Epílogo

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Recibí de buena gana la brisa fresca que me asaltó, el olor a sal y mar mezclándose para crear uno de mis aromas favoritos en el mundo.

Me acomodé mejor en la tumbona sin abrir los ojos para disfrutar de mis merecidos cinco minutos de paz antes de volver a la locura que era mi vida.

Estaba a punto de cumplir dos semanas confinada en la propiedad que tenían los Colbourn en Campania, una ciudad en el sureste de Italia, cerca de Amalfi y a las orillas de Salermo.

No podía estar más feliz por ello, la vista era simplemente extraordinaria.

Había viajado allá por asuntos de trabajo que concluyeron cinco días atrás. Ahora que fungía como una de las procuradoras de la mayor organización para la defensa de los derechos humanos del mundo, era complicado mantenerme en un solo lugar, aunado a las responsabilidades que traía consigo mantener una fundación altruista por mi cuenta.

Era una vida de locos, y normalmente tenía que hacer malabares con el cúmulo de asignaciones para no perder el control.

Pero ahora, recostada en la cómoda tumbona, parecía no existir ninguna responsabilidad, únicamente la que consistía en disfrutar de ese paraíso. Quería quedarme ahí el resto del mes, aunque sabía que era imposible hacerlo.

Cerré los ojos de nuevo, manteniéndome consciente para evitar quemarme la espalda como la semana anterior. Aún tenía las marcas de la parte superior de mi bikini impresas alrededor de mi cuello y odiaba la forma en que resaltaban contra mi piel.

Me pregunté qué pensaría Alexander de ellas cuando regresara.

Signora Colbourn—di un respingo ante la voz profunda que me llamó y alcé la vista para encontrar a Calogero con su imponente estatura privándome del sol.— Posso fare altra cosa per Lei? Partiró tra quindici minuti.

No, va bene. Puoi andarti—dije en el mejor italiano que pude.

Calogero soltó una risita, sus ojos claros afables y su tez oscura, quemada por el sol y los años en la costa. Me agradaba, era un hombre eficiente aunque reservado. No diría que su rol en la gigantesca propiedad de los Colbourn era la de un simple mayordomo o un cuidador; parecía más bien la personificación de la casa entera. Conocía cada recoveco, pasillo y vuelta que tenía ese laberinto de mansión.

Por la forma en que se había dirigido a Alexander la primera noche que estuvimos ahí juntos, tenían tiempo conociéndose. No podía entender mucho considerando que mi italiano no era tan fluido como el de mi esposo, pero parecían tener relación cercana, y seguramente lo era aún más con Byron.

Va be'. Adesso, il suo marito ha lasciato questo per Lei—me ofreció un papel doblado pulcramente y le agradecí con una sonrisa, antes de que se girara y regresara a terminar sus deberes.

Desdoblé la nota para encontrar impresa la prolija caligrafía de Alexander.

«Pensé que estarías esperándome en la puerta con las maletas hechas, lista para reñirme por haber llegado cinco minutos tarde y hacer un drama por la posibilidad de perder el vuelo, pero ya veo que te sienta bien la playa. Debería traerte más seguido.

No tomes demasiado el sol, vas a quemarte y después harás otro drama.

Atentamente,

Tu Siempre Puntual Esposo»

Solté una risa por la tonta nota. No podía creer que siguiera haciendo estas cosas luego de dos años de matrimonio.

Me coloqué el pareo y me apresuré a entrar en la casa para recibirlo.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora