Capítulo 29: Negocios.

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Alexander

Abrí la puerta del recibidor y capté por el rabillo del ojo el cabello de Sabine, que pareció hecho de fuego por un momento, antes de que me pasara por un lado golpeándome el hombro, dando grandes zancadas y adentrándose aún más en el rellano.

—¡Han vuelto!—la primera en asomar la cabeza desde el estudio de mamá fue Meredith, con el cabello recogido en una alta coleta que proyectaba la misma ilusión de tener la cabeza prendida en fuego cada que se balanceaba. 

Acortó la distancia para llegar hasta su hija y estrecharla contra sí.

—¿Qué tal el viaje?—Mamá me sonrió afablemente desde su lugar junto a su amiga.

—Bastante bien.

—Para unos más que otros—Sabine me lanzó una mirada resentida sobre el hombro, antes de recuperar la sonrisa que siempre adornaba su cara.

Mamá enarcó una ceja escrutándome, formulando una interrogante muda que evité olímpicamente.

—¿No te divertiste?—la preocupación presente en el tono de la pelirroja mayor.

—Sí—respondió Sabine titubeante, antes de ganar más convicción—. Me divertí bastante. Los amigos de Alex son...interesantes.

—Me alegro de que la hayas pasado bien—mamá retiró un mechón de cabello de su rostro con afecto—, al menos sirvió de distracción.

Sabine volvió a lanzarme la misma mirada cargada de resentimiento para después sonreír brillantemente.

El viaje de regreso desde Rockport había sido más incómodo que cuando mis testículos se juntaban y no podía separarlos por estar en un lugar público.

Así de incómodo había sido conducir con Sabine, que no habló en todo el camino, Jordan que tenía una cara a punto de echarse a llorar y Sara, que parecía una manguera andante por todo lo que había vomitado.

Nos detuvimos tantas veces que en un punto simplemente apagué el auto y esperamos a que terminara de sacar el estómago por la boca junto a la carretera. Después de eso le di una bolsa de plástico, no sin amenazarla antes con que solo le tomaría salpicar el auto con la más minúscula gota de vómito para dejarla abandonada ahí.

—Totalmente—concordó con mamá—. Aunque fue un viaje cansado, así que si me disculpan, iré a comer algo.

Le dio un último apretón a la mano de su madre y comenzar a andar por el pasillo que llevaba a la cocina.

—Yo también muero de hambre—mentí para ir tras ella, porque después de ver y oler el vómito de Sara, estaba seguro que no podría comer nada en las próximas dieciséis horas.

—¿Cuál es el problema?—pregunté entrando a la estancia justo cuando Sabine extraía un bote de yogurt griego y una cajita de fruta congelada del refrigerador.

—¿Disculpa?—inquirió con un tono inocente que le salía fatal.

—¿Por qué estás tan molesta?

—No estoy molesta—dijo vaciando el yogurt en el recipiente con más agitación de la necesaria y con la palabra enojo escrita en toda la cara.

Me pasé una mano por el cabello. No lo entendía, nunca lo entendí. ¿Por qué no podían simplemente decir las cosas? ¿Por qué tenían que hacer todo tan complicado?

Las mujeres serían la muerte de nosotros los hombres por su malévola forma de jugar con nuestras mentes, hasta hacerlas explotar. No tenía dudas sobre eso. Leah era un claro ejemplo: diciendo una cosa y haciendo exactamente lo contrario al segundo siguiente. Era igual que jugar a la ruleta rusa, porque no tenías ni idea de en qué momento recibirías la bala mientras todo parecía estar de maravilla.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora