Cody
Me gusta la tortura impartida hacia mí.
Bueno, eso y que debo aceptar mi futuro, por ello, me encuentro sentado en el gran sofá de lujo de mi solitaria casa con la mirada sobre el gran televisor de plasma que reproduce un juego de hockey de Edmonton contra Seattle.
La semana pasada disfrute un poco estar en el hielo, ya que, fue como volver a preparatoria.
Cristo, en aquel entonces salía a la pista con el corazón retumbando, y la adrenalina recorriéndome las venas por estar en el hielo, disfrutando y sonriendo por cada asistencia y gol, que pudiera marcar.
Eso era genial, y hace poco lo sentí porque Dyrus no estaba en la tribuna vigilándose como un halcón, y porque yo no me estaba presionando tanto por el deporte y ser el mejor.
Solía esconderme en la pista de hockey y camuflarme en ello porque era un respiro, luego, Dyrus lo arruino y se convirtió en una obligación, y eso me destruyó.
Sí Dyrus me observará ahora estaría encabronado porque llevo una bermuda de algodón junto a una playera sin mangas, y estoy haciendo del perezoso.
Alcanzó mi teléfono porque tengo hambre y lo mejor sería pedir comida china. No soy buen cocinero, así que, podría incendiar la cocina si intento hacer algo comestible.
—¿Por qué no estás en el gimnasio haciendo ejercicio, Harrison? —el sonido tosco de su voz me congela a mitad del marcado rápido.
Giro mi cabeza hacia el umbral de la sala de estar y trago saliva con fuerza cuándo observo a Dyrus en su impecable traje de Brioni de color gris que está perfectamente planchado.
La camisa blanca pulcra se ríe en mi rostro junto a la corbata azul cobrizo.
Sus cejas están arrugadas en una expresión de enojo y sus labios se aplanan en una fina línea.
—Terminé mi rutina hace veinte minutos, señor. —miento.
Sus ojos me escanean a detalle y presiona su mandíbula tan fuerte que parece que va a desencajarse de su rostro. Entonces, sus nudillos relucen en esos anillos de oro y plata que pesan tanto y son buenos para dar puñetazos.
—¡Sabes qué detesto que me mientas, pequeña rata! —me sisea.
Sus manos se entrelazan como si buscara paciencia, pero, sé que nunca la consigue, por consiguiente, termina señalándome como un criminal, y su nariz aletea en furia.
—¡Eres un inútil! ¡Apaga el puto televisor ahora! —me grita aproximándose a mí.
Me apresuro en busca del control y cuando lo consigo, apago el aparato, y trato de levantarme del sofá, no obstante, no lo logro a tiempo, y esa es mi sentencia porque Dyrus ya está frente a mí y cuando mi mirada lo intercepta, lo único que veo es la palma de su mano alzada y se estrella contra mi mejilla haciendo resonar la bofetada con tanta fuerza que mis piernas tiemblan.
El sabor metálico de la sangre me llega enseguida, y mis hombros se tensan al igual que el resto de mi cuerpo, y a pesar de las consecuencias, cumplo con lo que me prometí y es no bajar mi mirada.
—Cómo crees que me sentí cuándo estaba en Londres viendo tu estúpido partido de hockey y de pronto Neyra Street aparece mostrándote en la puta cámara como un vagabundo. —pronuncia al borde de perder toda su mierda. Y entonces, temo por mí. —¡Cómo un puto huérfano! —añade.
Y la siguiente bofetada llega enseguida, haciendo que la piel me arda y la quemazón en mi pecho se intensifique.
—Lo lamento, señor. —susurro. —No... no fue mi intención que se sintiera así. No... yo no sabía que ella estaría ahí, y, lo lamento, señor, de verdad. Enserio lo hago. —escupo las palabras como puedo con la respiración entrecortada.
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«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©
RomanceTodos contamos con alguna debilidad. Para Cody Coleman es una chica, pero, no cualquiera, sino la hermana de su mejor amigo. Ada Floyd detesta a los playboys, detesta a los idiotas, y en su pirámide de odio, Cody Coleman tiene el primer puesto. ¿Qué...