Cody
Los destellos en los recuerdos lo son todo para alguien que desea mantenerse de pie hasta agotar el último tiempo en una pista de hockey. Por ende, para mí esos destellos denotan felicidad y me hacen aferrarme a las cosas buenas de la vida, y no caer.
Por tanto, soy consciente de que más de la mitad de esos destellos le pertenecen a Ada Floyd. Y, Cristo, eso me hace sentir genial porque son sus sonrisas, y sus palabras las que me reconfortan en mis días más oscuros.
Sin embargo, mis destellos se están tambaleando gracias a la maldita presión de la gala navideña en Lincoln Center que mi madre organiza cada año antes de irse a Bora Bora, así que, por ello, suelto una exhalación profunda intentando buscar una excusa válida que me deje ser libre para no tener que ir con Lanely.
Aun así, aquellos pensamientos corretean lejos cuando una sombra corpulenta aparece en el umbral de la puerta de la sala de pesas que tenemos en la mansión MacQuoid.
—Harrison. —pronuncia Dyrus en un gruñido. —¿Por qué tengo este insoportable rumor circulando por toda la élite del Upper East Side?
—Lo siento, señor, pero, no entiendo.
—El puto rumor de que estabas jugueteando el otro día con Ada Floyd en el Plaza. —arroja con enojo.
Entonces, alzo mi mirada hacia él, encontrándome con sus ojos irritados y posición de cabreo hacia mí, y ruego muy dentro de mí que esto no acabe mal porque ostras, no hay forma que se haya enterado de mi cita con Ada hace unos días, sé que Martín, el genial botones del lugar no me delataría, pero, probablemente no fue él, sino alguien de su odioso séquito de chismosos que lo adulan.
—Estaba siendo altruista, señor. Ella necesitaba un lugar dónde quedarse y yo lo proporcione. —miento.
Me alejo de las pesas, y consigo una toalla que cuelgo sobre mi hombro, entonces, empiezo a secar mi sudor.
—Déjate de mierdas como esas. —sisea Dyrus, y avanza hacia mí de prisa, y con el enojo brotando por sus poros. —Si vas a follártela hazlo de una vez, pero, procura usar un maldito condón porque no pienso limpiar tu desastre. —añade.
Trago saliva con fuerza, y clavo mis uñas sobre la piel de mis palmas, en tanto, levanto la mirada hacia mi padre, y me muerdo la lengua evitando causar una catástrofe porque enserio, de verdad, quiero gritarle por faltarle el respeto así a Ada, y decir tonterías como esas.
—No hace falta. —suspiro, pero, lo que en verdad quiero es gruñir. —No estamos en ello, y no lo estaremos.
Ada no es un juego para mí, y no es una follada rápida. Jesucristo redentor, Ada Floyd es más que un cuerpo al que joder para mí, ella es mi refugio cuando el viento sopla con fuerza, o cuando las nubes lanzan tormentas y tornados.
Dyrus me lanza una mirada escéptica, y está por decir algo más, pero, es interrumpido por Priscila Coleman, quién se desplaza por el lugar en unos tacones Jimmy Choo de color rosa, y un vestido Versace de cóctel del mismo color que sus zapatos.
—No puedo creer que me hicieran venir hasta aquí. —respira mi madre con angustia, y luego perfecciona una sonrisa para mí. —Saben que detesto esta sala con toda mi alma. —arruga su nariz.
Pronto, la veo caminar hasta mí, y sus ojos se vuelven ternura pura, en tanto, su mano se coloca sobre mi hombro y observo sus uñas recortadas y perfectamente pintadas del mismo color de su vestido.
Priscila me sonríe, y mi corazón se encoge en el sentimiento de ser querido por mamá.
Claro está que eso no dura porque Dyrus carraspea, y eso hace que ella se fije en mi padre, que está enfundado en su traje de tres piezas color gris con sus brazos cruzados sobre su pecho.
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«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©
RomanceTodos contamos con alguna debilidad. Para Cody Coleman es una chica, pero, no cualquiera, sino la hermana de su mejor amigo. Ada Floyd detesta a los playboys, detesta a los idiotas, y en su pirámide de odio, Cody Coleman tiene el primer puesto. ¿Qué...