Ada
Una pizca de azúcar.
La abuela solía decir que una pizca podría arreglar lo que sea; inclusive las cosas difíciles que se te presentaban. Y entonces, cuándo escuchaba aquello, solía refunfuñar. Por tanto, el problema conmigo, era mi falta de fe en las cosas —y aún me mantengo en ello—, por ende, no creía posible eso, y justo ahora me siento como una completa capulla por no hacerlo.
Supongo que a eso se le conoce como «Lamentos tardíos», así que, sí, «Lo lamento, abuela».
Me siento frustrada totalmente. Y no puedo hacer nada para que ese sentimiento desaparezca, así que, termino estirando la masa de harina tan fuerte que se deshace en última instancia haciendo que mi boca suelte una maldición entre dientes.
«Joder, debo concentrarme en lo que estoy haciendo».
Lanzo un suspiro contra mi hombro para luego empezar con la masa de nuevo.
Hacer esto me trae buenos recuerdos, mismos que hacen que coloque una sonrisa corta en mis labios.
Cocinar con la abuela era más fácil que hacerlo sola, quizás, porque extraño su risa; lo hago cada maldito día desde que ya no está.
Tomo el cuchillo de plástico del estante superior, y comienzo a cortar la masa en cuadrados que terminan siendo llevados a freír. Y espero pacientemente hasta retirarlos de ahí para ubicarlos sobre papel absorbente, y finalmente, llegamos a mi parte favorita. Polvorear azúcar glas.
¡Toma esa, Anton Ego! ¡Cualquiera puede cocinar!
Eso es un gramo de alegría dentro de mí, que al instante muere cuando diviso mi campo de visión solitario; un quejido casi silencioso se escapa de mis labios.
Tomo los beignets en mi plato favorito. Es de plástico y tiene estampado a Tiana, de la película «La princesa y el sapo».
Luego, me encamino al sofá haciendo sonar mis pantuflas de conejo.
Solo porque sí, dado que, me encantan, y nadie tiene permitido burlarse de mi niñería o tendrá la suerte de encontrarse con mi gancho derecho.
Si quieren saber, pregunten a Clark —estúpido— Bell de Stanford, seguro les dirá que tan bien se sintió recibir mi golpe en su rostro.
Una sonrisa inconsciente se forma en mis labios al recordar la expresión del muy imbécil; ladeo mi cabeza soltando una risa por lo bajo por ello, y entonces, comienzo a tararear con ligera alegría «Bye Bye Bye» de NSYNC, al mismo tiempo, que muevo mis caderas de forma divertida, y me dejo caer en mi cómodo sofá tomando el control remoto en mi mano derecha para colocarle reanudar a la película que estaba viendo, —antes de ingresar a la cocina— en tanto, llevo una de las delicias que cocine directo a mis labios; mascando un trozo que se pierde en mi paladar.
Suelto un gimoteo de felicidad porque es increíble, se siente casi como volver a casa después de tanto tiempo, y limpio la lágrima que está siendo arrastrada por mi mejilla.
Agito mi cabeza despejando mi mente, y decido que es hora de que comencemos a hacer un repaso sobre por qué me encuentro de mal humor, y atorada en mi casa un sábado por la noche, dónde, obviamente como universitaria debería estar haciendo el bobo con algún chico atractivo en alguna fiesta tonta de fraternidad.
Y sí, entonces, este sería el momento exacto en dónde debería sonar una trompeta y anunciarse el nombre de mi irritante pesadilla —alias Cody Coleman—, dado que, por su molesta presencia en mi mente; no he podido dormir desde que me dejó en casa anoche con ese mal sabor en mi boca de querer hacer de nuestra discusión una batalla épica de vocablos agrios, y bueno, quizás, no es justo que me queje de eso porque suelo ser así de capulla con él, pero, probablemente me siento así porque me afectaron sus palabras.
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«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©
RomanceTodos contamos con alguna debilidad. Para Cody Coleman es una chica, pero, no cualquiera, sino la hermana de su mejor amigo. Ada Floyd detesta a los playboys, detesta a los idiotas, y en su pirámide de odio, Cody Coleman tiene el primer puesto. ¿Qué...