Capítulo 5: El placer de recordar.

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Alexander

Me senté al borde de la cama una vez escuché la puerta cerrarse y permanecí observando la nada por unos buenos diez minutos. Parpadeé cuando mis ojos comenzaron a arder, pasé la lengua por mis labios y dejé caer la cara en mis manos, aturdido.

« ¿Qué mierda hiciste?» el pensamiento agrio cruzó mi mente como una flecha.

Había sido siempre de los que creían que un buen polvo era un buen polvo sin importar quién fuera mi acompañante, pero aquello, aquello era demasiado. Rebasaba incluso mis límites de estupidez.

Despertarme con una resaca devastadora no era nada nuevo, después de todo, amaba las fiestas, el alcohol y pasarla bien, como cualquier chico normal de veintidós años. Lo que sí resultó nuevo fue despertarme con una esposa luego de una de las resacas más destructivas de mi vida.

Reprimí la carcajada histérica que borboteaba en mi garganta, producto de la conmoción.

Maldita. Sea. De todas las mujeres con las que podía haberme liado, ¿por qué Leah McCartney?

Leah, la personificación del capricho y la frivolidad, amante de las miradas matadoras y controladora compulsiva; la chica que vivía dentro de su tonta burbuja donde toda su vida era perfecta, novia de mi mejor amigo e hija las personas que mis padres más odiaban en el mundo.

Lo peor era que no sólo nos habíamos liado. No, nosotros decidimos llevarlo todo a un nuevo nivel de imbecilidad: nos habíamos casado.

Una parte de mí creía que en realidad me había despertado en un universo paralelo, donde los cerdos volaban y el comunismo dominaba el mundo, porque esa situación era totalmente ridícula y jodidamente improbable, y aun así, ahí estaba yo en medio de todo, justo en el ojo del huracán.

Un problema más que añadir a mi ya plagada lista.

No era como si follarse a Leah fuera la peor de las atrocidades, todo lo contrario, me atrevería a decir. Ella era jodidamente preciosa y cualquier chico al que no le gustara jugar a las espadas con sus compañeros varones en los vestidores de la universidad podría notarlo.

No podía negar que a pesar de la escabrosa relación que mantenían nuestros padres y lo poco que convivimos, habían transcurrido momentos a lo largo de los años en los que había deseado inclinarla sobre la primera superficie plana para obsequiarle el mejor polvo de su vida y hacerla bajar de ese pedestal de superioridad en el que estaba montada siempre y desde el cual miraba a todo el mundo.

Pero por supuesto, nunca pensé en hacerlo realmente. Además de ser una arpía controladora, sabía que Leah me arrancaría los huevos si osaba hacer algo tan atrevido como rozarla por accidente en un corredor atestado o la miraba más de la cuenta, porque como la buena hija de papi que era, me odiaba hasta la médula sin conocerme, solo porque así la habían educado.

Era digna de admiración e idolatría por su belleza, pero nada más.

Ah, y también era la novia de uno de mis mejores amigos. Mayor razón para sentir que la había cagado en grande.

Chasqueé la lengua con hastío y cerré los ojos para amortiguar el severo dolor de cabeza que se avecinaba, pero lo único que conseguí fue evocar las memorias de la noche anterior. Los recuerdos comenzaron a surgir uno tras otro sin planearlo, como una larga cadena de malas decisiones.

Recordaba la discoteca atiborrada, el calor agradable de los cuerpos que bailaban sin parar, la música ensordecedora, las bebidas y la euforia que habían terminado convirtiéndose en el peor lapso de juicio que había tenido en toda mi vida desde aquella vez en que me pareció una magnífica idea cumplir el reto de comer seis kilos de salchichas en menos de quince minutos en ese restaurante alemán.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora