Capítulo 11: Deseo concedido.

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Cody

Desearía poder retroceder el tiempo, ya sabes, al estilo de «El Conejo Blanco», pero, no puedo. 

Porque de ser posible desecharía mis palabras. Las últimas que he intercambiado con Ada esta noche. De esa forma, no tendría el dolor de cabeza que me amenaza en este instante, dado que, solo yo sabría sobre Edmonton. Y, ostras yo aún deseo que nadie lo sepa. 

Esperaba rechazar ese puesto sin problema alguno. No obstante, justo ahora tengo unos ojos marrones inquisidores mirándome como si me hubiera salido una segunda cabeza en mi cuello, y no supiera que más hacer. 

—También, recibiste una oferta de Boston. —murmura con la voz ahogada, carraspea un poco y su sonrisa tambalea. —¿Vas a rechazarla? 

Quisiera poder mentirle, pero, no puedo. 

No a Ada, y no cuándo me está mirando directamente con algo desconocido que ella no sabe que es, pero, yo sí. 

Sus ojos me expresan preocupación. Ella está preocupada por mí.

—Es la idea, sí. —contesto con un soplo de aire hueco que reverbera por todo el auto. 

Mis manos se aferran de nuevo al volante, e intento buscar alguna excusa que me permita alejarme de Ada o en todo caso, que ella me deje ir porque no estoy de acuerdo con soltarle cosas desagradables para que ella misma me eché. 

No me perdonaría malograr la sana convivencia que hemos estado estableciendo. 

Pero, lo más alarmante sería que si llegase a abrir mi boca; se suelten más secretos que no deseo lanzar.

Aunque, después de todo, ¿Ada no se ha convertido en mi caja de los secretos? Y, Cristo, sería mejor si pudiera decir que ella solo le limitará a guardarlos, sino que, sé que eso no será lo único que ella haga. 

Tengo la certeza de que Ada me mirará de forma diferente después de soltar todos esos secretos profundos que me amenazan día tras día.

—Enserio, ¿sería tan malo soltar tu caja de pandora? —me pregunta. 

Su semblante ha vuelto a cambiar.

Sus manos se retuercen sobre su regazo e intenta mantener la mandíbula elevada en un acto de desafío y eso, sin duda, es muy Ada de su parte.

—¿Qué dices si la suelto poco a poco? —le pregunto, evaluando su reacción a mi oferta. 

Ada parpadea hacia mí, y traga saliva con fuerza antes de soltar un respiro suave que me acaricia la piel por su cálido aliento.

—Creo que estaría bien. Podría ser tu escape. —susurra batiendo las pestañas. 

Oh, Jesucristo. 

Ella no lo sabe aún, o quizás, no ha comprendido del todo, que yo no puedo tener eso. Es decir, ¡Cristo! vivo en Upper East Side; en una jaula de oro, y no hay un escape para eso, al menos no para los herederos MacQuoid.

Me inclino hacia Ada lo suficiente, encontrando sus ojos marrones curiosos que me escanean cuando levanto mi mano y presiono el botón del cinturón de seguridad que la libera. 

¡Oh, Cristo santificado!

Su respiración es como la de un acróbata en la cuerda. Ella intenta no perder el control, pero, al final, termina cediendo al nerviosismo. 

—¿Escape? —le pregunto, curvando mis labios en una sonrisa ladeada. —Esas cosas no existen en mi mundo, bomba sexy. —susurro sobre sus labios.

«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora