Aparcamos en un parking cercano que habíamos alquilado y, cargados con cuatro maletas, nos dispusimos a ir a nuestro nuevo piso, situado en el número once de la calle Túnel de Atocha, justo encima del famoso Lizarran y con la parada de metro enfrente de la puerta de casa.
Era un edificio antiguo de cinco plantas con la fachada gris, como el resto de la ciudad. Qué distinto era todo al barrio de Cimavilla, repleto de casas de colores que a una le alegraban el alma. Parecía que la ciudad ya apuntaba hacia dónde iba a ir mi destino, ni blancos ni negros ni vivos colores. Todo era de un tono intermedio al que me veía abocada sin remedio.
El ascensor era antiguo, de esos de hierro forjado que daba miedo que se quedara atascado entre plantas, aunque por lo menos las puertas no eran automáticas. Podía estar tranquila de que no moriría aplastada, como mucho, descolgada y haciendo caída libre. Paramos en la última planta.
El piso no era muy grande, pero sí lo suficiente para nosotros. Además, nos lo había conseguido la empresa a un precio por debajo de mercado. No podíamos pedir más.
Estaba completamente reformado con el suelo de cálida madera, menos mal que hasta allí no subía el asfalto. Tenía un salón comedor con cocina americana de color cerezo, una habitación doble, un baño completo con plato de ducha, un pequeño despacho y una amplia terraza, que era la mejor parte del piso.
Víctor me agarró por la espalda, como era habitual en él, y apoyó la barbilla sobre mi hombro, perdiéndose en la jungla de tráfico y asfalto.
—¿Lo ves, preciosa? El mundo va a ser nuestro, y este solo es el comienzo.
Y lo fue, el comienzo de un declive del cual no era consciente o había decidido ignorar.
Sus jornadas de formación le ocupaban prácticamente todo el día, ocho, diez o incluso doce horas donde yo estaba sola y me dedicaba a echar de menos y lamentarme de todo lo que había dejado atrás.
Traté de acostumbrarme a Madrid. Hice turismo, aprendí a convivir conmigo misma y a esperarle con el plato sobre la mesa y una sonrisa desprendida cuando él venía destrozado y con ganas de dormir.
Pero, como era un culo inquieto, comencé a echar currículums por todas partes. No pensaba dejarme devorar por mi nueva realidad, aunque me llamara a la puerta antes de lo que esperaba.
Víctor regresó una noche con una sonrisa que iluminó el piso por completo.
—Princesa, tengo algo que contarte y que te va a alegrar el día, o por lo menos eso espero.
Yo estaba poniendo la mesa.
—Ilumíname, señor Malgueño.
—Deja eso un minuto, la cena puede esperar. —¡Claro, como no era él quien la hacía! Dejé los cubiertos, decidida a prestarle atención—. Carol, de contabilidad, ha cogido la baja por embarazo y, como ahora soy el jefe de Recursos Humanos, he decidido contratarte.
No estaba segura de si la noticia me sentaba bien o mal.
—No quiero entrar en la empresa por enchufe.
Él se acercó a mí para abrazarme.
—Y no vas a hacerlo, mi amor. Pasé varios currículums a la central y el tuyo estaba entre ellos, fue uno de los tres seleccionados para el puesto, solo que la decisión final es mía. Sé cómo trabajas y te quiero a ti. Eso no es enchufe, sino contratar a la mejor. —Sus manos bajaron a mi trasero para aproximarme contra su erección.
—¿Y yo soy la mejor?
—Sin duda alguna —argumentó mordisqueándome el cuello.
—Pues entonces espero que la oferta sea buena, están que se me rifan y necesitaré un buen motivo para quedarme con su empresa, señor. —Me alzó y yo anudé mis piernas a su cintura para que me llevara al cuarto. Llevábamos tres semanas sin sexo, así que ya tocaba.
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¡Sí, quiero! Pero contigo no
RomanceAntes que te decidas a embarcarte en este libro tengo que confesarte una cosa: ¡Esta historia es real! 😱😱😱 Sí sí, como lo oyes, esto pasó de verdad, una novia 👰♀️ pasó su luna de miel 🏝 sola. ¿Te lo puedes creer?🙊 Esa es la misma cara que yo...