Alexander
—Es raro.
—¿Qué cosa?
Mi abuelo se rascó la incipiente barba blanca que crecía como maleza, pensativo.
—Tenerte en casa.
Continué caminando a su paso por los jardines que bordeaban la finca. Aún no había nevado, pero no estábamos lejos; el viento se sentía más frío y el invierno más crudo.
—Vengo cada año, no veo dónde está lo raro en eso.
—Pensé que no volverías después de la última discusión de tus padres en Navidad.
Me encogí de hombros. Era algo que no podía faltar cuando mis padres compartían la mesa; algo así como el postre de todas las comidas.
—Ya los conoces, pelearse es su pasatiempo favorito, ¿no te lo habían dicho?—me burlé y mi abuelo soltó una risa profunda al tiempo que me palmeaba la espalda.
—Estoy seguro de que lo es.
Caminamos un par de metros más por la orilla del lago, que en estas fechas estaba prácticamente congelado y el agua se mostraba muerta, gris por el reflejo del cielo nublado.
—¿Estás cómodo?
—¿Con qué?—me arrebujé más en mi abrigo, alzando el cuello para calentarme.
—Con tu matrimonio, por supuesto—estrechó los ojos con suspicacia, evaluando mi reacción. Era más que obvio que no terminaba de comprarse todo ese circo, esa jodida equivocación que nos había arrastrado a Leah y a mí hasta terminar atados juntos.
Un error que tenía el sabor a acierto.
—Lo estoy—dije con determinación; era de las pocas en mi vida de las que estaba seguro.
—¿Por qué debería creerte?
—¿Por qué mentiría?
—Porque quieres el dinero, Henry. De lo contrario no habrías cumplido la condición—tenía la palabra bingo escrita en toda la cara y yo, la palabra mierda—, ¿o me equivoco?
—No, no te equivocas—mascullé y me detuve cuando él lo hizo, colocando una mano en mi pecho, rozándome apenas.
—¿Entonces por qué debería creer en este numerito? Por todo lo que sé, podrías haber concertado un acuerdo con la hija de Leo McCartney para hacérmelo creer y conseguir el dinero.
Emití un sonido de incredulidad y reí sin humor.
—Porque de ser este un numerito habría optado por casarme con alguien que no representara tantos problemas, ¿no crees? Me habría casado con Sabine y ya está, así no tendría a Leo McCartney respirándome en la nuca como un toro enfurecido esperando a encajarme los cuernos en el culo porque me casé con su princesita, y créeme, se convertirá en algo peor cuando se entere.
Mi abuelo se mantuvo impasible con mi explicación.
—¿Qué más quieres que te diga?
—No lo sé. Algo que me convenza, por ejemplo—dijo con tono seco— Insisto, ¿por qué debería creerte? Su matrimonio fue muy repentino y las circunstancias extrañas.
Cambié mi peso de un pie al otro, la exasperación creciendo en mí. Por un momento estuve tentado a decirle todo; confesarle que estaba hasta el cuello de deudas, que había una guillotina ansiosa por rebanarme la cabeza a la primera oportunidad llamada Rick, y que venía acompañada de su amiga el hacha, con una cabeza calva y acento raro lista para terminar el trabajo por si la primera fallaba. Me vi tentado a contárselo y pedirle que me transfiriera mi herencia, pero el orgullo y la soberbia eran monstruos de los que no siempre podíamos escapar, porque ya los llevábamos dentro.
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Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍAS
ChickLit《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal curable por el matrimonio. - Ambrose Bierce. Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra...