RAFA
Tal vez no debí ir, no lo sé, pero necesitaba autoconvencerme de que estaba haciendo lo correcto. Dani iba a casarse, no tenía intención alguna de dejar a Víctor. Entonces, ¿por qué debía yo poner fin a mi vida? Ella fue la que quiso todo aquello, no fui yo quien se lo propuso.
Sabía lo que había desde un principio, lo que yo hacía, cómo era mi vida y aun así aceptó. ¿Entonces? ¿Por qué debía cambiar las reglas ahora? Nuestra historia tenía fecha de caducidad, sabía que tarde o temprano se cansaría de lo que compartíamos. El sexo era brutal y nuestra conexión difícil de explicar, pero esas cosas se saben. Cuando nuestra necesidad se apagara, quedaría solo la sombra de lo que un día compartimos. Por eso trataba de disfrutar al máximo de todos los instantes que me concedía, sin descartar del todo mi otra realidad.
Cuando Dani le pusiera fin a lo nuestro, porque no tenía duda de que sería ella quien lo haría, no quería quedarme solo. No lo soportaría. Sería muy duro, difícil de aceptar, y por lo menos me quedaría el consuelo de que había hecho las cosas bien, de que no me había dejado llevar por fantasías de crío enamorado. Todo era un espejismo. El sexo, la atracción, se evaporarían con el tiempo y entonces ¿qué?
Katrina me abrió la puerta completamente desnuda. Así era ella, fría y calculadora. No le gustaba perder el tiempo. Cerré la puerta, se arrodilló y me bajó el pantalón para practicarme una felación.
En ocasiones llegaba, me desnudaba y nos poníamos a follar como bestias. Otras, ocurría como ahora o se ponía contra la pared con las piernas separadas para que la tomara por detrás sin preliminares. No me dejaba parar hasta que se sentía satisfecha, dolorida y yo no me sentía las piernas. A Katrina le gustaba el sexo duro, animal, alguna vez me había pedido que le pegara, pero yo no pasé de algún que otro azote. No me iba el sado para nada, aunque intuía que a ella sí.
Después, me aseaba y me marchaba. No había ternura, besos ni charlas sobre cómo nos había ido el día, solo sexo en estado puro. Era tan distinto a todo lo que compartía con Dani...
Miré el móvil en cuanto salí del apartamento que tenía alquilado para esos menesteres. No estaba seguro de si era el único que se la follaba o no, aunque tampoco me importaba; siempre lo hacíamos con condón, no quería pillar cualquier mierda.
La pantalla estaba vacía, igual que mi pecho. Pensé que encontraría un mensaje de mi rubia diciendo que terminaba con lo nuestro, que hasta aquí habíamos llegado. Pero no había nada, ni rastro, ninguna frase suspendida a la espera de respuesta.
No sabía qué me asustaba más, si enfrentarme a una conversación o la ausencia de ella, porque en la falta de palabras podías intuir lo que no se decía, que era casi tan importante como lo que quedaba plasmado por unas letras.
Cuando llegué al piso, Olivia estaba dormida en el sofá. Decidí que lo más sencillo era no pensar, por el momento, y enfrentarme a lo que fuera por la mañana.
Hice la cena y la desperté cuando la tuve lista. No estaba de mal humor, fue una cena agradable. Había tenido cita con el médico y le habían hablado de los buenos resultados que estaba dando la intervención que realizaban a personas con su misma patología, así que estaba esperanzada.
Traté de ser amable y pensé en cuán distintas serían las cosas si nuestras cenas fueran siempre así. Volví a ver a aquella chica de la que me enamoré y traté de aferrarme a aquel recuerdo. Igual sí que cambiaban las cosas tras la operación y podíamos volver a recuperar algo de lo que tuvimos.
El médico le dijo que calculaba que en unos ocho meses podrían operarla y ella se sentía eufórica, no dejaba de parlotear, y a mí me alegraba su entusiasmo.
Esa noche me pidió que le hiciera el amor y, pese a no estar por la labor, pues estaba más que servido, lo intenté. Necesitaba encontrarla en alguna parte de aquel minúsculo cuerpo, pensar que las cosas podían cambiar entre nosotros.
Fui muy suave y cuidadoso, la traté con mucho mimo, pero no pasamos de los preliminares. Olivia empezó a ahogarse y a mí me dio miedo que no lo soportara. Se ofreció a que terminara en su mano, pero no me pareció lo correcto. Además, en el fondo no me apetecía.
Le dije que descansara, me excusé besándole la frente y me metí en el baño. Los ojos de Dani se prendieron en mi cerebro con el peso de la acusación, juzgándome por lo que le estaba haciendo cuando no estaba delante.
Pero ¿qué le estaba haciendo? ¿Por qué debía sentirme culpable? Ella también se acostaba con Víctor, no habíamos pactado exclusividad ni nada de eso. Entonces, ¿por qué me torturaba? ¿Por qué me condenaba?
«No es Dani quien te condena, Rafa, eres tú mismo. Ella no te ha dicho nada. Es tu conciencia la que hace de juez y verdugo, la que te hace sentir como un cerdo. ¿Quién eres, Rafa? ¿Qué pretendes con lo que haces? ¿Por qué juegas con todas?».
Un nudo se apretó en mi pecho, fuerte, doloroso, torturándome por dentro. Presioné el punto del esternón, masajeando, hundiendo los dedos, tratando de deshacerlo, pero no parecía tener remedio. Hasta que mi cuerpo empezó a convulsionar. Los ojos me ardían y, sin poder evitarlo, las lágrimas se fundieron con el agua que caía de la alcachofa sobre mi rostro.
Lloré acongojado, con rabia, con ira, por todos mis desaciertos. No estaba seguro de lo que hacía y, sin embargo, era incapaz de detenerlo.
¿Por qué me sentía tan vacío, tan jodido? ¿Qué iba a ser de mi vida y de la de las personas que metía en ella? ¿Les estaba haciendo tanto daño como a mí? No me consideraba una mala persona, de hecho, estaba seguro de que no lo era, pero me sentía como si lo fuera. Siempre envuelto en mentiras, tratando de encontrar una satisfacción que nunca llegaba. El sexo la calmaba, pero el vacío nunca se iba, seguía ahí, con un hambre ensordecedora que acalambraba todo mi cuerpo.
Me enjaboné con enfado, casi sin control, como si pudiera disolver en la espuma la raíz de todos mis problemas. ¿Cómo iba a librarme de quien me empeñaba en ser? ¿Cómo no hacer daño o no salir herido en el proceso?
Terminé la ducha y salí al refugio de la oscuridad de la habitación. Olivia descansaba plácidamente en el colchón. No sabía cómo iba a ser capaz de sobrellevarlo todo, mi relación, las mentiras, mis amantes, Dani.
«Dani, Dani, Dani», repetí para mis adentros con la voz rasgada y doliente.
Siempre eran mis amantes y Dani. Por mucho que me empeñara, no podía sumarla a ellas. Sentía la necesidad de apartarla, como si no la quisiera emborronar como a las demás, dándole un lugar diferente en mi vida.
Ella formaba parte de otra categoría creada para su persona. Ella era el aceite, siempre flotando por encima, y yo trataba de agitarla para disolverla con las demás. Pero ella siempre sería aceite y, por mucho que lo intentara, saldría a flote, resurgiendo sobre el agua, dorada y brillante. Erigiéndose con la supremacía, sin que nadie pudiera hundirla o convertirla en otra cosa.
Fui al balcón con la toalla anudada a la cintura para sentir cómo el aire refrescaba mi piel. Me pasé las manos por el pelo húmedo y miré hacia la luna casi sin querer.
Allí estaba, tan sola, tan brillante, tan lejana y aun así tan cerca. Ella, que siempre estaba en todas mis noches, que contempló el momento exacto en el que supe que quería a Dani en mi vida. Sitges siempre quedaría en el recuerdo, y ella lo sabía.
¿Qué haría Dani? ¿Seguiría despierta? ¿Durmiendo? ¿O tal vez Víctor le estaría haciendo el amor? ¿Nos compararía al hacerlo?
Apreté los puños con fuerza a sabiendas de que así sería, fuera por despecho o por querer demostrarse a sí misma que, si yo follaba con otra, ella también podía. Seguramente, estaría tirándose a su futuro marido mientras yo me moría por dentro. ¡Mierda!
No debería sentirme así, no debería.
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¡Sí, quiero! Pero contigo no
RomanceAntes que te decidas a embarcarte en este libro tengo que confesarte una cosa: ¡Esta historia es real! 😱😱😱 Sí sí, como lo oyes, esto pasó de verdad, una novia 👰♀️ pasó su luna de miel 🏝 sola. ¿Te lo puedes creer?🙊 Esa es la misma cara que yo...