Ada
Retengo una profunda exhalación en mi interior que no suelto hasta que bajo del Maserati porque ahora que Dyrus MacQuoid ha sido enterrado todo es más real que nunca, y no es que sienta un poco de pena por el hombre, más bien, es nerviosismo por lo que depara el hecho de que ya no esté, sobre todo, ahora que Cody ha sido llamado al despacho jurídico de su difunto progenitor con la finalidad de leer el testamento.
A veces me pregunto si los ricos, en realidad, solo esperan el día de su muerte para entonces, divertirse desde el más allá con las palabras que han puesto en el documento que reparte su herencia a sus seres queridos, aunque, realmente pongo en duda eso sobre ser amado por Dyrus porque te aseguró que no amó a mi chico, ni siquiera la mitad de lo que yo lo hago.
—No sé porque creo, que, si llegamos allí, lo primero que esa mierda de papel dirá es que no me dejo nada. —suspira, Cody a mi lado, enseguida, tomo su mano entre la mía, y la aprieto de manera suave para que sepa que estoy aquí con él. Una muestra de apoyo. —También, leerán el testamento del abuelo, podré recibir mi herencia, ¿ahora?, ¿acceder a mi fideicomiso?
—¿Realmente crees que dejaría su dinero perder con tal de no dártelo? —pregunto, y él se gira hacia mí.
Sus ojos marrones me enfocan haciendo que mi aliento se atasque.
—Una parte de mí lo cree. Era un hijo de puta, su cosa favorita era hacerme sufrir. —suspira con desgano.
Me acerco dando un paso más hacia él, y coloco mi mano libre sobre su mejilla, mi palma hace contacto con él, y entonces, lo escucho respirar de manera más calmada.
—Ya no está más. —susurro, y trago saliva con fuerza. —Y no importa que digan esos papeles, está será la última vez que tengas que ver algo sobre él. —sostengo su rostro, y me inclino hacia él presionando mis labios sobre su mejilla fría.
Él asiente, así que, un segundo después, estamos caminando juntos hacia el Empire State, y una vez en el ascensor, estoy presionando el botón al piso de las oficinas del bufete MacQuoid Wheeler.
Tan pronto, el elevador abre sus puertas, continuamos con nuestro destino.
La oficina con la señalización de Socio Director me da un poco de repelús, no obstante, mantengo mi mirada en lo alto, esperando ser un apoyo confiable y fuerte para mi chico artístico.
La persona que nos está esperando al otro lado luce impaciente, quizás porque está más cercana a jubilarse, que a ejercer derecho por primera vez.
—Tome asiento de una vez. Leeré esto rápido. —escupe con dureza el hombre veterano.
»Yo, Dyrus MacQuoid, en goce de todas mis facultades mentales y legales, en entero juicio, en forma libre y voluntaria otorgo este mi testamento solemnemente abierto, que contiene mi última voluntad de conformidad con lo prescrito en la norma jurídica de Estados Unidos, en el distrito de New York. En primera instancia, el 33.3% de mis bienes, como mi propiedad en Park Avenue, y las casas de veranos en Mykonos y Londres serán de mi único hijo, Cody Harrison Dankwort MacQuoid Coleman junto a su fideicomiso universitario valorado en cien millones de dólares. El posterior 33.3% de mis bienes que incluyen mi despacho judicial en Empire State será para mi exesposa, Priscila Coleman en compensación de todos los años que estuvo a mi lado. El siguiente 33.3% que está libre a disposición según la ley judicial será para mis nietos en el futuro. Y, finalmente en este apéndice se deberá leer el testamento de Pete MacQuoid Dankwort en la sección 4 de liberación.
Cody se mantiene en su asiento aferrado tantísimo a mi mano que creo que ya he perdido la circulación en está, y pienso que él también lo nota porque me suelta un poco, para en breve, dejar ésta sobre mi rodilla.
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«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©
RomanceTodos contamos con alguna debilidad. Para Cody Coleman es una chica, pero, no cualquiera, sino la hermana de su mejor amigo. Ada Floyd detesta a los playboys, detesta a los idiotas, y en su pirámide de odio, Cody Coleman tiene el primer puesto. ¿Qué...