«Algunas veces, la más tempestuosa de las tormentas o el más vehemente de los fuegos, puede acrecentar hasta derribar al más firme de los árboles, y las únicas opciones que tenemos son cortarlo de raíz o dejarlo crecer hacia la luz»
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Leah
Fruncí el ceño cuando sentí algo moverse debajo de mí y abrí los ojos con lentitud, mi vista enfocando gradualmente hasta divisar la mesita de centro en la sala de Alexander.
Parpadeé un par de veces intentando ubicarme y entonces me percaté de dos cosas a la vez: la primera fue que me dolía el cuello, se sentía rígido y me pregunté dónde había tenido la magnífica idea de dormir para que me molestase tanto. La segunda—y más alarmante—, fue que algo se movía debajo de mí de manera acompasada. Palpé con mis manos cualquier cosa que tuviera debajo y el miedo comenzó a llenarme a medida que mis palmas dotaban de forma y sentido cada cosa que tocaba.
Levanté la cabeza de golpe y encontré a Alexander mirándome con atención, su cara sin un rastro del letargo, sus orbes brillando con diversión y una comisura de la boca elevada en algo que no terminaba de ser una sonrisa.
—¿Encontraste lo que buscabas?—bromeó. Sentí mis mejillas arder y rodé los ojos para conservar un poco de dignidad luego de haberle pasado las manos por todos lados medio inconsciente aún.
—No.
—Lástima.
Bufé y me removí para intentar aligerar la tensión en mi cuello, sin abandonar mi lugar sobre su pecho.
—Lo siento, al final estaba tan cansada que ni siquiera supe dónde terminé durmiendo—dije con poca convicción y la excusa resultó tan endeble que noté cómo se esforzó por contener la risa.
—Claro, lo que tú digas—sus dedos acariciaban mi cintura dibujando patrones sin sentido sobre la tela en un gesto afectuoso.
Carraspeé e intenté incorporarme. Ya era suficientemente malo que me viera llorar como una niña durante la madrugada sabiendo que él era la razón. Era hora de recuperar un poco de templanza y erigir los muros de nueva cuenta.
Empujé para levantarme y Alex me empujó de vuelta, rodeando mi cintura con un brazo y mi espalda con el otro, obstaculizando mi infalible plan de retirada.
—¿Qué haces?—inquirí presa entre los confines de su cuerpo.
—Shhh—inhaló profundamente, su respiración sobre mi cabello.— Cinco minutos.
—¿Cinco minutos?—forcejeé apenas. Una parte de mí me decía que ya era hora de irse, y la otra, la que dominaba mi cerebro, me repetía que debía permanecer justo ahí.
Estaba decantándome por la segunda vocecilla sin remedio.
—No molestes por cinco minutos—pidió, una de sus manos ascendiendo hasta mi nuca para acariciar mi cabello y sentí mi corazón estremecerse por la simplicidad de la acción, la inminencia de su cercanía y la implicación de sus palabras.
Normalmente habría opuesto resistencia o habría lanzado un comentario cruel para alejarme, pero no en esa ocasión. Lo obedecí al instante, porque también quería disfrutar de aquello, aunque eso no lo eximiera de ser una equivocación.
Era un error estar ahí con él, en esa posición tan íntima y cercana, rogando porque el tiempo transcurriera con más lentitud para disfrutar de su presencia tanto como fuese posible, pero de nuevo, parecía justicia poética que todo terminara de la misma forma en que empezó, con nuestra proximidad siendo un error.
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Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍAS
ChickLit《C O M P L E T A》 ‹‹Había algo extraño, atrayente y oscuramente fascinante en él›› s. Amor: locura temporal curable por el matrimonio. - Ambrose Bierce. Lo miré junto a mí en la cama y mi corazón dio un salto al tiempo que mi trasero pegaba contra...