Leah
Arrugué los párpados cuando un latigazo de dolor recorrió mi cabeza desde las sienes hasta la nuca. Los estreché de nuevo al percibir la sensación volverse más insistente, hasta que fui lo suficientemente fuerte para abrirlos.
Fue apenas un aleteo, la fastidiosa molestia intensificándose por la inmaculada claridad que se apoderaba del lugar.
Intenté colocarme de lado, pero desistí cuando mis piernas se mostraron renuentes a cooperar, igual que mi espalda, que parecía prendida en fuego; la sensación volviéndose abrasadora al más mínimo movimiento.
Arrugué los párpados otra vez, las motas blancas nublando mi sentido de la vista, infestándolo, hasta que caí en cuenta de que quizás había algo muy mal conmigo si eso estaba sucediendo.
Mi conciencia afloró en mi mente con la misma lentitud con la que ascendía un amanecer. Abrí los ojos al tiempo que recuperaba todos los sentidos de golpe: vista, oído, olfato, tacto y gusto.
Sentí el terror naciendo en lo más profundo de mis entrañas al notar el techo blanco sin textura, que no era para nada como el techo del viejo sótano en la casa de la familia Balfour.
Incluso pensé que mi momento había llegado, y que en cualquier instante Dios aparecería a mi lado para hacerme una entrevista, evaluar si mis acciones habían sido lo suficientemente buenas en vida y decidir si apiadarse de mí o mandarme de una patada en el culo al infierno.
Habría gritado si mi garganta no se sintiera tan acartonada, y habría tenido un ataque de pánico de no ser por mi olfato y mi vista, que me indicaban la presencia de antiséptico y las luces características de un hospital.
La memoria fue la última en comenzar a funcionar; los recuerdos venían en masa, en recreaciones violentas y vívidas que me hacían estremecer, cada una peor que la anterior, hasta llegar al final de ese maquiavélico desfile de memorias indeseables.
Estaba tan inmersa en ellas que tardé en notar la presencia de alguien más en la habitación. Mi corazón dio un vuelco dentro de mi pecho mientras giraba el cuello; no por miedo, sino por expectación.
—¿Alex?—mi voz salió como un graznido y más seca de lo que esperé.
Casi solté un quejido de desilusión cuando no lo encontré junto a mí. En cambio, papá se acercó para colocarse al borde de la cama.
—Lo siento, no soy Alex—dijo con tono suave, casi un susurro.
—Lo sé, perdón—esbocé el atisbo de una sonrisa, apenada.— Es sólo que dijo que estaría aquí cuando despertara.
Me miró curioso, sus orbes insondables y me sentí más avergonzada que antes.
—Quizás lo soñé.
—Lo dudo. Estuvo aquí.
—Oh—fue casi imposible ocultar el deje de decepción— ¿Y dónde está ahora?
—Volverá pronto, tiene cosas que hacer. ¿Cómo te sientes?
Me pasé la lengua por los labios, que se sentían resecos y pesados.
—Estoy bien. ¿Cuánto tiempo llevo aquí?—podía recordar vagamente a Alexander diciendo la frase de ocho días, aunque de nuevo, ese encuentro podría nunca haber sucedido, y todo era quizás producto de mi dopada mente.
—Nueve días. Habrías despertado antes, pero te mantuvieron sedada para una mejor recuperación.
—¿Por qué? ¿Por una bala?
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Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍAS
ChickLit《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal curable por el matrimonio. - Ambrose Bierce. Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra...