agotador, Alexander.

Sonreí satisfecho ante su muestra de espíritu.

—No tienes idea de lo agotador que puedo ser.

Pareció captar el doble sentido en mis palabras porque me miró fijamente con una mezcla de emociones plasmadas en la cara.

—No sé a qué estás jugando, ni tampoco me interesa, así que por favor, llévate tu patético manual de técnicas de ligue contigo y lárgate. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, al menos no hasta dentro de dos semanas.

Reí ante su comentario.

—¿Manual de técnicas de ligue? No eres muy creativa para los insultos, ¿o sí, McCartney?—incliné la cabeza, negando con diversión—. Al menos dime, ¿están funcionando contigo?

Resopló y cruzó los brazos sobre el pecho.

—A diferencia de ti, yo tengo... ¿qué palabra utilizó tu madre?—arrugó la nariz para simular que pensaba—. Ah, sí, estándares. Yo tengo estándares.

Me sonrió desdeñosamente, con suficiencia. Quería partirme de risa por sus patéticos intentos por ofenderme, pero sabía que si lo hacía, ella terminaría partiéndome la nariz.

—Vaya, pues es un honor saber que califico dentro de sus estándares, majestad—dije con sarcasmo e hice una pequeña reverencia, que terminó por enfurecerla.

Colocó las manos sobre sus caderas, irguiéndose y adoptó su típica faceta autoritaria.

¿Qué era más excitante que una mujer sumisa? Una mujer fuerte y segura de sí misma.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora