Capítulo 46: El error.

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N/A: Regalo pañuelos para los mocos. Disfruten.

Leah

No creí haber dormido más de cinco minutos antes de que me forzaran a despertar otra vez, la mano de Alex cerrándose tan fuerte en mi cintura que emití un quejido de dolor. Ni siquiera me dio tiempo de abrir los ojos cuando ya me había colocado de lado bruscamente, mi cuerpo pendiendo sobre el borde, de modo que si se le ocurría soltarme, el suelo le daría los buenos días a mi demacrada cara.

Giré el cuello para lanzarle una mirada acusadora, pero su atención no estaba puesta en mí; su cuerpo estaba tenso y sus ojos muy abiertos, alertas mientras observaban a la persona en el umbral.

—Ah, esto explica mi mal presentimiento. 

Mi estómago se constriñó al reparar en Agnes, que nos escrutaba como si no pudiera decidirse entre qué hacer: si vomitar o sacarme arrastrando de la habitación. Yo moví el brazo que no estaba apretando el de Alex como un grillete en un intento para que me dejara ir y me cubrí con la sábana por mero reflejo, aunque vestía su camiseta.

—Es un delito entrar a casas ajenas sin el permiso del dueño, no sé si lo sepas—aflojó su agarre de muerte en mi cintura, pero su brazo seguía tenso bajo mi cuerpo, posiblemente por mi peso.

La ira danzaba en los ojos de mi indeseable suegra e inspiró largamente, como si luchara para mantener la compostura.

—No me importa, eres mi hijo y tengo todo el derecho de entrar si lo considero necesario.

—Mam...

—Tienen un minuto para vestirse—sus orbes me atravesaron como dagas, filosos—, tú para largarte, y tú para que me veas en el comedor. Tenemos que hablar.

Giró sobre sus talones y salió de la habitación dando un portazo, tiesa de la rabia o de la impresión, no tenía idea.

Ambos contemplamos el lugar donde había estado por tres tensos segundos hasta que Alex me atrajo hacia sí de nuevo. Me dejó descansar un momento en su pecho y después retiró el brazo que mantenía bajo mi cuerpo, incorporándose.

—Qué buena forma de empezar el día—me quejé aún en la cama, desconcertada, sin que la sensación de que nos habían atrapado haciendo algo malo desapareciera.

Sonrió apenado.

—Lamento eso.

Lo observé aún con los restos del sueño recolectar sus pantalones y colocárselos.

—Creí que se me echaría encima.

Me miró sobre el hombro, la comisura de su boca alzada en un rictus.

—Yo también.

—También pensé que ibas a soltarme y mandarme de bruces al suelo—le reproché, porque no sabía qué más decir sobre la repentina invasión barbárica de su madre.

—No, al menos que tenga que hacerlo—se pasó la camiseta por la cabeza, el tono rasposo en su voz indicándome que también estaba durmiendo.

Fruncí el ceño, ofendida.

—¿Para que tu madre no nos vea dormir juntos?

—Para que tengas la oportunidad de escapar, o de rogar por tu vida al menos.

—¿Qué?—alcé la vista hacia él, sin comprender, y se acercó a mi lado para ponerse los zapatos.

—Por suerte fue mi madre, pero podría haber entrado cualquiera—me miró de forma significativa y de pronto comprendí a lo que se refería, el peligro latente que denotaba ese comentario.

Irresistible Error. [+18] ✔EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora