Capítulo 79

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Dani

Al amanecer me hizo el amor lentamente, recordándome los motivos por los que me había atrevido a romper con mi mundo. Me ofreció un «hasta pronto» que calmó mi alma herida y me brindó un último beso con la promesa de llenarme de ellos a mi regreso.

Pasé la mañana en el piso de Rafa, él tuvo que irse a trabajar y a mediodía me decidí a regresar a casa. El vuelo salía a las nueve, pero la compañía te exigía estar allí dos horas antes para el embarque.

Víctor no estaba, para mi tranquilidad, y no llegó hasta las cinco con una cara que le llegaba al suelo.

—Hola —murmuró a modo de saludo.

—Hola —le respondí con cautela.

—He estado en la agencia tratando de que cancelaran el viaje, pero me ha sido imposible, así que les he pedido que por lo menos me cambiaran el asiento del avión y la habitación de hotel en Punta Cana. En el Amazonas vamos en tienda de campaña, han solicitado una extra para que me aloje en ella.

Asentí, sintiéndome mal porque se tomara todas esas molestias.

—Gracias por la consideración.

—La misma que tú has tenido para decirme que no ibas a pasar la noche en casa.

El reproche escoció. Me mordí el labio. No podía pretender que las cosas entre nosotros fueran bien, pero tampoco quería esa tirantez. Apreciaba mucho a Víctor y entendía el resquemor, pero pasar dos semanas así no me apetecía nada.

—Perdona por no avisar, necesitaba que me diera el aire.

Se pinzó el puente de la nariz y me miró angustiado.

—Sabes que nunca he controlado tus entradas o salidas, simplemente, me preocupé por el modo en el que te fuiste. Dani, ¿estás segura de esto? Llevo dándole vueltas toda la noche. Nos llevamos bien, nos complementamos, nunca discutimos. Si hay que cambiar algunas cosas, estoy dispuesto; solo te pido que te lo pienses estos días. Son muchos años juntos y tenemos una buena convivencia. ¿Que no somos la pareja perfecta? ¿Y qué pareja lo es? Por favor, dime solo que lo pensarás. No te pido nada más. Voy a darte espacio para que te des cuenta de si lo que ahora piensas es lo que de verdad quieres. —Tenía los ojos rojos, seguramente él también había pasado la noche llorando.

—Está bien, lo pensaré. —Por lo menos, le debía eso—. Aunque no creo que cambie de opinión, tengo las cosas muy claras.

Él me ofreció una sonrisa triste.

—Te agradezco que por lo menos lo intentes.

Pensaba que la estancia en el Amazonas iba a ser mucho peor. Por suerte, Anselmo, nuestro guía, hizo una delicia de la experiencia llevándonos a sitios impresionantes.

Era un hombre bajito, moreno, que decía haberse escapado de casa a los nueve años para trabajar en laboratorios de coca en plena selva y que estaba dispuesto a guiarnos en un viaje único por su tierra.

Antes de emprender el viaje nos hizo comprar en Leticia, Colombia, un repelente muy popular llamado Nopiquex: una especie de pastilla de jabón muy pegajoso que no se enjuagaba y que se mezclaba con otro antimosquitos en espray. A nadie del grupo le apetecía pasar por fiebres tifoideas o alguna de las enfermedades, como la malaria, que podías contraer a través de las picaduras.

Solo llevábamos una mochila que nos había proporcionado la agencia con lo imprescindible para siete días. Suficiente ropa seca, ya que la ropa no se secaba por la humedad. Alguna camisa de manga larga pero fresquita, alguna otra de manga corta, zapatillas de deporte cómodas y pantalones largos para no tener sorpresas desagradables. También llevábamos navaja, papel higiénico —por si nos diera diarrea—, un mechero, protector solar y una linterna de luz frontal para andar por la noche y esquivar a vecinos indeseados. No quería sorpresas de última hora con algún bicho nocturno.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora