Capítulo 22

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DANI

Pasamos por delante del despacho de Rafa y no pude evitar mirar al interior. Andrea hizo lo mismo, y ambas nos quedamos mudas al ver cómo la rusa se acercaba peligrosamente a Rafa y le metía algo en el bolsillo que no era una piruleta; parecía una tarjeta de visita. Él levantó la mirada y nuestros ojos se cruzaron. Frunció el ceño igual que un niño al que su madre le ha pillado haciendo una trastada.

—Te lo dije —murmuró mi compañera en mi oído—. Otra más para la colección. —¿Qué estaba sugiriendo Andrea?—. Venga, espabila, que el jefe necesita esto con urgencia.

Con precisión casi militar, nos despegamos de la cristalera y llevamos los papeles a Díaz, quien nos felicitó por el buen trabajo realizado.

Cuando íbamos a salir, no pude evitar fijarme en cómo la rusa se despedía de Rafa mientras su marido charlaba con Jose. Lo besó en la comisura de los labios pegando su cuerpo al de él mientras paseaba los dedos por su nuca como dos viejos amantes. Un pellizco se instaló en mi abdomen; aunque no tuviera demasiado sentido, me molestaba la intimidad que estaba viendo.

Tras unos instantes que se me hicieron eternos, se separaron, y ella le prodigó una caricia en el pecho que me dejó muerta.

—Te lo advertí —musitó Andrea en mi oído saliendo del despacho del jefe.

—Eso no significa nada —quise excusarlo.

—¡Oh, Dani!, no puedes ser tan inocente. Que Rafa engaña a su mujer es un secreto a voces en esta empresa y que hace felices a las clientas casadas también. Bueno, a las casadas, a las solteras y a las viudas. Y porque no tiene chichi, si no, también haría felices a las lesbianas. Tenemos clientas que vienen al taller solo por él, que se cambian de coche cada año por él y que incluso vienen a preguntar las cosas más absurdas con la esperanza de que Rafa se monte con ellas en el coche a «dar una vuelta» —Hizo un gesto de comillas con los dedos—. Llámese vuelta a que Rafa les incruste el freno de mano, y no estoy hablando de el del coche.

—No será para tanto —me quejé—. No sabía que estaba casado.

—Porque no lo está, llevan viviendo juntos un montón de años. Su mujer está enferma y él no lo está llevando muy bien, pero ese no es motivo para que Olivia lleve más cuernos que Renato.

—¿Quién es Renato?

—El reno de Papá Noel.

Solté una carcajada.

—Ese es Rudolf.

—Rudolf, Renato, qué más da. La conclusión sigue siendo la misma: tiene una cornamenta que se queda atascada en la puerta cada vez que entra en casa.

—Eres una exagerada.

—No me invento nada, ya lo comprobarás por ti misma. Rafa no se esconde, sabe que Olivia no viene por aquí y que nosotros nunca le iríamos con el cuento a su mujer, así que se siente seguro. Hasta que cometa un error y ella lo pille, entonces le faltarán piernas para correr.

—Igual os equivocáis con él y, simplemente, es amable con las clientas. Además, si no está casado, no le ata nada a Olivia. —Sentía la extraña necesidad de defenderlo frente a tanto ataque.

—Claro, y seguro que la Lewinsky no le chupó la polla al presidente Clinton y solo le había bajado la bragueta porque un huevo se le había quedado atascado y pretendía ayudarlo.

—¡Serás bruta! —reí.

—Solo me rindo ante la evidencia. Como tú dices, ya te darás cuenta, solo te hace falta observar. Ahora, ya está bien de marujeo, que nos queda la segunda parte del informe antes de echar el cierre.

—Por supuesto, vamos a por ello. Quiero que el jefe esté contento con mi trabajo.

—Si lo haces tan bien como hoy, lo estará.

—¿Eso es un halago? —pregunté meneando la coleta.

—Es lo máximo que vas a sacar de mí. Nos pagan para que hagamos bien nuestro trabajo, así que no esperes palmaditas en la espalda por mi parte.

¡Jesús, qué agria era! Igual es que nadie endulzaba su vida y por eso parecía tan seca.

—¿Tú tienes pareja?

—No, vivo sola con mi madre. —Lo que yo decía. Tenía pinta de terminar soltera y rodeada de gatos—. Y ahora al lío, que te veo venir, te gusta hablar demasiado.

—Es verdad, dejaremos la charla para la hora del Nestea. —Me senté a su lado y nos pusimos a trabajar codo con codo.

Cuando llegó la hora de marcharse, mi compañera parecía igual de reticente, pero aceptó acompañarme, así ya no iría yo sola con tanto tío suelto.

Jose vino a por mí.

—¿Preparada?

—Dirás preparadas.

Me miró con sorpresa y después torció el cuello para fijarse en Andrea, que estaba terminando de recoger la mesa.

—No fastidies que en tu primer día ya te has camelado a Andrea, pero si yo llevo cinco años en la empresa y solo he logrado bufidos.

—Será porque los mereces —respondió mi compañera, airada.

—¿Yo qué te he hecho? Si soy pura amabilidad.

—Cuando duermes. Venga, Jose, que nos conocemos. El primer día casi le cantaste una oda a mi escote.

—Porque lo merecía, esa camisa que llevabas te sentaba de perlas.

—Por eso nunca más me la volví a poner, no están hechas las perlas para la boca del cerdo. Solo la acompaño para que no os la comáis como la jauría de lobos que sois.

—Creo que no le haces falta para eso, Dani se sabe defender, ¿verdad que sí, preciosa?

—No lo dudes, fliparías con mi tiro al tacón.

—¿Tiro al tacón? —inquirió Andrea poniéndose a mi lado.

Me quité un zapato y apunté a la entrepierna de nuestro compañero. Sus dos manos no tardaron en cubrir las joyas de la corona.

—¿Lo ves?, es infalible.

Fue el momento en el que Rafa asomó la cabeza.

—¿Qué pasa aquí? —Jose se lanzó a sus brazos cual doncella en apuros, y este solo pudo agarrarlo—. ¿Te has vuelto loco? ¡Baja!

—¡Oh, amable caballero! ¡Sálveme! Esa loca desatada ha amenazado a mi futura descendencia con esa arma mortal.

Rafa lo miró incrédulo mientras yo me partía de risa por dentro.

—Algo le habrás hecho a Daniela para que amenace tus huevos.

—Os juro que no, amable caballero, llevadme lejos y os mostraré mi gratitud. —Le puso morritos y una mirada muy sexi tratando de besarlo.

—La única gratitud que quiero de tu parte es que pagues la primera ronda. Así que arreando, mariquita, en tu próxima vida igual te beso. —Lanzó a Jose al suelo, y este no tardó en recuperarse del agravio—. Chicas, hasta mañana —se despidió de nosotras.

Me calcé el zapato a toda prisa.

—¡No, espera! Que nosotras también vamos.

Rafa me miró sorprendido.

—¿Venís? —Hizo una pausa—. ¿Las dos?

Yo asentí.

—¿Qué os pasa a todos? ¿Acaso nosotras no somos parte del equipo?

Él me miró sin poder creérselo todavía, me dio la impresión de que el factor Andrea influía mucho en mi credibilidad.

—Claro que sois parte del equipo y seguro que todos están encantados, es solo que no estamos acostumbrados a que nos acompañe tanta belleza.

Andrea soltó un «oh, por favor» por lo bajo.

—Exacto —se sumó Jose—. Aunque una amenace con mi castración, merecerá la pena correr el riesgo.

Rafa le lanzó una colleja. Desde luego que aburrida no iba a estar.

¡Sí, quiero! Pero contigo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora