El que faltaba...

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Parece que Leónidas está más calmado. Me ha mandado llamar esta mañana, temprano, mientras que Gaeko aún seguía durmiendo.

Al principio tuve miedo de ir a solas con él, pero parecía haberme aceptado... tanto que me llevó a la cámara del tesoro para darme un regalo y el dinero para pagar todo lo que Gaeko se había comprado.

Cuando llegamos a la cámara acorazada... había un tatami, equipo de lucha, armaduras, armas... Parecía que me había llevado a la armería y, la verdad es que una ventana no le vendría mal. Olía bastante fuerte.

- Sabes... En un inicio esta habitación fue diseñada para guardar mis tesoros, pero al descubrir lo duras y resistentes que eran sus paredes, decidí usarla como mi santuario para entrenarme. – dice cerrando la enorme puerta con llave.

- Vaya...

Las paredes eran de un color rojizo. No sé de qué material podía ser eso, pero si fuese yo, habría hecho lo mismo.

- ¿Y dónde guardas tus tesoros?

- Hay alguien que quiere conocerte. – me dice Leónidas sin apartarse de la puerta.

Tras mirar a Leónidas con un poco de confusión, vi que en el centro del tatami había un hombre que antes no estaba y... Oh... No me gustaba nada lo que estaba viendo. Armadura rojiza que, a juzgar por el diseño diría que está hecha de madera. En su cinturón llevaba unas armas que jamás había visto aquí: una dichosa katana y un tanto. Si al menos no estuviese mirando al suelo podría identificar su rostro.

Aquel hombre me recordaba a Bastet; cuando analicé sus estadísticas, todo me salía en interrogaciones y cuando usé mi heterocromía... Era como si no lograse sintonizar la radio. La vista se volvió borrosa durante un instante y no logré ver nada.

- Nunca pensé que se colaría en mi casa, ante mis propios ojos, el captor de mi hija y me engañaría de esa forma tan ruin... Kioshi. – dice Leónidas con el ceño fruncido mientras se pone unos guanteletes de color rojizo.

- Ehm...

¿Qué mierda está pasando? ¿Por qué ese repentino cambio de apariencia? ¿Acaso me ha conducido a una trampa?

- Te he estado observando durante todo el invierno. – comienza a explicar el hombre con acento oriental.

Por favor, por favor, que cuando me mire no tenga los ojos de un japonés. Por favor, que no sea japonés... Me mira. Le miro. Es japonés... es Yotsuro, el cazador de elfos...

- Nunca existió esa tal Kyoko. Ocultaste a la princesa delante de todo el mundo sin que se diese cuenta y... he oído tantas cosas sobre ti. Tantas perversidades. Tanto amor hacia los niños... - desenvaina su katana de color rojizo.

- Esta vez no te librarás. Me quedaré con mi hija y a ti te tiraré a los perros. – me dice Leónidas con sus guanteletes de Dendium.

¡Mierda, mierda, mierda! ¡¿Qué hago?! ¿Cómo que Kyoko no existe? ¡Vaya mierda de investigador es este samurái! Ya está sacando conclusiones erróneas.

- Esperad, esto no es lo que parece. – dije intentando evitar lo inevitable.

Como era de esperar, el combate estaba a punto de empezar y yo... yo... ¡AJÁ! Rebusqué en mi bolsa un ovillo de lana para lanzárselo a Leónidas y poder dejarle fuera de juego y... y... ¡¡¡AAAH!!! ¡¿Por qué no hay ninguno?!

En menos de dos segundos me vi envuelto en una lluvia de golpes y movimientos magistrales de espada, pero yo también era bueno, muy bueno. Pude esquivar todos los golpes y comencé a usar mi grito cacofónico para frenar los espadazos de Yotsuro. Parece que en esa situación había mejorado tanto que no necesitaba el ovillo para tener la ventaja.

¿Un mundo de fantasía sin un Rey demonio?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora