Capítulo 01: No todos somos tan rudos como Ada Floyd.

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Cody

¿Alguna vez se han preguntado cómo se ve una estrella?

Pero, no de esas que están en el cielo de la vía láctea, sino de las que residen en la tierra con nosotros y brillan más que otras.

De esas que tienen una sonrisa de millones de dólares, y un atuendo espectacular digno de una gala de Broadway. 

Sí, bueno, si te lo has preguntado al igual que yo puedes verlo en este momento. Podrían notarlo si me prestan atención; la suficiente para detallarme y descubrir que soy un fraude siendo una.

Un estruendo me hace salir de mis pensamientos. Pronto, estoy negando con mi cabeza dentro del casco que me está asfixiando, y ruedo, sobre la colina de la victoria recordándome la razón por la que me encuentro en esta situación. Inclusive, mis oídos pitan con cada grito de la tribuna, y suelto un resoplido mientras dirijo mi mirada hacia allí. 

«Bien, Cody solo tenemos cinco minutos más, y podremos tomar un respiro».

Me relamo los labios sintiendo el frío vertiginoso en toda mi anatomía mientras me deslizo con mis patines sobre la pista; retomando mi posición de alero. 

El silbato vuelve a sonar, y los nervios pululan en cada parte de mí, en tanto, sostengo el stick contra mis guantes; dentro de ellos, mis manos están resbalando. 

Presiono mis nudillos entre sí, y, suelto una exhalación larga. 

El puck está siendo atacado en el hielo, y Sídney está luchando por el poder de éste. 

Mi trabajo es fácil; solo debo derribar a los jugadores del equipo contrario, y atrapar el puck volador si llega a ser enviado a mi zona. Pero ¡Jesucristo!, a quién quiero engañar, no es para nada fácil. La mayor parte de mi tiempo en el hielo transcurre en lesiones corporales graves que duelen un infierno. 

El jugador cuarenta y dos frente a mí está sosteniendo una sonrisa de imbécil, en tanto, intenta pasar de mí, pero, coloco mi codo en defensa; empujando hacia sí mismo haciendo que retroceda lo suficiente para despejar el camino del disco volador que está en el poder de Zedd.

—Muévete de mí zona, estúpido negro. —sisea el imbécil del campus de York. —Regresa a tu pueblo. —añade, chasqueando la lengua. 

Evito pensar que el estúpido es él, y su ejército de tarados que inician una discusión en el hielo por mi color de piel. Es fácil derribarlo en conjunto a Zedd, que me deja el puck en última instancia. 

Avanzo por el lateral de la valla deportiva, al mismo tiempo, en el que, un jugador de York me persigue, pero, logro perderlo en la vuelta detrás del arco, y en un descuido del guardameta del equipo contrario, es que logro lanzar un disparo digno de jugador estrella para la NHL en los últimos cinco segundos del reloj.

Y sí, terminamos ganando.

—Eso estuvo increíble, amigo. —balbucea Bart, —alias Skipper— sosteniendo una sonrisa de presunción en su rostro que va dirigida hacia nuestros enemigos. —Joder, déjame restregarles un poco más, que el tipo negro los venció. Porque mi dios pagano sabe que quise estamparlos contra el arco al escucharlos decir mierda racista como esa. —añade.

—Déjame procesar las cosas turbias que acabas de decir. —murmura Sídney parpadeando hacia Bart. —¿Por qué diablos tendrías tú un dios pagano? Tú madre es cristiana, Bart. —manifiesta Sídney con confusión. 

Luego, se gira para darme una mirada, y carraspea.

—Debiste dejarme noquearlos, también. —sentencia Sídney.

«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora