Capítulo 43: Emboscada.

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Alexander

La ley del talión es un concepto sumamente interesante, ¿no es así?

Un concepto milenario y universal que estaba plasmado en nuestra vida diaria más de lo que imaginábamos.

El mono A roba al mono B su banana, así que el universo en su extrema sabiduría y enfermo sentido del humor, decide que le robarán su banana al ladrón, porque eso es la justicia en su sentido más puro.

Eso es lo que recibes al final: el justo castigo.

Y nosotros, los humanos, no éramos más que un puñado de orangutanes  luchando por un premio.

Sabía que tendría un mal día en el momento en que llegué a esa conclusión.

Lo sabía porque siempre que permitía a mi mente divagar entre pensamientos superfluos y dilemas existenciales que a nadie le importaban una mierda, algo malo sucedía durante el día.

¿Por qué no podía simplemente poseer la capacidad de percibir la lluvia en lugar de esa retorcida versión barata del sentido arácnido que presentía el peligro?

De verdad, yo no quería ser ningún Hombre Araña. No le pagaban lo suficiente.

—¿En qué piensas?

Salí de mis cavilaciones cuando escuché la voz de mamá.

—En nada.

Me dedicó una mirada escéptica antes de hacer un mohín, colocando los diseños que descartaba para el desfile del lado izquierdo y los admitidos en el lado derecho; todo sistemáticamente ordenado sobre su escritorio de caoba.

La relación entre nosotros seguía siendo tensa y volátil desde Año Nuevo. Podría pensarse que las cosas mejorarían con el tiempo, que ella cambiaría de opinión u olvidaría el tema, pero ninguna de esas cosas habían ocurrido.

No, de hecho, habían empeorado.

Y mientras esperábamos a papá en el estudio, sentía que estaba asfixiándome con la fuerte presencia de mi madre, juzgándome por cada insulso respiro que tomaba.

Toda la situación en sí resultaba muy irónica en realidad: en ese momento era el orgullo de papá y la desgracia de mamá.

El pensamiento haló de las comisuras de mi boca, y di un sorbo a mi taza de café para ocultar mi sonrisa. Ella arrugó su nariz con desagrado y alzó la barbilla dignamente.

—¿Tu padre te dijo la hora en que planeaba volver?—inquirió con un toque de impaciencia.

Me recosté más cómodamente sobre el sillón de cuero.

—No, pero imagino que lo hará eventualmente.

Arrugó los labios, su melena rubia ondulando con el ligero movimiento de su cuello, negando con reprobación.

Resistí el impulso de reírme, sólo porque no quería empeorar las cosas con ella. Era mi madre y la amaba, aunque su terquedad me provocara tortícolis y unas ganas casi inaguantables de sacudirle los hombros para hacerla entrar en razón; pero era como mover una montaña con las manos.

Comprendía su impaciencia y su ansiedad, porque yo me sentía igual hasta cierto punto. Necesitaba saber sobre qué habían hablado mi padre y Leo, y si había aceptado el trato de Abraham al final. Su decisión no cambiaba nada, me aferraría a Leah hasta las últimas consecuencias, pero necesitaba conocer nuestro paradero en esa situación.

—Mejor que se dé prisa, tengo una reunión en media hora y no pienso aplazarla por culpa de ese...

Y como si lo hubiese invocado, entró por la puerta como una exhalación retirándose las gafas.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora