Capítulo 40

66 9 11
                                    


RAFA

Nos quedamos por un momento así. Yo, sin ganas de moverme y ella, dejándose llevar por mis brazos, que aferraban su cintura y le impedían moverse.

El golpe de magia se evaporó con el sonido de la música que llegaba a nuestros oídos. Dani parpadeó un par de veces y apartó la mirada de la mía buscando la procedencia del sonido.

Un grupo de músicos aficionados se habían instalado en pleno paseo de Gracia haciendo sonar su música e invitando a todo el que quería a bailar. La gente depositaba sus pertenencias dentro del círculo sin miedo a que nadie tocara nada.

—¿Qué hacen? —preguntó Dani sorprendida.

—Disfrutar del día, van a bailar una sardana. Vamos con ellos —la animé.

—¡Pero si yo no sé bailar esto! A mí me quitas del corri-corri o la jota asturiana y no soy nadie, y porque me obligaban en el colegio.

—No es difícil, solo tienes que seguir al que tengas al lado. Uno da las órdenes y los otros obedecen.

—Como la vida misma.

—Exacto —respondí sonriente—. Venga, Dani, que va a ser divertido. Yo no soy un experto, pero no se me da mal. Creo que es el baile más fácil del mundo mundial.

Suspiró con fuerza. Sabía que lo estaba deseando, en el fondo era una atrevida y le encantaba el jolgorio.

—Vale, pero si me hago un nudo o te piso un pie la culpa será tuya.

—Me hago responsable —afirmé arrastrándola al círculo.

Dejamos nuestras pertenencias junto a las de los demás, trenzamos nuestros dedos y nos dispusimos a divertirnos.

La vi disfrutar, reír a carcajada limpia cuando se liaba y cruzaba los pies como no correspondía, y yo solo podía contagiarme de esa vitalidad, de esa energía que me calentaba el pecho y calmaba todas mis angustias. Con ella siempre era así, una montaña rusa de emociones a la cual te subías y no querías bajarte nunca.

Bailamos, tarareamos y brincamos hasta responder el grito final del hombre que concluía el baile con un «¡Visca Catalunya!» y al que respondimos unánimes «¡Visca!». Con la emoción erizándonos la piel y sin soltarnos de la mano, fuimos a recoger nuestras cosas para seguir paseando.

Dani logró adquirir sus libros dedicados, cuatro en total, y yo me compré un par a los que les tenía ganas más una guía de Asturias que tarde o temprano pensaba utilizar.

—Pero ¿para qué compras eso? —me sermoneó de regreso a casa—. No hay mejor guía que la de una persona nacida allí. Cuando vengas a mi tierra, has de hacerlo conmigo presente, y te enseñaré lo maravillosa que es igual que tú has hecho con tu tierra.

—Eso suena muy bien —auguré.

—Eso suena a lo que es. Me niego a que visites Asturias sin mí, así que ya puedes apuntarlo en tu cabezota. Esa guía en papel solo va a visitar tu estantería, palabra de asturiana —conjuró besando dos dedos y llevándolos sobre el corazón.

—Vale, asturiana, está bien. Acepto la invitación y que me hagas de guía.

Era tarde, las once de la noche, habíamos picoteado algo por ahí antes de regresar.

La calle estaba oscura y no me hacía gracia que Dani fuera sola al portal. Había un grupo de chicos con mala pinta, parecía que estuvieran haciendo botellón, así que me ofrecí a acompañarla.

—No va a pasarme nada, Rafa, son unos críos —alegó mientras le abría la puerta.

—Me da igual. Jamás me lo perdonaría si algo te ocurriera y yo no te hubiera acompañado. Además, hoy tú eres mi princesa y yo, tu caballero, ¿recuerdas?

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora