Capítulo 50: Puntos ciegos.

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Alexander

Febrero, 9.

Me estaban siguiendo.

No estuve seguro de ello hasta que giré en la siguiente intersección a propósito, con la intención de comprobar si continuaría recto o viraría conmigo.

A diferencia de lo que mostraban las películas, no había un hombre de traje al volate con lentes oscuros, conduciendo un auto ostentoso a una distancia considerable que le permitiera pasar desapercibido.

Quizás Fejzo estaba quedándose sin presupuesto para contratar a alguien del estilo de Men in Black, y sólo había reunido lo suficiente para un hombre con cara de orangután conduciendo un desvencijado Subaru verde. Aunque tenía que darle puntos porque con esa pinta casi logró pasar desapercibido. Casi.

No podían culparme por ser paranoico.

Lo ignoré lo mejor que pude mientras seguí conduciendo, lazándole miradas furtivas de vez en vez a través del espejo retrovisor para no perder de vista a mi nuevo grano en el culo.

En más de una ocasión estuve tentado a saludarlo a través del retrovisor, sólo para observar su cara de desconcierto y divertirme un rato con él, pero al final decidí que no valía el esfuerzo.

Aparqué mi auto cuando llegué al viejo complejo de departamentos de Louis, y las neuronas de mi nuevo amigo funcionaron lo suficiente para continuar recto por la calle y después girar a la derecha.

Estaba seguro de que lo encontraría estacionado un par de metros más atrás cuando saliera del edificio.

Solté el aire agotado y me dispuse a entrar al feo lugar. Entre más rápido terminara con esa fastidiosa reunión, mejor.

Una mujer de piel morena y rizos alborotados chocó contra mi hombro al salir a toda prisa  y me dedicó una mirada desdeñosa con los ojos inyectados en sangre. Por si el olor a marihuana y químicos no era suficiente para deducir qué tipo de personas se hospedaban en ese lugar, los inquilinos se encargaban de evaporar cualquier duda.

Seguía resultándome perturbador el modo de vida de Louis.

Me topé con otro más de los inquilinos cuando llegué a su piso y no perdió el tiempo en mirarme con aversión. Hice mi mejor esfuerzo por ignorarlo, concentrándome en las grietas de la desgastada puerta mientras me pasaba de largo; el olor a químicos y  sudor agrio provocando que arrugara la nariz.

No necesitaba girar el cuello para saber que él había hecho algo igual. En ese lugar, yo era la peste. Yo era el idiota estirado que se creía superior, dueño de su tiempo, su espacio y del mundo en general.

Rick fue quien me recibió, su cara compungida en la misma mueca de displicencia.

—Llegas tarde.

—Me estaban siguiendo—contesté entrando rápidamente.

—¿Quién?—preguntó Louis doblándose las mangas de su camisa, apareciendo en el minúsculo espacio que hacía las veces de sala/cocina/recámara.

Era un milagro que el baño tuviera una puerta.

—¿Quién crees?—respondí mordaz, quitándome la chamarra de cuero y colocándola sobre el respaldo del sofá.

Por su agria expresión, no le había hecho gracia mi comentario.

—¿Cómo lo sabes? No puedes estar seguro.

—Prácticamente estaba olfateándome el culo por lo cerca que estaba de mi auto—me quejé sentándome pesadamente.

Rick se sentó junto a mí, y compartió una mirada extraña con Louis, que permanecía frente a nosotros en una silla del comedor.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora