Capítulo 13: Errores, y más errores.

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Cody

Cuando era niño solía recibir muchos castigos porque siempre cometía errores. No obstante, hay uno de ellos que recuerdo muy bien porque odie cada segundo de ello. 

Cometí un error en el partido de hockey más importante para nuestra escuela; durante el tercer tiempo, obtuve el disco, entonces, aún me sentía motivado a jugar y lo disfrutaba, pero, en el momento en que fallé mi shovel shot cerca de la portería supe que me había condenado a una paliza.

El enclenque niño negro de nueve años había fallado y nos costó la derrota.

Dyrus no me gritó al salir del hielo con mi uniforme en dirección al vestuario, tampoco lo hizo cuando salí de la arena directo a su auto; mucho menos lo hizo en el viaje a casa, no obstante, cuando él estaciono frente a la mansión MacQuoid, entendí porque se guardó el enojo. 

Tan pronto, abrió la puerta de su vehículo; me arrastro con él en dirección al jardín trasero. En aquel entonces, esa parte de la mansión aún no obtenía césped artificial, sino que, estaba rodeado de un camino de piedras.

Me mantuvo de rodillas sobre las piedras por cinco horas. Y fue jodidamente doloroso tener que soportar las piedras clavándose en mi piel, y el entumecimiento de mis muslos y tobillos con ello. 

Me rendí tres horas después, y él se enojó tanto que me volvió a arrastrar por el jardín, y me lanzo directo al pequeño estanque decorativo, luego, de eso se marchó, y entonces, nunca más volví a fallar cuándo él estaba presente. O al menos eso era lo que intentaba todo el tiempo.

El paralelismo de este castigo con el presente es que de nuevo estoy cometiendo un error, porque no tenía que soltar este secreto a Ada. No debí haber abierto mi boca. Y lo sé porque nadie me preparo para esa mirada sorpresiva y confusa en sus ojos.

¡Cristo! Sus labios rojos entreabiertos boquean un par de veces, y ni siquiera es capaz de articular una palabra. 

Y entonces, sé que lo jodí. 

Lo jodí todo para mí. 

Trago saliva con fuerza, y lanzo un suspiro amortiguado, en tanto, deslizo las posibles opciones para escapar de aquí sin tener que dar alguna explicación. Porque no creo que sea prudente soltar más de lo que estoy dispuesto a ofrecer en lo que cabe sobre mis secretos. Ostras, mis malditos profundos secretos nunca, ni por ningún motivo deben ser revelados a Ada Floyd.

—Espera, ¿qué? —parpadea, nuevamente y se reclina sobre el sofá. Repiquetea sus dedos sobre la superficie sin ser capaz de quedarse quieta por más tiempo. —¿Por qué diablos jugarías...? 

Sin terminar su pregunta; ella se levanta del mueble hasta colocarse de pie y avanzar hasta mí, y es entonces, que sus ojos marrones bonitos me enfocan con intensidad, y se inclina sobre mí. 

Su olor a cereza derramándose en mi nariz como la maldita cera de una vela, me nubla los sentidos, y de pronto, me siento tan idiotizado que cometo otro error, y eso es levantar mi mirada para fijarme en sus labios —jodidamente— rojos.

Ada coloca sus manos sobre sus caderas y me escanea.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —pregunta frunciendo el ceño. —Quizás, te refieres a que no quieres hacerlo profesional, ¿cierto? Es decir, dices que no te gusta. ¡No! Tú has dicho que lo odias, y es imposible que estuvieras jugando a algo que odias. ¡Jodido satán! Las personas no hacen esas cosas. 

Ada titubea casi al final, y sus hombros se tensan al igual que su cuerpo, y la vena saltando en su cuello por el pulso me hace saber que está tratando de procesar la información que he arrojado.

«Susúrrame lo que quieras» (GC #2.5)✔©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora