Capítulo 84

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Dani

Los días pasan, y la necesidad de poder poner punto final a mi relación con Víctor también.

Para ello debo viajar a Gijón, arreglar los papeles e informar a mi familia de lo sucedido. Bueno, a todos no, pues he mantenido unas cuantas llamadas con mi tío, que es abogado y se va a encargar del proceso de divorcio, bajo secreto de sumario, hasta que ponga al corriente a mis padres.

El diez de septiembre Rafa me acompaña al aeropuerto. Como el once es fiesta en Cataluña y cae en viernes, tendré tiempo de realizar las gestiones necesarias y de pasar el fin de semana aclarando las cosas con mi familia.

La que más miedo me da es mi madre. No sé cómo se va a tomar todo este asunto y estoy bastante acongojada por cómo le afectará.

Rafa pasará el fin de semana con su familia, ya es hora de que les diga que estamos juntos. Espero que no pongan demasiados inconvenientes, él siempre ha sido una persona muy familiar y no soportaría que lo pasara mal por mi culpa.

Como era de esperar, es mi padre quien me aguarda en el aeropuerto. Nos abrazamos y no dice nada al ver que Víctor no viene. Los llamé ayer para decirles que iba de visita y que tenía muchas ganas de verlos. Mi padre insistió en venir a buscarme y yo estuve encantada de que lo hiciera.

Nada más sentarme en el asiento, tengo la necesidad de confesarlo todo, no puedo más. Además, él fue el primero que percibió algo entre nosotros.

—Papá, voy a divorciarme de Víctor. —Sin anestesia, prefiero ser directa y quitarme el nudo que apenas me deja respirar.

Él simplemente me mira, como siempre. No hay ni rastro de reproche en sus ojos oscuros.

—¿Es lo que quieres? —se limita a preguntarme.

—Sí —contesto escueta.

—Pues me alegro, hija. Yo lo único que quiero es que seas feliz. —Podría decir que su actitud me ha sorprendido, pero no sería del todo sincera. A mi padre nunca le ha encajado Víctor, y eso que es un hombre muy comprensivo—. ¿Y el catalán? —Es su siguiente pregunta, que hace que enrojezca y me brillen los ojos. Él curva los labios y suspira—. ¡Ay, hija! Vamos, cuenta, que sé que lo estás deseando.

Lo vomito todo. Bueno, todo, todo, no. Me salto las escenas de sexo sudoroso y desenfrenado, que no vienen a cuento, y me centro en la parte afectiva de la historia.

Se lo cuento todo desde el principio, desde la vida de Rafa con su mujer, cómo me di cuenta de que lo que me unía a Víctor no era más que una amistad y cómo he llegado al punto en el que estamos ahora.

—Pues ¿sabes qué? —cuestiona aparcando enfrente de casa.

—¿Qué, papá?

—Que me alegro mucho por ti y por Rafa. Si él es el hombre que hace que sonrías de esa manera, para mí ya tiene el cielo ganado.

Me desabrocho el cinturón y me lanzo a sus brazos. No puedo tener un padre mejor que el mío.

—Ay, papá, no sabes cuánto te quiero.

Me abraza como solo él sabe hacerlo, con el amor incondicional que destila un padre por su hija.

—Y yo, mi pequeña. No importa los errores que cometas ni los tropiezos que tengas, siempre estaré ahí para curar tus heridas y alegrarme de tus aciertos.

Me echo a llorar por tan emotivas palabras y mi padre me lleva a tomar una sidra antes de subir a casa y enfrentarme a la prueba de fuego: mi madre.

Cuando entramos en el piso, ella está de brazos cruzados, como si intuyera algo de lo que vengo a decirle. Supongo que las madres tienen ese sentido que al resto de los mortales se nos escapa.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora